¿Qué debemos hacer? ¡Sembrarnos el corazón y la mente de conciencia Revolucionaria!
Por estos caminos del pueblo uno puede observar dos extremos igualmente nocivos. La vida cotidiana del pueblo revolucionario se desarrolla, ordinariamente, entre esos dos extremos; no son pocos los que no ven la revolución por ninguna parte y se hunden en el desaliento; tampoco faltan los que ven la revolución en todas partes y no captan los problemas. Al final, ambas tendencias ponen en evidencia la falta de una conciencia sólida. La Revolución está en la obra maravillosa de inclusión del Gobierno Revolucionario aunque la cotidianidad la haga tan familiar que no nos asombre. En definitiva la revolución está donde quiera que un revolucionario lucha y se entrega en vida, alma y corazón por hacerla.
Esta
última afirmación llena de esperanza es lo más revolucionario y novedoso que
podemos sostener ante tanta incredulidad, pero también ante tanta credulidad de
ocasión luego de 11 años de andadura. Esa debe ser nuestra lectura consciente.
Dicen que un optimista es un tonto feliz. Tonto, porque en su lectura de la
realidad histórica y cotidiana, se le escapa todo cuanto ésta tiene de trágica,
y feliz, porque al hacer esta reducción no permite que la realidad lo inquiete.
De acuerdo con esto, un pesimista sería entonces un tonto desgraciado. Tonto,
porque no acierta a descubrir las posibilidades de lo real que tiene delante de
sí, y desgraciado, porque se cierra a toda novedad y se condena a una
existencia sin horizonte.
El optimista anticipa injustificadamente el éxito y el pesimista anticipa
–también injustificadamente- el fracaso. Un revolucionario con sólida
conciencia no es ni pesimista ni optimista. La conciencia le permite ubicarse
lúcidamente en medio de un proceso donde éxitos, fracasos, heroísmos y
traiciones se multiplican a su alrededor. La conciencia le proporciona
suficiente solidez como para librarse del optimismo tonto y del pesimismo masoquista.
La conciencia revolucionaria lo ancla sólidamente en su experiencia de amor. Un
revolucionario consciente es un ser de esperanza. La esperanza no es ni
optimista ni pesimista, es sencillamente otra cosa.
Desde ya quisiéramos anticipar que la intensión de este mensaje consiste en ver
como podemos, con conciencia, ser revolucionarios y revolucionarias de
hermandad, de esperanza –serlo y generarla a nuestro alrededor-, en un proceso
donde lo más razonable está siendo en muchos casos el desaliento o las salidas
tontas, leves, etéreas e impastoreables como una nube. Resistir a la
desesperanza y fundamentar esa resistencia en la conciencia es uno de los retos
más serios que tenemos para garantizar la marcha de un proceso revolucionario
que o alcanza el horizonte de la utopía o simplemente nos perdemos.
Puestos en el cruce de dos rutas: aceptación de las cosas sin luchar o
disponerse al combate por amor, será la conciencia la que nos hará elegir el
camino correcto. El primer enemigo que debemos vencer es la rutina. Todo lo que
se repite se gasta. Todo lo repetido pierde novedad y termina siendo aceptado
por costumbre. No podemos acostumbrarnos a las sombras que imponen la
corrupción o la indolencia. Cuando algo se gasta se anula nuestra voluntad para
buscar la verdad con el paso presuroso con que el ganado busca la corriente de
agua fresca. Cuando las cosas se aceptan por costumbre se pierde la capacidad
del asombro, que es la capacidad de discernimiento. ¿Qué debemos hacer?
¡Vivificar! ¡Estudiar! ¡Trabajar! ¡Profundizar! ¡Sembrarnos el corazón y la
mente de conciencia Revolucionaria!
La condición revolucionaria se verifica en nuestra conciencia y ésta, en el
modo de vivir nuestro compromiso. Un revolucionario tiene que atornillar en su
corazón una regla de oro: Amar la revolución es amar al ser humano. A todos los
seres humanos. Todo lo demás es reduccionismo simple. En nuestros hombres,
mujeres y niños servimos a la Revolución, en ellos le cantamos, en ellos nos
ofrecemos. No debemos deslizarnos por extremos tontos. No cabe duda del valor
que tiene cada "árbol del bosque". Tanto, que sin ellos en su
conjunto no habría bosque, pero no nos debe caber la menor duda: el bosque es
la revolución socialista en camino a una sociedad justa, solidaria y llena de
amor. Pero no de amor tonto, sino de amor-servicio, de amor-bondad, de amor-ternura,
de amor-comprensión, de amor-alegría, de amor-ilusión, de amor-entrega, de
amor-recio, de amor-exigente, en fin… de amor irrefrenable por Venezuela y
nuestro pueblo.
¡LA PATRIA SERÁ SOCIALISTA O NO SERÁ PATRIA!
¡LA PATRIA SERÁ LA MADRE FECUNDA Y BUENA PARA TODOS O SERÁ ESTÉRIL!
¡EL 26 DE SEPTIEMBRE LA PATRIA NOS CONVOCA!
¡PATRIA SOCIALISTA… O MUERTE!
¡VENCEREMOS!