“Karl Marx fue, entre millones, realmente el único que con su visión de profeta descubriera en el fango de una humanidad paulatinamente envilecida, los elementos esenciales del veneno social, y supo reunirlos, cual un genio de la magia negra, en una solución concentrada para poder destruir así con mayor celeridad, la vida independiente de las naciones soberanas del orbe. Y todo esto, al servicio de su propia raza.” (Hitler. Mein Kampf)
Por una parte, cuando escucho el término “Socialismo Democrático” o “Democracia Socialista”
como definición del camino socialista en Venezuela, digo “Ojalá, así
sea”. Porque la deriva frente al término proviene de viejos prejuicios
sedimentados por al menos 120 años de historia del Socialismo Moderno Europeo,
cuyo legado no se puede ignorar ni confundir con una mala copia de la
tradición bolchevique, tan reclamada como “auténtico socialismo
revolucionario” por los portavoces del ya enmohecido “leninismo de
partido único”. Primer desacuerdo.
Desde allí (leninismo de partido único)
no hay viabilidad histórica para el nuevo socialismo. Además,
contribuye al extravío, el mar de confusiones, de intencionadas
deformaciones, a manipulaciones ideológicas propias de la lucha, del
conflicto, del antagonismo entre el campo del status quo y un campo revolucionario que pretende rebasar el capitalismo desde la revolución democrática.
Proviene de una vieja historia, las erradas disyunciones entre la cuestión democrática y la cuestión socialista. Si usted separa la revolución democrática del socialismo surgen todos los desvaríos del despotismo burocrático.
Pues no es lo mismo declararse críticamente frente al liberalismo
democrático, rebasándolo a partir de una democracia participativa,
deliberativa, protagónica, radicalizada, que confundirla con una
confiscación del poder por un centro político burocrático. Segundo desacuerdo.
Por
otra parte, viejos sectores contra-revolucionarios se cobijan en el
manto del anti-totalitarismo, en clave de derecha, con complejo (o
cálculo) de afirmar que son parte del patético anti-comunismo, del
“macartismo tropical”.
Son los viejos
anti-comunistas de otrora, encubiertos en una mascarada que no deja de
resonar en los tambores de la “guerra fría cultural”. Estos
anti-totalitarios son poco respetables, sobre todo porque desvían la
atención cuando se les advierte el sello totalitario del colonialismo
occidental, del imperialismo, del fascismo, del integrismo católico o
las ruinas que dejó el Mein Kampf hitleriano.
Bastaría que revisarán un significativo libro titulado: “El Totalitarismo: trayectoria de una idea límite”, escrito por la filósofa italiana Simona Forti (2008), para encontrar sus filiaciones, acentos y procedencias.
Algunas
críticas anti-totalitarias muestran miradas de águila para condenar el
estalinismo, pero son completamente miopes cuando están “cara a cara”
con el legado de Mussolini, Franco, Hitler, o más cercano, con los
“Estados de seguridad nacional” latinoamericanos y sus Constituciones
legales, hechura de gente como Pinochet.
A
esta derecha cavernaria no le gusta que le recuerden su afinidad
electiva con el fascismo, ni cómo en 1933 el Vaticano desplegó su
interés en el poder en ascenso del Nazismo cuando el Cardenal Pacelli
(quien después llegó a ser el papa Pío XII) firmó en Roma un concordato
entre el Vaticano y la Alemania nazi. En representación de Hitler, Von
Papen firmó el documento y Pacelli, otorgó a Von Papen la elevada
condecoración papal de la gran Cruz de la Orden de Pío. No hay que
olvidar entonces (“anti-totalitarios de derecha”), cómo desde el
Vaticano se dio apoyo a la tiranía nazi, que fue considerada un baluarte
contra el “comunismo mundial”.
De este
anticomunismo cavernario al anticomunismo de la politología
norteamericana, no hay grandes cambios de registro ideológico. Tal vez
quienes han sido socializados por métodos similares a los utilizados por
las llamadas “juventudes hitlerianas” (Hitlerjugend), usen el término
“totalitario”, en un sentido simplemente cínico o hipócrita.
No hay que olvidar tampoco que Hitler no sólo era anti-semita, sino que era (y por eso) un declarado anti-marxista: “En
aquella época abrí los ojos ante dos peligros que antes apenas si
conocía de nombre, y que nunca pude pensar que llegasen a tener tan
espeluznante trascendencia para la vida del pueblo alemán: el marxismo y
el judaísmo.” (Mein Kampf)
No abundaremos en citas: “Karl
Marx fue, entre millones, realmente el único que con su visión de
profeta descubriera en el fango de una humanidad paulatinamente
envilecida, los elementos esenciales del veneno social, y supo
reunirlos, cual un genio de la magia negra, en una solución concentrada
para poder destruir así con mayor celeridad, la vida independiente de
las naciones soberanas del orbe. Y todo esto, al servicio de su propia
raza.” (Mein Kampf)
O para aclarar su desprecio por la democracia: “La
democracia del mundo occidental de hoy es la precursora del marxismo,
el cual sería inconcebible sin ella. Es la democracia la que en primer
término proporciona a esta peste mundial el campo de nutrición de donde
la epidemia se propaga después.”
Cuando
se afirma que el “socialismo marxista” es totalitario, el beneficio de
la duda sugiere preguntarse: ¿Desde cuál sistema de referencia y de cuál
marxismo me hablan estas presuntas voces anti-totalitarias?
El anticomunismo más
ramplón tiene piernas cortas, como la mentira. Confundir las
experiencias del estalinismo (o el marxismo-leninismo) con Marx es parte
del juego de lenguaje de la derecha cavernaria.
Basta advertir
cómo Hitler se refería negativamente a la propia relación del legado de
Marx, y un partido socialdemócrata que aún mantenía cierta fidelidad
hacia la contribución de la teoría crítica radical.
Justamente
hacia aquellas coordenadas espacio-temporales pueden seguir dirigiendo
su mirada, quienes quieran enfrentar críticamente el legado despótico
que terminó desplegando la experiencia bolchevique, sin denegar por eso
del pensamiento crítico y creativo de Marx y Engels.
Aquí
hay que volver a traer a colación la frase de Engels de 1891
(Contribución a la crítica del programa socialdemócrata), y el modo como
fue distorsionada por Lenin (El Estado y la Revolución), en la que
plantea: “Está absolutamente fuera de duda que nuestro partido y la
clase obrera sólo pueden llegar a la dominación bajo la forma de la
república democrática. Esta última es incluso la forma específica de la
dictadura del proletariado, como lo ha mostrado ya la Gran Revolución
francesa.”
Personajes como Rosa
Luxemburgo quedaron sembrados en la historia como voces y signos de una
crítica radical aún no suficientemente asumida. Como quedaron fuera del
canon, voces tan heterodoxas como Korsch, Gorter, Serge, Souvarine,
Djilas, Basso, e incluso Simone Weil (Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social).
La burocracia marxista-leninista generó su propia ideología legitimadora. Pero eso no era Marx. Tercer desacuerdo.
No
hay democracia socialista sin ejercicio directo de la soberanía del
pueblo, ni sin ejercicio directo del poder por parte de las clases
trabajadoras, con sus múltiples expresiones organizativas, con la
vitalidad de la polémica democrática y con corrientes de pensamiento
diversas; no bajo sustituciones de centros políticos burocráticos, ni con la peor de las fórmulas: sistema de partido único, embrión de lo que a la postre ha sido la cuna de los rasgos autoritarios del llamado “Socialismo realmente inexistente”.
La
naturaleza de las formaciones sociales de los países del este europeo y
Rusia ha sido objeto de una amplia polémica, se han empleado un gran
número de denominaciones para acercarse a una elemental verdad: no
hubo socialismo de los trabajadores ni democracia revolucionaria alguna,
y solo los desprevenidos por la mentira institucionalizada llegaron a
reconocerlo desde 1991. Capitalismo de Estado, Socialismo
burocrático, Colectivismo burocrático, vía no capitalista para la
industrialización, transición bloqueada al socialismo, Estado obrero
degenerado, o socialismo autoritario. Hay quienes han ironizado con las
propias denominaciones de este tipo de sociedades y así hablan de
“socialismo irreal” o de “socialismo inexistente”. Otros prefieren
seguir habitando en la gran narrativa de la mentira institucionalizada.
El
criterio para cotejar si la emancipación de los trabajadores,
trabajadores, de los ciudadanos y ciudadanas, utilizando los hilos
conductores de Marx, se hace por el camino de la democracia socialista, pasa
por atravesar todos los fantasmas del totalitarismo y del despotismo
burocrático, pasa por el balance de inventario crítico de todas las
experiencias que fracasaron en su promesa.
Y
sobre todo pasa por abrir (polémicamente) el canon del marxismo
institucionalizado, sobre todo para de-construir y reconstruir el pluri-verso de la teoría crítica radical, des-dogmatizándola y descolonizándola.
Sin esta práctica de fondo y de vasto calado ( que no es una
distracción especulativa, sino un asunto con implicaciones políticas en
la praxis revolucionaria), sólo se le darán argumentos a la derecha
cavernaria.
Y el viejo anticomunismo retornará
como paranoia colectiva, como práctica contra-revolucionaria, no se
sabe si con las mismas fórmulas de Hitler, Mussolini o Pinochet. O
cínicamente en nombre del anti-totalitarismo.