Dejamos a un lado a los explotadores natos del sistema, a los capitalistas y altos burócratas, al personal gerencial y directivo, a los jerarcas eclesiásticos y ministros religiosos en general, a los miembros del hampa organizada y a las policías de todos los colores, privadas y públicas: municipales, estadales y militares varias, con inclusión del sicariato castrense muy en boga últimamente.
Ninguna de estas personas agrega un ápice al PIB, son consumidores por excelencia, tales desempleados son personas que por su condición no laboran ni en su casita, pero son los principales beneficiarios y consumidores de la riqueza creada por los asalariados en funciones. “Cachicamo trabaja pa’lapa”, es un proverbio que les encaja perfectamente.
Trataremos el caso del “desempleado” que acompaña todos los días e indefectiblemente a la masa de asalariados, habida cuenta de que el “pleno empleo” provocaría el acrecentamiento de inventarios ociosos, y estos aconsejarían reducciones de empleo en general, por aquello de la demanda deficiente. La mayor parte de la riqueza excedentaria, o proveniente del plusvalor, sólo sirve para acumularse, permite amplificar la producción o estancarse en espera de demanda solvente.
La población económicamente activa ora es explotada, ora es desechada por el sistema. Sirve para las suplencias temporales o permanentes, para aumentos ocasionales o planificados de la oferta, y fundamentalmente para mantener a raya los conatos y las protestas del trabajador en funciones en su frecuente demanda de mejoras salariales. Por cierto, desde hace décadas los gobernantes de los países atrapados en este sistema les facilitan la contrata laboral en paz a todos los empresarios. Esto incluye a los gobernantes que suelen autovenderse como antiimperialistas, pero que respiran dentro de la misma atmósfera burguesa. Tales gobiernos se dedican a los ya conocidos “ajustes” salariales de todos los años, en razón de la crónica tendencia inflacionaria que sufren todas las economías menos desarrolladas; las altamente desarrolladas sólo confrontan crisis severas de corta y mediana duración que sólo sirven para la repotenciación de la misma economía que más adelante sufrirá nuevas y periódicas crisis.
Bien, al lado de esos desempleados natos y de aquellos que conforman el llamado “ejército industrial de reserva”, están aquellos quienes, además de sufrir las penurias propias de no tener ingresos económicos estables, moralmente van cayendo en un letargo ciudadano de peligrosa conducta social. De este segmento de desempleados se alimentan las actividades antisociales y morbosas. El tráfico de drogas, sólo practicables por los desadaptados e irrecuperables de la sociedad; la trata de blanca, el sicariato, el carnetismo tartufiano que vende a estos desempleados como ciudadanos de tal o cual partido político.
Tales desempleados colaterales van perdiendo todo estimulo a la organización familiar, anulan todo tipo de credo religioso, van perdiendo el encanto del trabajo responsable y disciplinado. Vale decir que son desempleados que comienzan a parasitar sin vergüenza alguna. Unos se dedican a funciones de mendicantes, otros al hurto y delitos menores propios del “ratero” que pulula por calles y avenidas en un numero que sobrepuja cualquier contingente policial que monte el gobierno, y el resto es contratado por los explotadores no convencionales citados más arriba.
Consecuencialmente, el desempleo parasitario no sólo debe ser abordado por una mayor libertad comercial que facilite la contrata de una mayor cantidad de trabajadores potenciales, sino por un Estado que quiera evitar el parasitismo antisocial. El Estado debe crear fuentes de empleo de servicios no mercantiles que ocupen y vuelvan a inculcar valores familiares, de responsabilidad social. El trabajo voluntario con remuneración mínima podría ser una salida. Nadie debe estar ocioso en una economía siempre sedienta de bienes y servicios varios.
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