Si leemos a Marx, nos enteramos de que la ganancia del capitalista se produce en las fábricas y que luego ella sería vendida en el mercado. (El Capital, “Libro Tercero, Cap. IX”). Este conocimiento teórico es lo que permite afirmar que los asalariados son explotados en el sistema Capitalista, y que los comerciantes sólo convierten ese capital mercancía en capital dinero.
Ahora bien, dado que la plusvalía es invendible, según venimos explicando desde hace un par de entregas, el mercado mundial moderno sólo puede absorber y convertir parte de capital mercancía en dinero, justo en la cuantía del monto salarial volcado sobre la circulación y representada por los asalariados. Por esta razón, y si somos consecuentes, debemos precisar la factibilidad y posibilidad de que los comerciantes, banqueros y el Estado puedan coparticipar en esa explotación mediante alícuotas de plusvalía. Veamos:
Los críticos vulgares de la Economía Burguesa parecen haberse quedado estancados en el tiempo mismo que sirvió de plataforma social a Carlos Marx, ya que jamás se han paseado por la realidad comercial de una oferta burguesa que, si bien otrora halló compradores fuera de los países pioneros y punteros del desarrollo del sistema capitalista, mediante sus colocaciones extramarinas, hoy, luego de la universalización del mercado mundial, se comprueba que ya no hay mercados vírgenes donde colocar la incesante producción de plusvalía.
Ciertamente, algunos países imperialistas o potencias económicas logran colocar buena parte de ese plusvalor, pero siempre habrá otras economías que ven truncadas sus posibilidades de vender su propia plusvalía, y además ven mermada la venta de una parte de la producción que de otra manera podrían comprarles sus asalariados. Tales economías se ven impedidos para cancelar deudas a favor de esas mismas potencias, sobrevienen las demandas judiciales, y finalmente aparecen las subsecuentes crisis a las que ya estamos acostumbrados.
Como hemos planteado, mal puede tener demanda solvente una porción de mercancías cuyo valor para el fabricante se limita a su parte constante invertida antes del proceso productivo, pues el resto de su valor es valor agregado durante el tiempo de trabajado excedentario e impago que permite la producción de plusvalor.
Es claro que el monto de la demanda del asalariado no puede sumar más que el valor conjunto de sus salarios recibidos contenido en la cantidad de mercancías cuyo “valor bruto” se corresponda exactamente con la cuantía de esos salarios. Y es claro también que por razones obvias el valor del capital constante subsumido por el trabajo añadido como “plusvalía”, al lado del plusvalor, también escapa de su capacidad de compra. A lo sumo, tal demanda aumenta ligeramente con las remuneraciones percibidas parasitariamente y como capital constante por el personal de vigilancia, gerencial, contable y directivo en general. En este sentido, los capitalistas terminan comprando mercancías con su propio capital ya que estos trabajadores no agregan ni una pizca de valor.
Es claro que entonces, a mediano y largo plazos parte del capital constante queda también invendido, ocioso y causando pérdidas de conservación y depósito. De aquí que los desembolsos por concepto de intereses se hagan crónicos. Por esta razón los capitalistas ven reducido su capital en funciones, lo que los mueve a reducciones de personal, y con ello estarían mermando su ganancia bruta. Se crea así las condiciones para el “burbujeo” financiero que ya conocemos.
Antes de esta presente transnacionalización y universalización del mercado burgués, resultaba factible que los excedentes de producción (materialización mercantil del plusvalor) fueran perfecta y completamente realizados. Por eso Marx dio cuenta del reparto equitativo del plusvalor entre fabricantes, comerciantes, banqueros y gobernantes, aunque no así del capital constante contenido en las mercancías plusvaloradas, ya que los salarios no dan para tanto. Digamos que desde los tiempos mismos de Marx, ha existido una oferta sin demanda propia.
Hoy, con un mundo de países cuyas economías están sembradas de factorías, cada una de los cueles se ven imperiosamente forzados a buscar mercados fuera de sus fronteras y costas; hoy, con sistemas crediticios de expedita oferta-demanda, con transportes y una mediática que han acercado los mercados de oferentes y demandantes, ya no podemos seguir dando por realizado un plusvalor que de partida carece de demanda, ya no podemos seguir sosteniendo el espejismo de Say, según el cual “cada oferta creaba su propia demanda” (http://es.wikipedia.org/wiki/Ley_de_Say).
Quienes siguen apoyando esa ilusa apreciación de Say niegan la imposibilidad de colocar un PIB más allá del estricto valor y cuantía de los salarios, habida cuenta de que los capitalistas en conjunto no pueden comparase a sí mismos un excedente productivo que les ha resultado gratis, y que, por el contrario, les ha insumido parte de su capital en la cuantía de los materiales usados en la fabricación de mercancías durante el trabajo excedentario, según categorías ya connotadas.
En consecuencia, podemos inferir que con una plusvalía irrealizable, al lado del capital constante de las mercancías depositarias de esa plusvalía, irrealizable también, optamos por afirmar que “la ganancia del comerciante sí proviene limpiamente del mercado”, y los intereses de la banca y los impuestos en general derivarían de estos sobreprecios que fabricantes, comerciantes banqueros y gobernantes imponen al consumidor.
Esta inferencia permite darnos cuenta de que el fruto de la explotación salarial, representado en la plusvalía y que contiene capital constante ocioso, no basta al sistema para mantener explotado y en penuria al proletariado. Como ese fruto o plusvalor termina en los inventarios sin salida, las ganancias con las que se lucran y enriquecen los fabricantes, los comerciantes y banqueros y gobernantes, provienen también de los asalariados, pero no ya por concepto de explotación salarial, fábrica adentro, sino por los sobreprecios de mercado.
Estas conclusiones viene a dar la razón a los apologistas del sistema cuando han negado que las ganancias provienen de la explotación en esas fábricas, y que más bien responden sobreprecios que la dura competencia y las diligencias gerenciales practican los capitalistas en general.
Desde luego, admitida esta realidad, debemos inferir también que hemos estado montados en un sistema que explota a los trabajadores, que se acumula inútilmente, que es sólo para acrecentar y mantener una riqueza material que no halla compradores, y que obliga a los empresarios burgueses a esquilmar los salarios de un trabajador que ahora se nos presenta como doblemente explotado: en las fábrica para alimentar la riqueza burguesa y ociosa, y en el mercado para costearle el consumo a los parásitos del sistema, o empresarios y gobernantes en general.
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