Los datos sobre sociedades “prehistóricas” nos hablan de consumidores dedicados a la recolección de frutos silvestremente ofrecidos por la Naturaleza. La caza y la pesca complementaban el sustento alimentario hasta que el nomadismo dio paso a un sedentarismo, y este desembocó en las civilizaciones antiguas erigidas por los trabajadores agrícolas y artesanos que históricamente han llegado hasta nosotros, luego de la larga evolución tecnociéntifica que conocemos.
Durante los últimos días hemos tratado el tema de la irrealización ora del plusvalor, ora de las ganancias meramente mercantiles. Con una plusvalía, o ganancia si fuere el caso, carentes de mercado, ninguna sociedad moderna podrá gozar de estabilidad económica, y la amenaza de las guerras y querellas internacionales erguirán siendo el amargo pan de cada día.
Paseémonos por este cuadro: Un empresario que no vea realizada toda su producción durante un tiempo y económicamente prudencial debe ajustar su plan de producción; ante esa conducta del mercado, tal ajuste supone reducción de empleo de recursos materiales y de mano de obra. Detrás de ese ajuste se repetirá la misma desigualdad entre una oferta superior a una demanda que de partida no podrá dar cuenta de aquella por el simple hecho de que parte de toda la producción mercantil burguesa le resulta gratis a sus vendedores, y como el poder de compra de los consumidores lo determina el volumen de empleo remunerado, la plusvalía, o la ganancia si fuere el caso, marcan inevitablemente el crónico déficit de mercado.
Ocurre que actualmente las leyes proteccionistas laborales han frenado esa respuesta empresarial, y la mayoría de los empresarios limitan sus ajustes a una baja en la productividad que obviamente pesa sobre sus costes medios.
Esos costes crecidos lo conducen a mermas en sus ganancias o a indeseables y perjudiciales alzas de precio, todo lo cual responde a alteraciones en la libertad de comercio que en nada favorecen la industria, independientemente de que los trabajadores gocen de una mayor estabilidad laboral puesto que pagarán necesariamente con mermas en su cesta básica y con malestar de desabastecimiento permanente.
También ocurre que cuando la industria se alimenta de recursos naturales no renovables (minerales, hidrocarburos, pesca, etc.) entonces los precios finales suelen ser inferiores a su valor en condiciones más artificiales para la obtención de materias primas y energéticos en general (hulla blanca, productos intermedios industriales,…). Los trabajadores de un país importador de petróleo, por ejemplo, no son solventes para absorber la plusvalía producida por ellos dentro de dicho país, mientras que a los trabajadores del país exportador de esas materias o energéticos naturales, por el contrario, hasta les sobra capacidad de compra puesto que jamás se imputa al valor de esos productos el coste original de tales recursos naturales, y las remuneraciones del trabajador mineropetrolero suelen ser superiores al nivel medio salarial del personal que opera en el resto de las industrias abastecidas con recursos sintéticos.
Otro tanto ocurre con los derivados agrícolas en cuyo coste jamás se valora el costo de la tierra agrícola que sirve de plantación, y que suele sufrir desgastes en su fertilidad natural. Sólo se imputa la mano de obra, los fertilizantes, semillas y demás costes constantes concomitantes, pero, al contrario del criterio fisiocrático de otrora, a la Naturaleza no se le atribuye participación “productiva” en estas mercancías. El arriendo feudal o capitalista solo acentúa la carencia de mercado.
Pudiéramos decir entonces que los países como Venezuela son “países recolectores”, e igual calificativo merecen los países atrapados todavía en la actividad agrícola en la cual el trabajo humano opera con elevada productividad de plusvalor y los rendimientos mineros y agrícolas superan en mucho los aportes laborales de su personal. No obstante, las actividades mineras, petroleras y agrícolas pertenecen a la industria que más se acerca al ideal del modo de producción que garantiza alimentos, energéticos y materias primas con menor grado de contaminación artificial, con menor composición orgánica de capital y consecuencialmente garantizan mayor solvencia de mercado para su propia oferta, aun en condiciones capitalistas de producción.
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