Cuando decimos “explotación del hombre por el hombre”, aludimos a las sociedades divididas en clases; estas son agrupaciones de personas de partida muy desiguales entre sí, acusan marcadas diferencias en poder económico y consecuencialmente en educación, en independencia de criterios y en control ideológico.
Los miembros de cada clase tienen en común el origen y modo de obtener sus ingresos, y tales ingresos responden a la separación contranatural de las fuerzas productivas, separación del trabajo de los medios de producción. Estos medios han terminado concentrándose en la clase burguesa, propia del capitalismo, ya que este sistema deja sin ellos a la clase proletaria, y esta queda limitada al “alquiler” de la fuerza de trabajo de los trabajadores a cambio de salarios.
La clase burguesa inicia su poder sobre las demás clases durante las décadas tardías del Medioevo, si bien tuvo relevancia meramente comercial en sus comienzos como relevista de la clase aristocrática feudal. Remonta sus antecedentes históricos al nacimiento mismo del comercio practicado por los pioneros del esa actividad mercantil en el Cercano Oriente fenicio. Es tal su fuerza social que todas las transacciones que giren sobre la producción de bienes parecieran correr a cargo de comerciantes. Por eso Carlos Marx interpretó como mercancía a la fuerza de trabajo cuyo precio sería el monto de salarios recibido en cambio.
Ha costado mucho entender que la clase burguesa industrial capitalista, dedicada a la producción de las mercancías, no comercia cuando paga salarios a sus trabajadores agrupados en centros fabriles. Como esta clase controla los medios de producción, el trabajador se ve compelido a ofrecer su capacidad técnica a los burgueses al “precio” de su conveniencia, y sólo pagan salarios en dinero amonedado para que este pueda acudir al mercado. Ni siquiera les permiten a los trabajadores cobrar en mercancías producidas por ellos con lo cual podrían aminorar la explotación de los capitalistas comerciales intermediarios.
Teóricamente, los salarios representan el precio de la fuerza de trabajo, ya que es en la sociedad capitalista donde todos los bienes son mercadeables con inclusión de la propia capacidad de trabajo que por esta razón queda asimilada a una mercancía autoproducida por los trabajadores mediante la ingesta de sus bienes de subsistencia.
Pero, bien miradas las cosas, si los trabajadores del capitalismo pudieran vender su fuerza de trabajo, serían ellos quienes fijarían sus correspondientes precios y condiciones colaterales. Esto no ocurre así, y aunque la puja por mejoras salariales pareciera ser una lucha patrono-obreril por mejores precios para la “fuerza de trabajo”, tal puja sólo revela una modalidad de explotación paralela sufrida por el asalariado, ante un mercado que suele maximizarle los precios de las cesta básica, y por causa de un gobierno X que suele recurrir a devaluaciones monetarias con fines estrictamente políticos. De resultas, este consumidor se ve obligado a pedir más por sus servicios, pero vender, en el sentido comercial de la palabra, es imposible dada la naturaleza especial del trabajo, ya que este se manifiesta sólo en la producción transformativa de los medios de producción pertenecientes a su patrono. La fuerza de trabajo sería la única mercancía que se sólo se vendería al crédito y sin cargo de intereses.
Esta división clasista capitalista no se detiene en la formación de ricos y pobres, sino que le permite a la clase burguesa condicionar, modelar y deslindar la educación de los proletarios a fin de que en cada uno de sus miembros prospere la convicción ideológica de que son libres, de que realmente el trabajador negocia con su patrono y de que la educación técnica recibida en los centros de enseñanza burguesa podrían sacarlo del hueco de la pobreza, así nada más.
Los pocos trabajadores que logran salir de la pobreza son aquellos listos para la gerencia fabril, comercial o financiera, con funciones específicamente improductivas, sólo útiles para la coordinación de unos equipos de trabajo que fuera de la fábrica son incapaces de hacer grupos solidarios, pero que dentro de la fábrica son despojados de todo tipo de libertad con inclusión de la referente a su ideología y hasta convicción religiosa.
Así las cosas, tenemos una clase proletaria que vive en un mundo de completa ignorancia sobre la razón de su existencia, incapaz de explicarse por qué unos pocos, y sin trabajar, se hacen ricos (los patronos) mientras la mayoría de los trabajadores se limita a reciclar su pobreza día tras a pesar de trabajar continuamente para vivir.
En la sociedad clasista se da dos corrientes de seres humanos que jamás han hecho una sociedad como tal, sino una combinación de dos clase radicalmente opuestas e inmezclables, con dos tipos de explotadores, unos fabriles y otros comerciales, sólo amalgamadas en una unidad mediante instituciones estatales que ayer, monárquicas, y hoy las democráticas, siguen manteniendo gobiernos conservadores al servicio de unos patronos ociosos que explotan a unos trabajadores siempre cargados de faenas fabriles y caseras, y quienes como consumidores viven en permanente desventaja frente a unos comerciantes y gobernantes que hasta ahora sólo han sabido continuar y complementar la obra explotadora de los patronos fabriles.