Excelentes
navegantes y audaces exploradores contaban con numerosas flotas
comerciales y de guerra, estas últimas protegiendo siempre a los barcos
mercantes. Se les ha llamado con mucha propiedad "recaderos del mundo
antiguo". Su importante marina iba a buscar los metales útiles como el
estaño, cobre y oro en los lugares mas apartados, de los cuales se hacia
gran consumo en la corte del faraón y en Ninive y Babilonia. En las
colonias fenicias del sur de España encontraron grandes minas de plata,
fuente de riqueza y expansión fenicia. Diodoros, escritor clásico anota:
" los fenicios allegaron grandes riquezas en el comercio de la plata.
Gracias a este comercio que realizaron durante mucho tiempo, crecieron
hasta el punto de poder fundar colonias en Sicilia e islas cercanas, en
Africa y Cerdeña y en Iberia". Vendían en Grecia, en Italia, en todas
las costas bañadas por el Mediterráneo, el incienso y la mirra de
Arabia, las piedras preciosas, las especias y marfil de la India, la
seda de China, los esclavos y caballos del Cáucaso.
El comercio
fenicio era de intercambio y estos no usaron la moneda hasta el año 400
antes de la era cristiana. En Sidón, solo por la influencia de los
persas se empezaron a acuñar monedas. En el reverso estaba impresa la
cabeza del rey persa, lo que atestigua los estrechos lazos que por aquel
tiempo unían a Persia y Sidón. (Articulo enviado por: SEYNI GUZMAN. Email: sealguz21@yahoo.com) Tomado de: http://www.arqhys.com/construccion/fenicio-comercio.html
De entrada, observemos que toda esa historia del epígrafe está sobrecargada de loas al comercio. Hoy sabemos que más que beneficios ha traído desgracias de toda índole y sin cesar, salvo para la alta burguesía que sigue comerciando en los mercados bursátiles, con títulos volátiles, con presidentes títeres, con economías enteras ya colonizadas capitalistamente, y, peor aun, con dineros obligacionales que lejos de expresar el valor de los valores de uso, sólo expresan el precio del dinero o de un supuesto y artificial “valor” del “valor de cambio original”, aunque los aficionados a la economía siempre lo ignoraron ya que resultaba muy difícil atribuir al trabajo servil y esclavista alguna propiedad productiva.
El comercio arrancó con el trueque, única forma a la sazón de intercambiar los bienes. La experiencia y rutina artesanal y agrícola supo estimar empíricamente el “costo” de los esfuerzos involucrados en dichos bienes, y eso permitió los intercambios con sujeción a los trabajos concretamente aplicados.
El desarrollo del trueque a escalas mayores fue convirtiendo bienes naturales en “mercancías” y con estas apareció el “valor de cambio”, vale decir, el “valor monetario” del “valor de uso”, o sea el precio expresado en dinero. Tales diferencias, entre valor de uso y valor de cambio, les “rompieron el coco” a todos los Economistas premarxistas.
Casi toda la literatura científica económica giró sobre el origen del valor, o de la riqueza material, si bien se tardó miles de años en conocer su fuente. Fueron los clásicos de la Economía Política quienes más se acercaron sin llegar a la meta. Carlos Marx tuvo la virtud de culminar la búsqueda más importante de todos los tiempos, la de hallar el verdadero “origen de la riqueza”, ya que una cosa es el trabajo como fuente del valor de las mercancías intercambiables, y otra, la fuente de la riqueza de algunas naciones y de algunas personas, al lado de la pobreza de las mayoría y de los trabajadores en general de todas las naciones y países en general. La idea es que riqueza y pobreza son categorías históricas, transitorias o sociológicas ligadas a la explotación clasista; desaparecida ésta, ellas también desaparecerán:
Adam Smith (1723-1790), economista y filósofo británico, cuyo famoso
tratado Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las
naciones, más conocida por su nombre abreviado de La riqueza de las
naciones (1776), constituyó el primer intento de analizar los factores
determinantes de la formación de capital y el desarrollo histórico de la
industria y el comercio entre los países europeos, lo que permitió
crear la base de la moderna ciencia de la economía.
PENSAMIENTO E INFLUENCIA
En
La riqueza de las naciones, Smith realizó un profundo análisis de los
procesos de creación y distribución de la riqueza. Demostró que la
fuente fundamental de todos los ingresos, así como la forma en que se
distribuye la riqueza, radica en la diferenciación entre la renta, los
salarios y los beneficios o ganancias. La tesis central de este escrito
es que la mejor forma de emplear el capital en la producción y
distribución de la riqueza es aquella en la que no interviene el
gobierno, es decir, en condiciones de laissez-faire y de librecambio.
Según Smith, la producción y el intercambio de bienes aumenta, y por lo
tanto también se eleva el nivel de vida de la población, si el
empresario privado, tanto industrial como comercial, puede actuar en
libertad mediante una regulación y un control gubernamental mínimos.
Para defender este concepto de un gobierno no intervencionista, Smith
estableció el principio de la “mano invisible”: al buscar
satisfacer
sus propios intereses, todos los individuos son conducidos por una
“mano invisible” que permite alcanzar el mejor objetivo social posible.
Por ello, cualquier interferencia en la competencia entre los individuos
por parte del gobierno será perjudicial.
Los clásicos tomaron de
Ricardo el concepto de rendimientos decrecientes, que afirma que a
medida que se aumenta la fuerza de trabajo y el capital que se utiliza
para labrar la tierra, disminuyen los rendimientos o, como decía
Ricardo, "superada cierta etapa, no muy avanzada, el progreso de la
agricultura disminuye de una forma paulatina".
La oposición a la
Escuela Clásica provino de los primeros autores socialistas, como el
filósofo social francés Claude Henri de Rouvroy conde de Saint-Simon, y
el utópico británico Robert Owen. Sin embargo, fue Karl Marx el autor de
las teorías económicas socialistas más importantes, manifiestas en su
principal trabajo, El Capital (3 vols., 1867-1894).
Para la
perspectiva clásica del capitalismo, el marxismo representó una seria
recusación, aunque no dejaba de ser, en algunos aspectos, una variante
de la temática clásica. Por ejemplo, Marx adoptó la teoría del valor
trabajo de Ricardo. Con algunas matizaciones, Ricardo explicó que los
precios eran la consecuencia de la cantidad de trabajo que se necesitaba
para producir un bien. Ricardo formuló esta teoría del valor para
facilitar el análisis, de forma que se pudiera entender la diversidad de
precios. Para Marx, la teoría del valor trabajo representaba la clave
del modo de proceder del capitalismo, la causa de todos los abusos y de
toda la explotación generada por un sistema injusto.
Aunque en
el Manifiesto Comunista (1848) Marx y Engels pagaban un pequeño tributo a
los logros materiales del capitalismo, estaban convencidos que estos
logros eran transitorios y que las contradicciones inherentes al
capitalismo y al proceso de lucha de clases terminarían por destruirlo,
al igual que en el pasado había ocurrido con el extinto feudalismo
medieval.
A este respecto, los escritos de Marx se alejan de
la tradición de la economía clásica inglesa, siguiendo la metafísica
del filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel, el cual consideraba
que la historia de la humanidad y de la filosofía era una progresión
dialéctica: tesis, antítesis y síntesis. Por ejemplo, una tesis puede
ser un conjunto de acuerdos económicos, como el feudalismo o el
capitalismo. Su contrapuesto, o antítesis, sería, por ejemplo, el
socialismo, como sistema contrario al capitalismo. La confrontación de
la tesis y la antítesis daría paso a una evolución, que sería la
síntesis, en este caso, el comunismo que permite combinar la tecnología
capitalista con la propiedad pública de las fábricas y las granjas.
A
largo plazo, Marx creía que el sistema capitalista desaparecería debido
a que su tendencia a acumular la riqueza en unas pocas manos provocaría
crecientes crisis debidas al exceso de oferta y a un progresivo aumento
del desempleo. Para Marx, la contradicción entre los adelantos
tecnológicos, y el consiguiente aumento de la eficacia productiva y la
reducción del poder adquisitivo que impediría adquirir las cantidades
adicionales de productos, sería la causa del hundimiento del
capitalismo.
Con la aparición de las mercancías surgió la moneda o el dinero, y este tuvo su propia evolución hasta arribarse al dinero metálico que se perfeccionó con el uso del oro gracias a sus extraordinarias cualidades físicas: máximamente fraccionable e inoxidable. Como sabemos, el dinero funge de “equivalente” del “valor” (trabajo humano) de los bienes con expresos y visibles “valores de uso”. Como tal, el dinero no expresa su valor per se, y de allí que cuando se le use como mercancías se desprenda de él un supuesto valor de uso (financiero) que consecuencialmente tiene su propio “valor de cambio”; este “v. de cambio” del dinero representa las mercancías bursátiles que nos ocupan.[1]
Luego, apareció el dinero fiduciario que sigue desarrollándose mediante formas virtuales para un megamercado mundial de unas “mercancías” o “valores dinerarios” que ya no conocen fronteras ni costos de hechura ni de transportación. Tal es el resultado de que todo bien convertido en mercancía posee un valor dinerario (precio) que expresa su valor genérico o social, capaz de enfrentarla, para su cambio, a cualesquiera otras que también se expresan con determinados precios. El desarrollo del dinero permitió su autonomización, y con ello la de las “acciones” y obligaciones financieras que expresan el valor de cambio de los patrimonios fabriles y productivos en general.
Pero cuando se inicia el comercio de dinero, de obligaciones, entonces los valores de uso de las mercancías van perdiendo importancia comercial, la oferta se aparta de la demanda real y las crisis financieras hacen su aparición. Los compradores de tales obligaciones pueden terminar arruinados, sus incumplimientos comerciales arruinan a los fabricantes y la ruina de estos deviene en desempleo. Así, pues, el volumen comercial de las transacciones de los principales países fabricantes, importadores y exportadores, devino en el mercado bursátil, suerte de “bolsa” o centro operacional que hoy logra y permite el intercambio con dinero fiduciario en las diferentes formas financieras conocidas: acciones, pagarés y demás obligaciones, pero más recientemente, permite el comercio de los inventarios de “paramercancías”, tanto ya producidas y almacenadas como las vendidas para entrega futura a mediano y largo plazos que se hallan en proceso de fabricación. Decimos “paramercancías”, habida cuenta de que tales intercambios bursátiles las realizan personas desvinculadas de los fabricantes, y sus transacciones giran alrededor de “los precios de los precios” de tales o cuales mercancías.
Se comprende que si en el trueque puede haber disparidades de valoración de los bienes intercambiados, aunque mínimas, entre el valor trabajo de un valor de uso y su valor de cambio en especie, esas disparidades se hacen mayores en el comercio de mercancías, y, de perogrullo, los precios de las obligaciones en los mercados bursátiles ya no guardan ninguna relación de valor con los valores de las mercancías que les sirven de referencia ya que se trata de una especie de dinero que se usa para valorar el dinero, siendo que este ya en sí mismo está sujeto a desviaciones como equivalente de “valor trabajo”.
De manera que desde sus comienzos (siglo XV), las bolsas siempre han encerrado una potencial engañifa financiera por el hecho de que, en esos centros, el precio anda por un lado y el valor de los bienes por otro. Hoy los precios de las bolsas son la representación de un mercado de mercancías que ya no tienen compradores solventes como tales, pero la compraventa del patrimonio y las obligaciones de sus fabricantes están reemplazándolo; por tales motivos se recurre a la venta de las correspondientes obligaciones, de las acciones de las compañías, de los compromisos de entregas de unas mercancías a futuro, con todo el riesgo que toda producción involucra.
Las bolsas son mercados donde las mercancías reales han perdido importancia, los asalariados y el propio mercado de bienes útiles pasan a un segundo plano de inferioridad e importancia económica; su mercado es reemplazado por papeles financieros donde los capitalistas y mercaderes modernos buscan obtener apresuradas ganancias de mercado sobre la convicción todavía imperante de que no hay explotación del trabajo en fábricas de valores de uso, de que las ganancias son una cuestión de “olfato”, de aptitudes gerenciales, de iniciativas y de cierta metodología empresarial.
Esas cualidades extraeconómicas aplicadas a la bolsa permiten que unos ganen mientras otros pierden, y si bien dan buenos resultados individuales, lo hacen sólo a nivel de los transaccionistas de cada día, de c. hora, porque, para las fábricas, los valores negociados en las bolsas no son dinero que exprese el valor de las mercancías, sino un espurio “dinero” expresivo de dinero, una suerte de intercambios de segundo orden donde la producción de bienes no corre a cargo de los bolsistas, los precios ya no expresan el valor de ellos, y el mercado pasa a convertirse en un “mercado de mercados”.
El mercado bursátil queda reducido al mercadeo de los valores de cambio entre sí, y los valores de uso terminan perdiendo relevancia. Por esta razón, se está en presencia de una especie de trueque cambiario, o sea de trueque entre valores de cambio y no trueque entre valores de uso. De manera que retomando la historia del dinero, de las mercancías, hemos pasado del intercambio de valores de uso entre sí, al i. de mercancías con sus respectivos valores de uso y de cambio, para arribar modernamente al trueque de valores de cambio. Toda una especie de fase última que vendría a cerrar el ciclo circulatorio de la producción de bienes en régimen capitalista.
En última instancia, la quiebra de los bolsistas repercute en la esfera de la producción, y sus fabricantes se sienten defraudados con dinero devaluado y con precios muy alejados de los verdaderos costes de fabricación. Es que desde el trueque a esta parte, en cada intercambio de mercancías damos por supuesto que determinada cantidad de dinero equivale al valor del bien comerciado, y este bien debe tener un valor de uso determinado, un valor tangible muy apartado, por supuesto, de los papeles negociados a través de dineros fiduciarios. Sin embargo, ignorando sus consecuencias para toda la Economía, a mediano y largo plazos, desde que se imprimieron los primeros billetes, se crearon los primeros títulos accionarios, se empezó a negar la ligazón que debe existir entre valores de cambio y v. de uso. El canje de valor de uso por otro valor de uso es un comercio concreto o trueque a secas, mientras el cambio de valores de cambio por v. de cambio es un comercio de otras cosas que no son mercancías.
El bien natural que funge de equivalente del valor del otro bien comienza a adulterar el valor de los bienes. Con el dinero metálico el distanciamiento del precio expresado en monedas comienza a despegarse y a tener vida y un mercado propio, y al pasarse a la moneda fiduciaria (papel moneda) los riesgos son máximos. Pero cuando el mercado bursátil se limita a negociar e intercambiar obligaciones, o sea “dinero” equivalente de otro dinero, la separación se consuma, se habrá creado otro mercado alternativo donde no hay manera de garantizarle a ningún comprador si con el dinero recibido, si con las obligaciones compradas, podrá hacer uso de bienes de uso y en cantidades determinadas. Los tenedores de obligaciones se limitan a reciclar sus compraventas durante un tiempo indefinido, lo hacen viciosamente hasta el momento de los vencimientos masivos y encadenados de tales obligaciones. Entonces sobrevienen los famosos estallidos tipo crack.
El craso error que comete el comerciante bursátil, desde sus prolegómenos medievales, es negar la identidad que liga los valores de uso (material, útil y concreto) a sus valores de cambio. Este v. de cambio adoptó la forma dineraria, pero cuando los tipos de dinero empleados carecen de valor per se, como el oro, la plata o afines, entonces queda rota la relación entre el verdadero valor trabajo de las mercancías y ese dinero artificial que le sirva de medida. Cuando esto ocurre, el dinero fiduciario ocupa el papel de sustituto de la oferta en especie, y hasta hace mercado aparte y paralelo, y potencialmente alberga todos los vaivenes, desgracias y fortunas que arruina o enriquece a sus intermediarios.
Los gobiernos que optan por viejas formas de comercio, están desgraciadamente dándole una nueva oportunidad a un sistema que agoniza. Desde acá, recomendamos más libertad comercial burguesa para que dicho sistema termine de botar toda su carga de malignidad económica y lo reemplacemos definitivamente por otro modo de vida “sin mercados” ya que estaríamos ante una nueva economía donde la producción de bienes útiles sería distribuida entre la población pero no ya a través de intermediario alguno. Los mercados desaparecerían, y con ello la amenaza del mercado de las mercancías bursátiles.[2]