Según nos venden los apologistas burgueses, toda Inflación que evite la depresión económica requiere un financiamiento, porque cuando el circulante sobrepasa las necesidades monetarias para determinada cantidad de oferta se termina incrementando la demanda y este incremento provoca una reacción inmediata en los precios, habida cuenta que la oferta es siempre menos elástica que la demanda. De parte de los consumidores, a más dinero disponible en cartera mayores visitas a las tiendas y expendios en general[2], y de parte de los empresarios, a mayor capital mayor incentivo para expandirse.
Obviamente, los precios pueden aumentar como efecto de un alza en el cambio extranjero o de la paridad; entonces, se inicia un proceso de descapitalización de muchos empresarios y/o el empobrecimiento de los trabajadores, mientras no se logre mejoras salariales. Si estas llegan, la inflación detiene sus perversos efectos ya que la pérdida del poder adquisitivo derivada de la devaluación se compensaría con mayor cantidad de dinero y la demanda se restablecería a niveles superiores.
Cabe acotar que las revalorizaciones de la moneda nacional, si bien evitan la producción de dinero inorgánico, o “circulante burocrático”, no necesariamente desembocan en deflación o bajas de precios. En Economía se maneja una experiencia tomada de la Física que se conoce como “histéresis de los costes”, que aplica la contabilidad de costes burguesa mediante su método llamado UEPS. Según esta técnica (último que entra, primero que sale), el alto precio anterior de adquisición de sus inventarios lo aplica para sus salidas, y generalmente este viejo precio sigue rigiendo para los nuevos inventarios adquiridos a menor coste, aunque con ligeros ajustes hacia abajo.
Todo eso y más hacen de los procesos inflacionarios una larga tela que cortar; no obstante queremos detenernos en un efecto paralelo que hemos venido observando en las Economías pacientes de procesos inflacionarios. Nos referimos al impulso que recibe la economía capitalista con estas inyecciones monetarias, puesto que ellas surten el efecto de una mayor liquidez de caja, y una mejor calidad de los bienes que suele acompañar a dichos brotes inflacionarios. Es un hecho que mientras se regulan los precios, se devalúa la moneda nacional y la Economía se deprime, los estímulos de los empresarios flaquean, puesto que su interés no es social sino particular. Si no venden suficientemente, poco ganan para sí mismos, carecen de ahorros, baja su capacidad inversora y acuden a economías mezquinas que terminan empobreciendo la calidad de sus bienes fabricados o de los importados, según el caso.
Pero los mayores volúmenes de circulante, orgánicos o inorgánicos, siembran un espejismo alentador a para la insaciable avidez del empresario capitalista; este invierte con mayor confianza (si el gobierno le ofrece garantías estables), adquiere mejores y más costosas materias primas, todo lo cual le permite mejorar la calidad de sus productos en un intento por justificar las consecuentes alzas de precio generadas por la Inflación.
Este financiamiento inflacionario, el espejismo de una mayor demanda, al igual que las regulaciones de precios, son medidas que si confluyen concomitantemente podrían provocar depresiones económicas y hasta estanflación, ya que la demanda terminaría bajando, sobreviene el desempleo y los precios seguirían creciendo.
De allí y curiosamente, los apoyos y argumentos de los apologistas del libre cambio actúan con estricto apego a su concepción burguesa, según la cual el único y racional incentivo que tienen los empresarios es la ganancia particular que les sirve de fondo de acumulación o ahorros. Cuando un gobierno regula los precios al consumidor no hace otra cosa que amputar la ganancia; como esta es la expresión monetaria de la plusvalía, tal medida atenta directamente sobre la economía ya que si bien el asalariado logra mejorar su vida, lo hace consumiendo el excedente productivo que sólo en manos del empresario se utiliza para ampliar la producción de los próximos períodos.
De resultas, devaluaciones monetarias, procesos inflacionarios, la regulación de precios y un mejoramiento en el nivel de vida de los trabajadores, sin que estos hayan mejorado su productividad, son medidas que desgraciadamente frenan el desarrollo económico en la sociedad burguesa.