Por ejemplo, el asalariado medio presiente que no le sale vehículo propio para su uso personal, no tiene dónde guarecerlo, se convierte en su propio “cachifo” para lavarlo, pulirlo, practicarle reparaciones menores, etc., con todo lo cual termina perdiendo el glamur que perseguía con su adquisición. No obstante, su alienación burguesa al respecto ha sido tal que admite, comparte y afirma que “el carro no es un lujo, sino un necesidad, aunque esta expresión no sea suya “ni en lo más mínimo” - La industria vehicular no podría tener su mercado más ni mejor asegurado - Económicamente, sólo le sale como transporte público o como “fuente de trabajo” a favor de terceros para que por supuesto lo exploten y “le saquen la chicha”.
Sabe que no le sale ropa de primera ni zapatos de primera ni música ni aguardiente de primera[1], ni calzado de primera ni de línea blanca ni lacres ni de ningún color por feos ni malolientes que estos resulten. Sabe que no le sale buenos textos escolares ni de literatura, que sólo le sale, en el mejor de los casos, los libritos populares de un solo uso y hechos con papel de estraza, los baratísimos y descoloridos “condoritos”, los insalubres y mutilados libros de las “chiveras” sin control de calidad alguno, aunque bien caros relativamente[2].
Al proletario solvente le sale perfumes de marca, desmarcados o adulterados, relojes imitativos, y mucha ropa arrendada por corto plazo para una que otra rumba burguesoide que tampoco le sale pero que se empeña en practicar en respeto de las costumbres burguesas que tanto mira y admira por la TV, en el cine, revistas encartadas en periódicos viejos y en las revisteras de las empresas hospitalarias, ya derruidas por el uso y su baja frecuencia de renovaciones.
Bueno, pero toda esa realidad que caracteriza el consumo popular tiene que ver sólo con el aspecto sociológico y psicológico del asunto. Nosotros apuntaremos hacia su trasfondo económico, lo que el capitalista persigue con la fabricación, promoción y penetración del mercado de bienes finales que ingresan a la “diminuta” cesta del asalariado.
Se trata de que ningún capitalista puede irrespetar o violar la ley de oro de la Economía Vulgar (léase burguesa), según la cual “debe invertirse un mínimo de capital, con el cual y en paralelo obtenerse un máximo y acrecentado capital final, medido por su tasa de ganancia media. En este sentido, todos los capitalistas son igualmente poderosos, como los proletarios son igualmente menesterosos, puesto que siempre adolecen de uno que otro faltante en su dieta popular. La especulación, el acaparamiento, las triquiñuelas, la marramuncia, el ladinismo, la estafa comercial, los daños ocultos, en fin, la mercancía de tercera y las de segunda y de primera, sólo en apariencia exterior, como el lujoso y abrillantado empaque, logotipo, marca de fábrica, etc., representan fuentes de ganancia insustanciales e insostenibles que obviamente recargan el precio de mercado, pero no el precio del valor que el capitalista saca de su bolsillo para la fabricación correspondiente, fábrica adentro.
Desde luego, los empresarios fabriles siguen negando o ignorando que todos esos sobreprecios responden a una estafa cometida al lado y conjuntamente con la explotación del trabajador en las fábricas, una explotación que el industrial fabril comparte con el comerciante, con el banquero, con el gobernante de turno en funciones hacendísticas, fiscales o presupuestarias. De allí se desprende que virtualmente sea “pedirle peras al olmo” esperar que cualquier mandatario atente contra un sistema que le brinda todas las oportunidades de enriquecimiento personal y su consecuente incorporación a la elite empresarial burguesa.
Para entender esta parte de ganancias de mercado, sólo basta suponer que ese comerciante, sus medios de comercio, sus dependientes y demás gastos operacionales mercantiles formen parte del propio capital del fabricante, a manera de una extensión departamental dentro del propio recinto y galpones productivos. Se trata de una simple división del capital en los variados sectores de la producción capitalista, misma que subsume la Circulación General del Capital.[3]
Pero, aparte de esos mecanismos comerciales, maximizadores de la “ganancia bárbara”, están los recursos minimizadores de los costes de producción a los que apela el capitalista. Estos maximizadores consisten en la recuperación de parte de los desembolsos salariales mediante la venta de mercancías fuera de la cesta vital del trabajador, pero cuya alienación le impulsa a su compra y que son la esencia misma del consumismo burgoproletario.
Desde luego, el trabajador en funciones de consumidor devuelve al fabricante lo que recibió como salario actual, y hasta suele comprometer parte de los futuros, vía crediticia, pero al comprar mercancías satisfactorias de necesidades inducidas mediante un reciclaje prematuro de la moda, recorte de la vida útil de los bienes de uso, y particularmente la compra de mercancías completamente “suntuarias” , este consumidor le garantizan al fabricante una ampliación de sus ganancias con un mercado artificial, y le permite recuperar parte de sus desembolsos finales por concepto de salarios, prestaciones y afines que le reducen su tasa de plusvalía.
[1] La cerveza nacional de primera -de primera colada - hecha en Venezuela con excelentes aguas naturales, tiene su mercado favorito en el exterior, como lo tienen los hermosos plátanos del Sur del Lago de Maracaibo, y asimismo el cacao bruto. Por supuesto, lo mejorcito de la intelectualidad y ciencias venezolanas sólo afuera logra éxitos merecidos (Fuga de cerebros); estos trabajadores entran en el paquete de exportación como recursos “naturales” que durante 500 años Europa y los capitalistas del mundo llevan investigando, tomando, usufructuando, explotando en beneficio propio. Eso ha sido así, aunque los tiempos estén cambiando. . La industria automotriz venezolana–otro ejemplo – se nutre con insumos “de primera calidad”, de insumos de segunda, y de allí que estos ensamblajes escondan muy bien los sobrantes y desechos que las fábricas imperiales segregan de sus propias ensambladoras.
[2] Los importados insumos nacionales de bienes de consumo final e intermedios ora son ya obsoletos o desfasados, ora son de tercera desechados por el magnífico y exigente Control de Calidad del país exportador. Los gobiernos como los venezolanos carecen de eficacia en materia de Control de Calidad para sus importaciones. Las medicinas son una excepción porque sencillamente caen bajo la vigilancia de la Organización Mundial de la Salud (OMS), un organismo imperialista que vela más por la salud de sus propios pobladores capitalistas que por la de nosotros, en razón de los fulanos síndromes contagiosos. Al respecto, obsérvese el éxito, la puntualidad y extraña eficacia de los programas sanitarios de vacunaciones infantiles y similares cuyos méritos no tienen por qué ser atribuidos al Ministerio de Sanidad local que, como lo sabemos - “aunque no sepamos otra cosa” - deja mucho que desear.
[3] David Rosenberg, Comentarios a los tres Tomos de El Capital, Tomo II, Introducción.