Contratemos también y conjuntamente a un trabajador proletario a quien se le alquile temporalmente su “fuerza de trabajo” al precio de un salario pagadero post féstum en dinero contante y sonante, o no sonante pero de curso legal, una fuerza de trabajo que se aplicaría durante una jornada cuya duración la convendrían las partes involucradas. Todo un comercio de lo más legalmente dispuesto por el Estado.
Ahora impregnemos aquellos medios de producción de esa fuerza de trabajo a fin de obtener nuevos valores de uso, nuevos valores de cambio, nuevas mercancías canjeables por un nuevo y acrecentado volumen de dinero. Al final de ese proceso de producción y compraventa, habremos convertido el dinero inicial en capital, los valores de uso, así convertidos en medios de producción, en capital; la fuerza de trabajo en capital. En resumen: habremos fabricado capital mercantil a partir de un capital trabajo que fabricará nuevo capital, y así sin aparente solución de continuidad.
Es lo que viene ocurriendo en la Tierra desde hace sus buenos 500 años, un proceso productivo de capital que se aceleró hace unos 2 cientos años y hoy confronta problemas de crecimiento en un mercado mundial que requiere reformas, repotenciaciones, renovaciones y demás artilugios merccadoindustriales y extraeconómicos que buscan impedir la caída de la ganancia mundial, tendenciosamente presente, por falta de demanda solvente y rentable,[1] según las premonitoras y científicas afirmaciones de Carlos Marx.
Se trata de un proceso de fabricación de capital mercantil que nos es familiar, pero que curiosamente es silenciado en los textos literarios de la mediática burguesa, particularmente en los Registros Mercantiles, suerte de catastro comercial que impone la alta y arcana burguesía mundial, a fin de mantener actualizada toda la riqueza de la esfera del sistema capitalista, la identidad civil y cuotas de capital individual de sus copartícipes en la explotación de proletarios o la fabricación de capital mercantil; conocer la ingente gama de valores de uso hechos mercancías, tanto en proceso de fabricación como proyectados a corto y mediano plazos; la distribución de todo el capital transcontinental,
Efectivamente, en esas oficinas burocráticas no se asienta disposiciones estatutarias mercantiles que hagan referencia expresa a “mercancías” ni a la “producción de estas”. En tales registros se usa los evasivos eufemismos: víveres, géneros, artículos, productos, bienes y servicios y afines, pero la palabra valores de cambio[2] suele brillar por su ausencia.
Esas mismas restricciones terminológicas rigen y cruzan todo el articulado del Código de Comercio Venezolano.[3] Allí las mercancías reciben los siguientes “sinónimos”, jurídica y clasistamente editados y repelentes de todo género de publicidad y divulgación de la categoría económica más importante del Régimen Burgués: las mercancías o combiosis de valores de uso con valores de cambio.
Así, el Código de Comercio venezolano y demás mandamientos traen las siguientes lindezas comerciales: “cosas muebles”, “títulos”, “provisiones”, “suministros”, “trabajos manuales”, y la palabra “mercancías” aparece puntalmente en su Art. 5º. Lo hace allí expresa y anticientíficamente, antimarxistamente, para negar su carácter comercial, como si mercancía no fuera una categoría comercial por excelencia.
[1] El reverendo inglés Robert Malthus, un toero de la Economía Clásica, confundió crecimiento exponencial de la población, en abstracto, con población proletaria, en concreto, y confundió también el crecimiento lineal de la oferta valores de cambio con la de los valores de uso. Los inventarios de mercancías suelen estar tan abarrotados como lo están los guetos y barriadas de proletarios carentes de suficiente poder de compra. No obstante, Malthus vislumbró la crisis del sistema burgués, por falta de abastecimiento, donde Carlos Marx descubrió falta de mercado. Ver, de Malthus, su Ensayo sobre Población.
[2] Carlos Marx, El Capital, pássim.
[3] En el Código de Comercio venezolano (1967), por ejemplo, la palabra mercancía sólo aparece en el Art. 5º, y allí lo hace paradojalmente, puesto que en su texto no admite el carácter mercantil de su compraventa, por parte de personas no declaradas comerciantes (consumidores finales), ni por parte de los labradores y criadores, salvo que las “mercancías” compradas y los “frutos” agrícolas se destinen como materias primas para su ulterior industrialización en centros fabriles burgueses, como objetos de trabajo asalariado. Dejamos claro que una cosa es comparar valores de uso, o bienes en general para su consumo final, y otra, comprar mercancías, o valores de cambio, ya que estos son “capital” y como tales serán revendidos o procesados en los centros fabriles, serán sometidos a circulación. Ciertamente, los consumidores finales no compran valores de cambio, no demandan mercancías; eso lo hacen solamente los capitalistas En su nota subpaginada (1), Art. 5º. Mismo Código, se declara la actividad agrícola como extraña al comercio, una clara demostración de resabios fisiocráticos que siguen negando la creatividad del trabajador campesino.
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