Para un cierto nivel de desarrollo productivo, las mercancías se intercambian a través del dinero que funge de medio de compra y hasta de pago, además de depósito de valor.
El auge económico de la Europa colonizadora que imperó en América y otras regiones del globo desde el siglo XVI fue tan grande que se terminó creyendo que la fuente de la riqueza eran el oro y las diferencias gananciosas del mercado. Practicaron lo que la Historia de la Economía identifica como “economías mercantilistas” [1]. Fue la óptica económica de una sociedad respecto de sus colonias.
En tales economías priva la circulación sobre la producción. Pero, ya desarrollado el comercio mundial con el empuje capitalista que terminó comprendiendo dentro de sí el proceso de mercadeo, nos hallamos con una importante demanda de bienes de orden originario o primarios, no agrícolas, cuyos valores de uso son tan naturales como los frutos del campo, salvo su irrenovabilidad. Para esas economías, es como si se hubieran quedado rezagadas, mientras no empleen para sí, y para su propio desarrollo industrial, los recursos que viene exportando para economías industrializadas, unos recursos comerciales o mercadeables que obligatoriamente necesitaría cuando avance progresivamente dentro del sistema capitalista, y que vaya convirtiendo la llamada Renta Petrolera (RP) en un “capital” originario o primitivo, un capital que no proviene de la explotación del trabajo, sino la venta de bienes naturales no renovables, como el petróleo o el cobre, en algunos casos de América del Sur..
Se trata de valores de uso no renovables porque su fabricación no depende de la mano del hombre. Tal es el caso de los recursos mineros e hidrocarburos, particularmente muy apetecidos dentro de la Economía Capitalista moderna donde el dinero, la mercancía, la fuerza de trabajo y todos los valores de uso representan un capital ya sembrado sobre toda la faz de la Tierra.
Es bueno dejar sentado que no se pasa de la comunidad primitiva al socialismo, ni es viable saltar al socialismo desde condiciones feudaloides. El mal ejemplo ruso soviético nos lo confirmó. Porque, mientras el sistema capitalista no está suficientemente desarrollado y el nivel comercial y técnico autónomo del país no haya rebasado el cerco de las relaciones sociales burguesas, esa economía debe tratar de capitalizarse en lugar de socializarse. Lo que hacen China, y Rusia actualmente es precisamente erguirse como sociedades capitalistas capaces de enfrentar con éxito competitivo a los demás países imperialistas capitalistas, a fin de ir agotando todo vestigio feudal y todo mercado virgen de relaciones burguesas.
Un socialismo con un sistema capitalista a medias o subdesarrollado representaría un inevitable retroceso a etapas ya superadas dentro del contexto capitalista mundial. Sin embargo, falsos teóricos paramarxistas han cuestionado y rechazado la sucesión evolutiva y gradual de los modos de producción estudiados por Carlos Marx, padre del Materialismo Histórico, siendo cierto que, por ejemplo, el modo capitalista nació de las entrañas del feudalismo cuando este había dado luz verde a un proceso implacable de expropiación de medios de producción a los trabajadores, quienes quedaron sin capacidad para vender otra mercancía diferente a sus propia fuerza de trabajo; en paralelo, vigente todavía el modo feudal, el comercio intercolonial e imperial derivado de las nuevas rutas hacia las Indias Occidentales y Orientales facilitó la formación y de un ingente volumen de capital comercial, condiciones sine qua non para el desarrollo libre del sistema capitalista. Fue el deseo de multiplicar cada gramo de oro ya acumulado comercialmente lo que condujo a la economía mercantil simple a saltar a la economía capitalista, única forma de crear mercancías en lugar de limitarse a su tráfico nacional o internacional.
Luego, el desarrollo de grandes emporios industriales modernos ha reforzado la demanda de energéticos y minerales fuera de las fronteras nacionales de los países pioneros y mejor desarrollados. Ha sido así cómo Inglaterra, EE UU y otros imperios contemporáneos han centrado sus relaciones comerciales en la importación de esos recursos naturales no renovables provenientes de los países jóvenes de América Central y del Sur, además de países africanos ya colonizados, países estos que no han sentido todavía la necesidad de esos mismos recursos en los volúmenes propios de las economías ya altamente industrializadas, en cantidades suficientes para cubrir extensos mercados transnacionales con mercancías procesadas, listas para su consumo intermedio y final, particularmente de los países que limitan su economía a la exportación de aquellos recursos naturales: petróleo y minerales de toda índole.
Eso nos dibuja un cuadro donde las economías ya industrializadas practican “capitalismo del bueno”, mientras las economías como la nuestra practican economías mercantilistas, o sea, rezagadas unos 2 o 3 cientos años.
Venezuela, por ejemplo, fue hasta hace pocas décadas objeto de concesiones ferromineras a favor de EE UU, sobre el gigantesco yacimiento férreo de Guayana (Cerro Bolívar, ya descubierto, cubicado y descrito con pelos y señales por ese famoso espía transnacional a quien se le sigue rindiendo honores: Alejandro Humboldt[2]).
Hoy, después de varias décadas de extracción acelerada, sólo dejaron chatarra y minerales residuales de ínfimo tenor; el de alto tenor fue para ese imperio el “lomito” que se llevaron por el Orinoco, y a tales efectos obligaron al Estado venezolano a crear la infraestructura de la costosa y suntuaria ciudad de Puerto Ordaz en el Municipio San Félix (Estado Bolívar). Hoy, ese puerto, ayer emporio minero, ha quedado reducido a una ciudad parasitaria con ínfulas de gran capital, pero es más una carga para el Presupuesto Nacional que fuente de ingresos. Algo parecido a Este gasto público, complaciente con los intereses foráneos, realizado para facilitar el saqueo de extranjeros en esta “tierra de gracia”[3], está sucediendo con los puentes emergenciales que sobre ese mismo Orinoco hoy construye el Estado venezolano con financiamiento propio y con un mínimo de valor de retorno para el país: Mediante esas onerosas obras se busca facilitarle rutas más baratas a las potencias capitalistas de Brasil al lado de la siempre infatuada Argentina, y a los demás países con los cuales esos países sureños establecen relaciones comerciales. Las rutas marítimas suelen ser más riesgosas que las terrestres, y económicamente más costosas.
Bien, las economías como Venezuela, dependientes de la venta de sus recursos naturales, mismos que cada día sus gobernantes negocian en condiciones leoninas su extracción sin medida y hasta vende a futuro con lo cual compromete recursos pertenecientes a generaciones futuras, una dependencia que es alimentada por una hipotética economía productiva e industrial que no ha pasado de ser un proyecto irrentable de industrialización modelada, abastecida, asesorada y guiada por los mismos compradores de esas materias primas y energéticos que, de perogrullo, el país necesitaría tan pronto alcance niveles de desarrollo industrial equivalentes a los que han impulsado su importación a los países ya desarrollados.
Hoy, luego de más de 60 años, el país sigue abrazado a esos proyectos industriales y continúa manteniendo una economía dependiente comercial o mercantilista, en el sentido de que esa industria petrolera no supone producción nacional. Se trata de recursos que como valores altamente demandados en el exterior reciben una valoración comercial sin haber recibido una hora de trabajo/hombre. Tal dependencia nos ha convertido en una sociedad de corte mercantilista al lado de conatos inestables de economía capitalista.
Las economías mercantilistas se limitan a gastar los ingresos provenientes de esas exportaciones y a inyectar circulante monetario en una población que ha crecido con fuerte dependencia de las ayudas gubernamentales. Se trata de un parasitismo que no tiene nada que envidiarle a la aristocracia feudal de los siglos XVI-XVIII, cuando Europa daba más importancia a los valores de uso que a los de cambio.
Lamentablemente, la mayoría de los Economistas defensores del burguesismo se le han considerado a Venezuela como practicante de una economía capitalista sobre todo por el hecho de que ha sido asiento indiscutible de capital financiero y comercial, encargado desde tiempos coloniales de obtener la mejor parte de la Renta Nacional que estuvo vigente hasta el siglo XIX, renta de origen esclavista, y un capital dedicado desde el siglo XX al saqueo de la Renta Comercial que el Estado dispone por concepto de venta de los recursos naturales no renovables.
Y es lamentable también que nuestros gobernantes hayan terminado creyendo, o haciéndole creer a sus ciudadanos, que la formación de Empresas Mixtas petroleras son una forma de desarrollar la Economía Nacional, habida cuenta de que estas “empresas mixtas” se crearon violando y malinterpretando los Art. 302 y 303 de la Constitución Bolivariana de Venezuela (CRBV). El Art. 302 trata confusamente de “actividad petrolera” (se refiere a la simple extracción y venta del crudo), y prevé la promoción de actividades productivas (manufactura nacional de materias primas, vale decir, del petróleo). Por esa misma confusión, en el Art 303 se introduce la perversa entrega a propietarios privados y extranjeros la propiedad nacional de los recursos del subsuelo mediante la formación de dichas empresas mixtas, allí llamadas “filiales” de Pdvsa.
Como vemos, la CRBV asoma un proyecto de capitalización del recurso petrolero, pero que no ha pasado de ser una lamentable comercialización de dicho recurso , lo que evidentemente convierte a Venezuela en una Economía más mercantilista que capitalista.