Cuando recorramos pueblos, cuando visitemos aldeas, plazas, mercados, barrios, las más humildes comunidades, tenemos que saber dónde está el alma de la revolución.
La revolución no está en las oficinas de un ministerio, en una Gobernación o Alcaldía.
No está en el funcionariado público.
No está en las coloridas vallas que muestran a sonreídos y plácidos candidatos de partidos.
No sólo está en las marchas y concentraciones.
Como tampoco sólo en los vítores y consignas.
Hay que saber dónde está el alma de la revolución para no perder el camino recto, la noción de los valores más sagrados, el bullir de la conciencia más genuina y profunda.
Cuando nos metamos por esas estrechas y tortuosas callejas de nuestros pueblos, algunas plagadas de barro o del polvo de la incuria, entre gente enferma y necesitada, tendremos que estar consciente de que eso forma parte esencial del alma de la revolución.
El alma de la revolución está en las manos hacendosas del obrero, del artesano, del médico, del ingeniero, del agricultor, de la madre que de sol a sol vive entregada a la dulce atención de sus hijos.
El alma de la revolución está en el conocimiento de nuestra historia, sobre todo el pensamiento de Simón Bolívar.
Entre las tristes paredes derruidas de aldeas plagadas de llantos; bajo el sol abrazador de nuestros campos desolados, entre las plegarias de los que aún gimen sin techo, sin comida, sin destino…, por entre los caminos destrozados, bajo la bóveda dura del desprecio y el silencio, entre las voces y los clamores más desesperados, por entre el susurro de los que protestan, por entre toda esa madeja de dolores no atendidos ni resueltos, ahí está el alma de la revolución.
El alma de la revolución está entre las manos de los artesanos que diariamente moldean la arcilla, en la diestra mirada de los que trabajan la madera, de los que tratan el cuero, de que maneja el telar; entre los herreros, los carpinteros, los educadores, médicos, enfermeros, estudiantes; entre los mecánicos, los humildes cultivadores del campo, los músicos, los actores, los pastores; los que mueven los tractores, los camiones, los buses,... en todos ellos está el alma de la revolución.
Sin ellos los pueblos no existen, las comunidades se mueren, languidecen.
Ellos son las células vivas que crean, producen y sustentan el fuego bendito y más puro de los cambios que vamos dando.
El alma de la revolución está airosa y rebelde en lo nuestra historia, en lo que hemos sido y lo que vamos siendo.
Entonces, no perdamos el norte ni el tiempo, no divaguemos sobre tratados fútiles e inútiles, despojémonos de las vendas del necio egoísmo, de la enfermiza vanidad.
Eso.
jsantroz@gmail.com