De ese epígrafe se desprende el trascendente papel que debe desempeñar la clase proletaria, más allá de la supresión de su explotación por parte de la burguesía, un “más allá” que consistiría en el cese de la lucha de clases. Sin embargo, el Materialismo Dialéctico viene afirmándose, precisamente, en la lucha de clases, como ejemplo filosófico de la “unidad y lucha de contrarios” propia de esta “Prehistoria”[1] de la sociedad humana. Mal podríamos suponer que esta lucha se acabe cuando desaparezcan el proletariado y la burguesía. Creemos que estamos, pues, en presencia de un déficit filosófico en el propio Materialismo Histórico.
La dinámica social cumplida hasta ahora en todos los modos de producción mejor analizados y más representativos de las sociedades clasistas revela transformaciones dialécticas cuantitativas y cualitativas sufridas por las clases opresoras y oprimidas, por las clases explotadoras y explotadas, dominantes y dominadas, enriquecidas y empobrecidas.
En principio, si no se acaba con las clases sociales, más allá de la destrucción de las clases burguesa y asalariada, sobrevendría una nueva lucha interclasista, un relevo de clases, lo que supondría, una de dos: Que una fracción del proletariado, posiblemente su clase dirigente, se trueque, en condición de administradores de empresas, gerentes, capataces o granjeros, en clase explotadora del resto de los proletarios a quienes convertiría en jornaleros, mismos que emplazarían al extinto “asalariado”. Y otra subclase derivada también del exproletariado que asumiría funciones burocráticas gubernamentales, en condición de dueña de aparato estatal con algunas instituciones y todos organismos públicos, además de dueños exclusivos de todos los medios de producción arrancados a la clase burguesa.
Tal fue, cambiando lo que sea necesario, el mecanismo que permitió a los arrendatarios libres de la Inglaterra de la segunda mitad del siglo XIV convertirse en administradores que finalmente se transformaron en arrendatarios capitalistas gracias al capital acumulado con la explotación de jornaleros que reemplazaron a los campesinos del Medioevo, y que ahora reemplazarían a los “salariados” eliminados junto con la eliminación de la clase burguesa.[2]
Esos arrendatarios recibían del terrateniente las herramientas, simientes, ganado, etc., y estos administradores contrataban jornaleros que pasaron a ser los pioneros del asalariado una vez que esos capataces y arrendatarios se hicieron de capital. De manera que, luego de asumirse el control por parte el proletariado, podrían surgir dos clases relevistas: dos subclases explotadoras: 1.- los burócratas en condición de dueños del aparato estatal, tierras más todos los medios de producción. Parte del ejército podrían formar parte de esa nueva clase explotadora, y 2.- los arrendatarios o contratistas fabriles del Estado que subcontratarían a los nuevos a quienes damos en llamar “socializados” o trabajadores que reemplazarían a los antiguos aslaraidos, y esta sería la nueva clase contraria y explotada.
Porque nada nos evita suponer que una porción del proletariado (el de los sindicalistas y líderes políticos prácticos y teóricos) se transforme en una suerte de nueva clase dominante erguida sobre el resto de los trabajadores, habida cuenta de que todo liderazgo proletario se ha caracterizado por su desvergonzada holgazanería, confirmada en todas las sinecuras, corruptelas, y elasticidad laboral que vienen disfrutando los líderes sindicales y los gobernantes que han llegado al poder político en nombre de esas masas de explotados, marginados y empobrecidos por la clase burguesa. Estos líderes, propios del modo capitalista actual, han compartido plenamente la explotación burguesa.
Como venimos previendo, en la presente sociedad burguesa, la función del proletariado progresista sería la abolición de su propia condición de explotado, o, lo que es lo mismo, la desaparición de su oponente, la clase burguesa. Mal podría pensarse en un relevo clasista a partir del ascenso de la clase proletaria ya que quedaríamos dentro de una nueva sociedad clasista, aunque es lo previsto por la Filosofía Dialécticomaterialista.
Sin embargo, hemos visto que, cuando el proletariado haya triunfado y asuma el poder político a manos de los conductores en la lucha social, estos delegados podrían terminar reemplazando a la clase explotadora como directores del modo de producción que seguiría su curso bajo la mirada y supervisión de los propios trabajadores, pero ahora confiados en su dirigencia burocrática al frente del nuevo “Estado proletario” o socialista.
Ese el punto que queremos desarrollar, porque, una clase oprimida como la proletaria seguirá albergando el amargo sabor de la pobrería a la que estuvo sometida desde la aparición de las primeras formas de propiedad privada de los medios de producción.
Un proletariado triunfante al frente del Estado es presa fácil de enriquecimiento, de vida esa vida halagada que jamás disfrutó, y de caer en corrupciones a nombre de la liberación de la clase proletaria y destrucción de la burguesa. Por otra parte el proceso productivo sigue acumulando riquezas que obviamente financiarían el parasitismo de una burocracia adueñada de los medios de producción que siempre han estado en poder del Estado, para entonces sumado al poder de propiedad estatal de los medios de producción privados que pertenecían a la burguesía.
Digamos que una parte del proletariado supliría el tren burocrático que siempre estuvo a cargo de la Hacienda Pública y de todo el patrimonio del Estado, sólo que ahora no serían representantes de ninguna clase, sino de sí mismos, aunque a nombre del resto de los proletarios y de los aburgueses, para entonces convertidos en “socializados” trabajadores en condiciones de funcionarios públicos productivos, en el más dilatado sentido de la expresión.