(Apéndice sobre la contabilidad burguesa)

Conozcamos la Trascendencia del dogma de Adam Smith)[i]

1.- “No hay mayor error que el de figurarse que “la porción de renta que se agrega al capital (ganancia) es consumida por los trabajadores productivos”. Según esta manera de ver, toda la plusvalía convertida en capital se transformaría en capital variable, y sólo se anticiparía en salarios. Por el contrario, se divide, lo mismo que el valor-capital del cual sale, en capital constante y variable, en medios de producción y fuerza de trabajo. Para convertirse en fuerza de trabajo adicional el producto neto debe encerrar un excedente de medios de subsistencia de primera necesidad, pero para que esa fuerza resulte explotable, tiene que contener además medios de producción adicionales, que no entran en el consumo personal de los trabajadores, lo mismo que no entran en el de los capitalistas.”

2.-Después de haber resuelto toda la parte de la riqueza social que funciona como capital en capital variable o fondo de salarios, es inevitable que Adam Smith llegue a su dogma verdaderamente fabuloso, que todavía hoy es la piedra angular de la economía política, a saber: que el precio necesario de las mercancías está compuesto de salario, ganancia (incluido el interés) y renta del suelo. En otros términos, de salarios

   y plusvalía.… Por último, ni falta hace decirlo, la economía política no dejó de explotar, al servicio de la clase capitalista, esta doctrina de Adam Smith en el sentido de que toda la parte del producto neto que se convierte en capital es consumido por la clase obrera.”  

 Tomado de Carlos Marx, El Capital, Libro Primero, Cap. XXIV-Editorial Cartago/Cap. XXII en otras Editoras- Los paréntesis y subrayado los puse yo.

En el epígrafe “1” puede apreciarse, entre otros aspectos, el criterio de Marx sobre los medios de trabajo y otros medios de producción que la Contabilidad Burguesa imputa como costes de fabricación y como componentes del precio de las mercancías, procedimiento que venimos denunciando como un acto delictivo que comete a diario el fabricante burgués. Tales inversiones son costes de explotación, según hemos revelado en entregas anteriores[1].

En el epígrafe “2” se puede apreciar que desde los clásicos para acá se maneja una contabilidad en la que se atribuye a los salarios poder adquisitivo inclusivo de todos los medios de producción, más allá de las materias primas. Por supuesto, la idea burguesa es hacer ver que la función de la acumulación capitalista es dar empleo a los proletarios, porque la parte no consumida de la ganancia (ahorro) terminaría en salarios, y estos por definición contable van a los bolsillos del obrero. De esa manera, la teoría contable de la Economía Política Vulgar enmascara su explotación de obreros asalariados y convalida sus funciones altruistas a favor de estos.

Obsérvese que paradójicamente el capitalista y sus apologistas ignoran y niegan que la plusvalía forme parte de su costo de fabricación y que, como tal, sea imputable al valor de cambio que servirá de base para el cálculo real del valor y precio de mercado; por ello sostienen que la ganancia procede de este. Y en paralelo, sí imputan a dicho costo de fabricación el valor de los medios de trabajo, a pesar de que estos forman parte del capital aportado por el fabricante, como condición necesaria para que el asalariado opere con determinadas materias primas tanto principales como auxiliares. De esta manera pretenden convalidar el dogma de Adam Smith. ¡Hay que felicitarlos por la ingeniosidad de sus torcidas convicciones!

A la luz de lo que venimos exponiendo, debemos convencernos que el apologismo de los economistas vulgares podría responder a una de estas dos   causas: No se han leído a Marx o lo han hecho   de manera superficial, o se hallan debilitados para la investigación en Economía Política, de la cual no pasan de ser simples pragmáticos.

Es un hecho que en condiciones capitalistas, los trabajadores carecen de todo tipo de medios de producción, y sólo cuentan con su Fuerza de Trabajo. Esta carencia es la base económica que dio nacimiento al sistema capitalista, y por eso mismo el capitalista debe ofrecer las materias primas, unos inmuebles, unas herramientas y unas máquinas con una tecnología que se corresponda con el valor de uso de las mercancías que piense producir. Por ejemplo, mal puede un trabajador apretar tuercas con sus dedos, pero peor aún es tener que comprar esas herramientas con su salario, que es lo que al final de cuentas viene haciendo cuando su patrono carga al precio de la mercancía el valor de los medios de trabajo.

Quede claro que algunas herramientas y medios varios de producción pudieran servir para la caleta, estibar y preparar la materia prima y así poderse manufacturar por parte de los demás trabajadores, pero en este caso su imputación al valor de venta final queda justificado, no así cuando tales medios sólo ayuden al trabajador que opera con la materia prima ya lista para ser transformada en la correspondiente mercancía.

Así, pues, el fabricante evita los cargos al costo de producción de la plusvalía derivada por la explotación de sus asalariados, niega su condición de perverso explotador, pero no vacila en cargar al precio de venta de su mercancía el de los medios de trabajo cuyo valor de uso en nada benefician al comprador de aquella. Tal es la trascendencia del dogma de Adam Smith.

P.D.: Las citas que he venido empleando en estos temas marxianos son extraídas de la Editorial Cartago.



[1]  www.aporrea.org/ideologia/a125977.html

[i] Hemos venido creando la serie de entregas virtuales sobre Economía Científica Política, y sobre Economía Vulgar, bajo la envolvente denominación de: “Conozcamos” y afines. Su compilación posterior la llamaré. “Conozcamos El Capital”, un proyecto de literatura económica cuya ejecución se mueve al ritmo y velocidad de los nuevos “conozcamos” que vamos aportando y creando con la praxis correspondiente. Agradecemos a “aporrea.org”, a su excelente y calificado personal, “ductor” y gerencial, toda esa generosa puerta abierta que nos vienen brindando, a mí,   y con ello a todos los lectores virtuales del mundo moderno.



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Manuel C. Martínez M.


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