Durante los tiempos de Carlos Marx y Federico Engels esta censura era más marcada, al punto de que los índices de analfabetismo del siglo XIX fueron espantosos. En Venezuela comenzó a darse educación gratuita a partir de 1870 y ya suponemos los bajos rendimientos que pudieron darse, habida cuenta de que todavía para los años 50 del siglo pasado había que valerse de “policías escolares” para garantizar la asistencia espontánea de los alumnos a los centro públicos de enseñanza gratuita. Andrés Bello y Simón Rodríguez servían a destajo y a domicilio a los hoy llamados “hijitos de papá”. El Colegio Nuestra Señora de Lourdes (Valencia, estado Carabobo, Venezuela) costeaba una “escuelita” paralela, especialmente fundada para “niñas pobres”, con personal subpagado, muebles de tercera, comida de tercera, etc.
Por lo demás, ya sabemos que ese alfabetismo popular y masivo siempre ha buscado mejorar la productividad de las cachifas y de los cachifos en general, razón por la cual los estados democráticos burgueses han impartido educación gratuita, como una ayuda al perfeccionamiento de la capacidad laboral de los ciudadanos “pobres” o hijos proletarios. Esto no es malo en sí mismo, pero en la sociedad burguesa, sabemos que sólo trabajan los pendejos, no importa en qué nivel lo ejecuten, desde faena sucia hasta la alta gerencia bancaria.
Hoy por hoy, los centros académicos, universitarios y tecnológicos siguen limitando sus funciones a la divulgación de una enseñanza estereotipada y adecuada a los intereses de la burguesía. Cualquier enseñanza contraria a la ideología capitalista está reservada a grupos aislados, es asistemática y, en general, se califica de educación subversiva toda aquella enseñanza que entorpezca la buena marcha del sistema capitalista, sus teorías, sus mercados, etc., y no necesariamente por sus matices o alusiones marxistas.
De manera que, en principio y por razones obvias, las obras académicas, los textos científicos y los libros de enseñanza en general están dirigidos a lectores con elevada formación académica. Los docentes se encargan de trabajar los textos de enseñanzas con miras a facilitar el aprendizaje de sus alumnos para quienes la lectura de esos textos siempre ofrecen dificultades intelectivas, con vocabulario enriquecido, con una terminología innovadora, conceptos vírgenes, etc., todo lo cual fuerza la necesidad del filtro o censura docente. Se trata de una censura técnica y no política ni ideológica, ya que estas últimas precedieron la autorización del libro en cuestión por parte del Estado.
De resultas, siempre hemos tenido una población letrada que mayoritariamente pertenece a la clase poderosa, o de origen proletario al servicio la alta y mediana burguesía, debido a que excepcionalmente algunas familias de asalariados dan educación universitaria a sus hijos, y la que imparte el Estado corre a cargo de funcionarios más recargados de burocratismo que de mística profesional, con las rarezas del caso.
Sobre esa base de la censura clasista, Federico Engels fue preciso, diáfano y contundente cuando alertó a los lectores de El Capital, de Carlos Marx, de quien fue su amigo y compañero de investigaciones científicas, según se desprende de los siguientes extractos del primer párrafo del Suplemento del Prefacio, Libro Tercero de la obra citada, editada por el propio Engels:
“Se me ha censurado esto: se ha dicho que debía haber sacado de los materiales de que disponía un libro sistemáticamente redactado…haber sacrificado la autenticidad del texto a las conveniencias del lector… Para quienes no saben o no quieren leer, para esas gentes que ya al aparecer el primer tomo de la obra pusieron más empeño en tergiversarlo del que habrían necesitado para comprenderlo, no valía la pena molestarse…Tales controversias son naturales, tratándose de una obra como ésta, que contiene tantas cosas nuevas …”
Infiérase que las críticas a la profunda “critica” elaborada por Marx procedieron, y lo siguen haciendo, de intelectuales pertenecientes a la alta y mediana burguesía y a sus epígonos con menor rango burgués, a los docentes tarifados, los apologistas y afines. A pesar de que el Libro Primero de El Capital fue adelantado en entregas semanales, el interés popular por criterios científicos sobre temas exquisitos no ha sido jamás materia que interese mucho ni masivamente al trabajador común y corriente.
De allí que fueran los profesores del establishment quienes se abocaron a su lectura y, como tales, se vieron obligados a tergiversarlo, negarlo y hasta ignorarlo, so pena de perder su status y las prebendas correspondientes. En el caso de los economistas afectados con la crítica de Marx, su oposición fue más soberbia puesto que no fueron rosas las que, precisamente, Marx arrojó sobre sus ingenuos y sus erróneos conceptos económicos. Recordemos que todo contrato de servicios implica cumplimiento de obligaciones, renuncia al producto realizado y respeto y obediencia al comprador.
Por eso la obra de Marx no pudo tener un amplio universo de electores, sino un reducido círculo de intelectuales escuálidos, gente de clase media que odia su propia condición de trabajador, que no dice ni pío contra el capitalismo (ahora llamado “neoliberalismo”) y que vive de la esperanza de saltar la talanquera económica: de obrero a explotador.
P.D.: En el presente, la literatura marxiana y marxista se ha convertido en una mercancía rayana en la bestselleridad, y debe llamarnos la atención la libertad operativa y mediática de numerosas ediciones de connotadas Editoras lanzadas al mercado sin mayor rigor técnico de transcripción y de fidelidad hacia los originales. La Edición de Cartago de El Capital (6 Libros), por ejemplo, es una, entre varias, cargadas de imprecisiones, con lo cual, a las dificultades intelectivas propias de la extensa y pesada obra científica, se viene a sumar la ininteligibilidad que supone una obra con numerosos yerros numéricos, simbólicos y conceptos mal letrados. Y, lo más grave, sin fe de erratas, aunque conozco y tengo textos con ellas que sufren de nueva errata, tal como las ediciones y entregas de la Gaceta Oficial de Venezuela, o sus Memorias ministeriales: como sabemos, aquellas gacetas salen con yerros, para luego ser reeditadas con nuevas imprecisiones.
[i] Hemos venido creando la serie de entregas virtuales sobre Economía Científica Política, y sobre Economía Vulgar, bajo la envolvente denominación de: “Conozcamos” y afines. Su compilación posterior la llamaré. “Conozcamos El Capital”, un proyecto de literatura económica cuya ejecución se mueve al ritmo y velocidad de los nuevos “conozcamos” que vamos aportando y creando con la praxis correspondiente. Agradecemos a “aporrea.org”, a su excelente y calificado personal, “ductor” y gerencial, toda esa generosa puerta abierta que nos vienen brindando, a mí, y con ello a todos los lectores virtuales del mundo moderno.
marmac@cantv.net