A eso de las 12 del mediodía, en la Valencia de los años 40-50, siglo pasado inmediato, en el Mercado Principal del municipio Catedral, vértice del cuadrante noreste, justo a 200m al sur de la Plaza Bolívar, calles Constitución y Comercio, los quiosqueros de mercancías perecederas, hortalizas, verduras, pescado, carnes porcinas y vacunas, frescas, saladas y poco refrigeradas, cambiaban sus precios de inmediato sin las odiosas regulaciones gubernamentales. Era un muestra viviente del hoy perdido libremercado.
Efectivamente, a esa hora meridiana entraba en vigencia la hora de los “remates”, y los compradores de menor poder adquisitivo, menos infatuados y sin alienación alguna, acudían en masa y terminaban llevándose a menor precio los productos de segunda calidad que habían desechado los comerciantes al detalleo, los restoranes y las amas de casa, personalmente o a través de sus empleadas de confianza, quienes acudían de madrugadita para llevarse lo mejor del día.
Satisfecha la demanda de esta segunda clientela, entraba en vigencia la hora del precio cero para los más pobres, para los indigentes, para quienes sabían esconder su orgullo porque el hambre sabe muy bien desconocer semejantes valores. Y así, el “generoso” comerciante regalaba todo el remanente que, de todas maneras, no podría conservarlo. La refrigeración eléctrica directa aún no llegaba a estos centros comerciales.
En paralelo, los antiecologístas y belicosos europeos, aguijoneados interesadamente por sus representantes burgueses anglosajonamericanos, ya para entonces ávidos de mercados, acaban con la producción fabril, agrícola y potencial del viejo mundo occidental, y sus inventarios caían en picado. Regresaron los tiempos de la exportación de mercancías vivas, de la exportación de los proletarios europeos a quienes sus vendedores, auténticos mercaderes y traficantes de la mano de obra asalariable e internacional, vendieron como refugiados durante la posguerra mundial II. Estos, como sobrevivientes de aquella mutua matanza burguesa, quedaron desempleados en cambote. Esa nueva oferta de mano de obra sin patria, fue debidamente clasificada: Por ejemplo, en Caracas, Venezuela, fue colocada una buena parte; los demás, menos afortunados, fueron colocados en el resto del país[1]. Toda una “venta política y diplomática” pactada sobre la base del rico potencial en poder de compra mineropetrolera que viene caracterizando a Venezuela.
El tema principal: Correlación entre Economía y Ecología.
La competencia comercial, el indetenible desarrollo del número de capitalistas competentes, medianos y pequeños, generados por un sistema individualista que no da opción a otra salida de sobrevivencia, ha ido robusteciendo la ya desarrollada la gran industria impulsada por el gran capital, y esta se ha visto autoobligada a llevarse por delante, ríos, tierras, recursos del suelo y subsuelo, del mar y más allá de este, personas, riquezas artísticas y hasta acervos culturales de inapreciable valor. Pero, principalmente, en busca de mercados más rentables y seguros ha saqueado la Hacienda Pública de los países infectados con esta semilla capitalista; lo hace mediante el crédito público, vendido como ayuda financiera, y de la redistribución de la plusvalía[2] de los medianos y pequeños industriales, la forma más perfeccionada de penetración delos mercados mundiales..
Así, mediante engañifas y demagógicos artilugios macroeconómicos, muy propios de la Economía Vulgar[3] y con la valiosa ayuda de políticos inescrupulosos y no menos ávidos de capital propio para meterse a empresarios burgueses, artilugios financieros de supuesta fiabilidad progresista, giraron en torno de la política keynesiana, la misma que el venezolano Arturo Úslar Pietri sugirió que se aplicara en este mercado (eufemismo de país) bajo el nombre de: “Siembra del petróleo”.
Con semejante política dirigida al fomento industrial[4], o sea, con medidas y acciones del Estado burgués tomadas y emprendidas para ayudar al capitalismo industrial fabril y mercantil, en Venezuela fueron desalojados los campesinos de su hábitat tradicional y la producción agrícola se constriñó; las colinas avileñas caraqueñas se poblaron de ranchos con secuelas antiecológicas y el hampa desorganizada se anidó en ellos.
La secuela patológica social de semejante “éxodo campesino” se ha magnificado ahora cuando la propia naturaleza ha estado cobrando facturas en términos de derrumbes, deslaves y catástrofes naturales en general. Esto ha obligado al Estado a emprender de frente una megasolución habitacional que se espera reoxigene una economía deprimida que sigue sostenida con la recolección intensiva y extensiva del petróleo.
El cacareado desarrollo industrial bajo la misma doctrina uslarista ahora se reinicia revestido de socialismo popular con respeto a la coexistencia de las mismas 2 clases sociales burguesas y a una marcada adoración constitucional hacia la propiedad privada, al lado de unos ensayos de “propiedad comunal” que obviamente albergan toda la carga cultural propia de familias imbuidas de la misma cultura burguesa y con incipientes deseos de mejoras económicas para sí.
Ahora bien, una cosa es clara: El mercado capitalista tiene dos límites inquebrantables, el geográfico y el económico: la superficie del planeta y la solvencia comercial. Como sábese, ecológicamente, el caso iraquí de fresca experiencia, da cuenta de la monstruosidad de un sistema cuyos mercados paradójicamente se caracterizan por agotarse mientras más se ensanchan e intensifican. Ciertamente, el petróleo iraquí garantizaría la solvencia exigida a un país en ruina hoy reconstruido capitalistamente por sus mismos destructores.
Epílogo: La Ecología Económica.
Por una parte, observamos daños ecológicos como la destrucción irreversible de montañas, zonas madereras, plataformas continentales, cabeceras de ríos, contaminación atmosférica, generación de imbiodegradables o irreductibles residuos industriales, matanza de animales con proclividad al aceleramiento de su extinción, etc. Es la ruptura de la cadena fitotrófica natural y biológica. Por otra parte, debemos pasearnos por la destrucción de la naturaleza artificial o creada por el hombre asalariado. Efectivamente, los ingentes volúmenes de producción no han sido jamás colocados 100%, pero sí sometidos al congelamiento de capital necesario para otros fines, más allá del simple exhibicionismo comercial
Un pequeño recorrido por cualquier centro comercial de cualquier ciudad revelaría que buena parte de las mercancías exhibidas en ellos pasaron de moda hace varios años, que en ellos hacen bulto las mercancías de tercera cargadas de desperfectos, y que no son rematadas sistemáticamente ni podrían hacerlo conscientemente porque la solvencia del consumidor no da para tanto. Son mercancías dañinas para la Ecología del sistema. Congelan capital, no resuelven problemas de hambre ni su regalo se asoma en la mente de unos comerciantes instalados sólo para acumular y quienes ya despersonalizaron completamente su naturaleza colectiva y humanitaria. El comerciante actual es solo un agente de su propio interés dinerario por lo que resulta inconcebible el regalo a los muy pobres, a esos que acudían al Mercado Principal de nuestra Introducción.
Pensamos que los capitalistas fabriles podrían frenar las innovaciones anuales que automáticamente condenan al estanco a una gran cantidad de mercancías útiles. Las actuales podrían ser declaradas perecederas y su venta forzada podría ser perfectamente obligatoria por parte del Estado, como lo es la prohibición de vender productos naturales vencidos que son potencialmente dañinos para la salud del consumidor.
Tales mercancías estancadas podrían seguirse vendiendo a menor precio sin que sus fábricas se detengan. Estas seguirían produciendo los mismos modelos, y las innovaciones recibirían el mismo tratamiento de los productos naturales, o sea, sólo se diferenciarían por su fecha de confección y esta les acreditaría sus mayores precios. Este método abultaría la demanda y con ello presionaría su baja de precio, y sería cuestión de ponderar entre un mayor volumen de venta anual comprensivo de viejas y “frescas” mercancías frente a un reducido volumen de ventas de último grito y casi totalmente diferentes. Es un hecho que los compradores solventes están quedando sólo para las innovaciones, y ellos mismos están adquiriendo bienes renovados con tal velocidad que les hace imposible su total aprovechamiento, mientras los insolventes no ven posibilidades de comprarlas por sus rígidos precios.
Es que los inventarios con mercancías pasadas de moda representan un congelamiento de capital improductivo que no circula y reduce la capacidad de compra de esas mismas innovaciones que derivan en tales y fríos inventarios. Por lo demás, un proletario mejor vestido y mejor comido con mercancías de menor precio y hasta regalada sería una persona menos proclive a las actividades delictivas que hoy suele caracterizarla.
Es que actualmente se destruye por obsolescencia económica una gran cantidad del Producto Interno Bruto en el sentido de que no circula con rentabilidad, y la renovación de modelos sustitutivos con mercancías de igual e idéntica utilidad sólo traduce un daño ecológico económico a una producción que bien podría ser mejor digerida por toda la sociedad sin la aberración que supone la coexistencia de inventarios repletos de mercancías invendibles al lado de ingentes cantidades de demandantes insolventes.
[1] Ya desde los tiempos de la primera masacre mundial burguesa del siglo pasado, Vicente Blasco Ibáñez se comportó como un excelente promotor de semejantes colocaciones comerciales de mano de obra. Por supuesto, él mismo estuvo consciente de que otros inmigrantes (pioneros) se habían adelantado, y aquí, en América del sur-sur, sólo quedaban tierras de segunda calidad en feracidad. Cf.: La Tierra de Todos, pássim.
[2] Cf.: El Problema de la Transformación: http://www.aporrea.org/ideologia/a125106.html
[3] Se trata de la Economía Clásica retrotraída al mercado, que abandona la producción como fuente de la ganancia y se remonta al más puro y obsoleto mercantilismo acuciado por perversos intereses crematísticos para adquirir riqueza ilimitadamente, sin más regulación que una desenfrenada, indolente y antiecológica acumulación.
[4] Municipios y gobernaciones sacrificaron buena parte de la Renta Petrolera y la pusieron en manos de los más ineptos empresarios, más pícaros de la cosa pública que verdaderos empresarios, con las excepciones del caso. En principio, mal puede ser un buen empresario capitalista quien carece de capital propio. Sin embargo, en casi todos los municipios de Venezuela se propagó el flagelo y toda una fiebre para la instalación de zonas y parques industriales gratuitos, y políticamente vendidos, pues, como la panacea del desarrollo económico del país. El pueblo se mantuvo ignorando que todo aquello era una bien montada estrategia burguesa para saquear la ya mermada renta petrolera que dejaran para el país las grandes concesionarias. Esos falsos y tartufos “sembradores del petróleo” obtuvieron créditos blandos, galpones dotados de toda la infraestructura vial acuosa, blanca y negra, aducción eléctrica, telefónica y operaban con exoneración de impuestos municipales durante 25 años, concedida por los mimos municipios que habían preferido a esos falsos empresarios con cargo al descuido de los servicios públicos populares del pueblo que es en última instancia en verdadero creador de todas las rentas estatales y municipales, y dese luego de toda la ganancia fabril de esos mismos tracaleros metidos a empresarios. Ocurrió que a los 25 años, después de haber disfrutado de un mercado cautivo para sus reducidos y estancados volúmenes de oferta, de cara a mantener pecios siempre elevados, de unas mercancías de cuestionable calidad, se negaron a pagar impuestos bajo la amenaza de despedir a sus trabajadores. Argumentaron malestar económico general y el Estado burgués nuevamente salió en su ayuda y siguieron con tamaña manguangua. Es entonces cuando el fenómeno Chávez acaba con semejantes siembra petrolera en los privados bolsillos de unos pocos, los mismos que se han confabulado para su derrocamiento ilegítimo, y hoy aspiran la retoma de semejanza siembra, y evitar así la nueva configuración del aparataje productivo: nuevos beneficiarios el Estado, nuevas empresas, cierre de otras, cierre de organismos podridos como Corpoindustria, etc.
[i] http://www.sadelas-sadelas.blogspot.com marmac@cantv.net