El
propio Carlos Marx, aparentemente, ofreció en bandeja de plata los
argumentos teóricos que sirven a la Contabilidad Burguesa en su mala
praxis sobre costos de producción. Venimos denunciando que
resulta ilícito todo recargo en los precios de venta del valor de los
medios de producción, salvedad hecha de los objetos de trabajo o materias primas. Pero eso no supone que el capitalista lo pierda, lo recupera en forma de plusvalía adicional.
Efectivamente, Marx se expresa de la siguiente manera:
“…el trabajador conserva el valor de los medios de producción consumidos, lo trasmite al producto como parte constituyente de su valor, no porque agregue trabajo en general, sino por el carácter útil, en que es actividad productiva, el trabajo, por su simple contacto con los medios de producción, los resucita de entre los muertos, los convierte en factores de su propio movimiento y se une a ellos para constituir producto”. Cf.: El Capital, Libro Primero, Cap.VIII (Cartago). Puse las cursivas.
Allí se afirma claramente que el trabajo incorpora el valor de los medios de producción al valor de las mercancías representado por el nuevo valor creado por aquel más el de las materias primas usadas y físicamente presentes en dichas mercancías. Compartimos esa afirmación, pero de lo que se trata es que el valor de esos medios reaparece como una mejora en la productividad del trabajador, y esta es recogida en forma de una mayor plusvalía. Entonces, mal puede el capitalista recuperar dos veces el capital constante invertido en dichos medios: Una, al cargarlo al precio de venta, y otra como sobretrabajo recibido durante la fabricación de las mercancías. Ahí está la aclaratoria y el despejo de aquella afirmación emitida por Marx.
El
valor de los medios constantes de producción debe necesariamente ser
recuperado por el capitalista puesto que en ello le va la conservación
de su capital, pero no debe vendérselo a los compradores de su oferta,
sino descontarlo de la ganancia ora que la ubique en el mercado, ora que
reconozca que la obtiene en la fábrica.
Así
las cosas, el capital constante cobra esta característica por dos
razones: porque ha sido constantemente vendido y convertido en dinero
para su reposición, y por ello hay empresas encargadas de su producción y
venta, pero, además, su valor no engendra más valor que el precio de su
adquisición antes de ser usado en la fábrica correspondiente. Se
comprende que si un capitalista carga al precio de venta todos esos
“consumos productivos constantes”, esos medios de trabajo, los pagos al
personal gerencial, de custodia y contabilidad, de asesorías varias,
transporte, alquileres y afines, entonces está convalidando su errónea
versión, según la cual el capital genera ganancia,
independientemente de que se emplee en materias primas y salarios, o en
maquinarias, herramientas, alquileres, gastos de representación,
adornos de las oficinas administrativas, etc.
Pero
cuando un capitalista usa y consume parte de su capital, y a esta parte
logra venderla, entonces el comprador del caso debería poseer esa
parte. Esto no es así, y la parte del capital constante que es diferente
a las materias primas termina reforzando la calidad de la fuerza de
trabajo y sólo así se ve mejorada la productividad del trabajador,
reforzado su grado de explotación.
Digresión importante: Adam Smith, en sus elucubraciones sobre la importancia productiva de la división del trabajo, para lo cual hubo necesidad de incrementar y mejorar el herramentaje empleado por los trabajadores, las dimensiones de los talleres, los depósitos de inventarios, etc., pasó por alto que tales mejoras productivas en el capital variable terminarían anulándose con mayores inversiones de capital constante.
[i] http://www.sadelas-sadelas.blogspot.com marmac@cantv.net