¿Cuál socialismo? ¿Cúal revolución?

Espulgar las actividades económicas y formas de intercambio de los productos en las comunidades aborígenes, es mucho más importante que las leyendas de los dioses, el culto a los muertos, color de las cerámicas, adornos y serpentinas, fundación de pueblos y ciudades. Sin estas cosas se puede vivir. Pero, de ninguna manera sin producción de alimentos e intercambio de productos. La garantía de la existencia está en los alimentos, en los instrumentos de trabajo, en el vestido, en la vivienda, en las vías de comunicación, en las formas de transporte. Allí radica la fortaleza de la economía, que además, permite el desarrollo de obras arquitectónicas. Es la economía la que libera al hombre de la tiranía de los dioses: su invención y maldición. ¡En época de bonanza! ¿Quién se acuerda de dioses?

En época de crisis, de escasez, de pobreza, los pueblos buscan “mesías” para que les alimenten fantasías de redención y bienestar social. En épocas de crisis prosperan las religiones y sus burdas promesas de redención, de salvación. ¿Salvación de qué?

En Venezuela, la crisis política, económica y social de la década de los años ochenta del siglo pasado (pobreza del 80%), dio origen al “mesías” Chávez, que en el terreno revolucionario no ha pasado de ser un discursista anunciador de todo. Un taumaturgo. “Mesías” con chequera de dólares para dar y repartir. El dios “don dinero”. ¿Qué sería de Chávez sin el caudal de petrodólares?

Así es muy fácil hablar de “socialismo”, como antonimia del capitalismo. Hablar de “socialismo” ajeno al socialismo auténtico. El socialismo de raíz proletaria, enmarcado en la lucha de clases, con nuevas relaciones de producción para ponerle fin a la alienación del trabajo. Tres cuestiones fundamentales en la revolución socialista, de raíz obrera, campesina, de intelectuales progresistas curtidos en la lucha revolucionaria. El “socialismo” que pregona Chávez, de raíces cristianas, suena a socialcristianismo y no deja de ser una reminiscencia de Copei y Acción Democrática.

Tampoco es asimilable el “socialismo” confeccionado en las academias militares donde siempre han imperado los intereses de la oligarquía, la burguesía, la propiedad privada, el capitalismo y la creencia. De la noche a la mañana, militares imperialistas (Escuela de las Américas) protagonistas del “caracazo· ¡se vuelven “socialistas”! De ser posible tan extraordinario cambio! ¡Seria un milagro! ¡Maravilla! ¡Misterio! Y eso no se cuece entre revolucionarios. El socialismo no entra por ósmosis.
Ni de los cuarteles ni de los seminarios,
Salen demócratas ni revolucionarios.

Quien en su mente, no dirima en primer lugar, la contradicción entre Razón y Fe, entre Ciencia y Creencia, no puede ser revolucionario, por cuanto carece de algo fundamental: la unidad de la inteligencia. Provoca a risa ver al cristero Chávez invocar la memoria heroica del Che, nombrar a Marx con un crucifijo en la mano. O ver a militares que se declaran revolucionarios, bolivarianos y gritan la consigna “¡Patria, Socialismo o muerte!”, pero, en el terreno ideológico no le hacen honor a la tradición revolucionaria de Miranda, Bolívar, Sucre, Rodríguez, Manuela Sáenz, anticlericales y ateos: requisito indispensable del buen revolucionario.

A excepción del general Müller Rojas, que en la TV se declaró ateo, no hemos conocido militar que no sea camandulero, teologista y cristero ¡Mejor prototipo que Chávez, no hay! La Revolución Bolivariana es algo así como la Tragedia de Calixto y Melibea. ¿Por qué vale la comparación? Porque Chávez y el socialismo al igual que Calixto y Melibea nunca se van a casar, aún cuando se juren amor eterno.

La revolución proletaria nada tiene que ver con el cristianismo, que durante dos mil años ha significado todo lo contrario: esclavitud, feudalismo, cruzadas de exterminio, capitalismo, guerras, fascismo, genocidios, prédica del temor para el dominio y la sumisión; persecución de la Ciencia (Copérnico, Galileo, Giordano Bruno, Miguel Servet), para preservar la ignorancia, campo fértil de la creencia. .El dogmatismo sustentado en la Escolástica. La apología de la pobreza y el premio en “otra vida”. El colmo de la imbecilidad y la superchería es prometer lo que nadie puede corroborar. No hay evaluación posible. Hasta ahora nadie ha regresado para contarlo.

Según la prédica de los teólogos cristianos, “los pobres son los preferidos de dios”. Tienen el privilegio de recibir el “premio en la otra vida”, por cuanto les está permitido pasar por “el ojo de la aguja”.

Si todo “viene de dios”, para qué luchar, para qué trabajar, para qué producir. Para eso está dios y de paso, está el TLC ¿Será que el Tratado de Libre Comercio, es la reencarnación de dios y del “premio” en esta vida? Con mucho ingenio alguien elaboró un afiche que dice: “Dios es amor… y el capitalismo es su sistema económico.”

El cristianismo, durante dos mil años ha aportado la ideología de la esclavitud, la explotación, el genocidio. ¿Qué diferencia hay entre el fundamentalismo de Carlomagno, los Reyes Católicos (Fernando e Isabel), La Inquisición y el fundamentalismo de Bush y los Tea Party (la CIA, la OTAN)?

La dinámica de los pueblos está en la producción e intercambio de bienes y no, en mitologías, cultos, ritos, la barbarie de sacrificios, en la ofrenda a los dioses de animales y seres humanos. Ese es el lado trágico del hombre, alimentado por la barbarie de la creencia sustentada en la invención de dioses. El hombre idiotizado ante su nefasto invento.

La satisfacción de las necesidades elementales es el incentivo primario del hombre, tanto en la prehistoria, la comunidad primitiva, el sistema esclavista, el feudalismo/cristianismo de la Edad Media, la Revolución burguesa (1789), la Revolución Industrial (siglos XVIII y XIX), la gran revolución proletaria (1917), como en la modernidad científico/tecnológica del siglo XXI.

http:// www.librosenred.com/libros/creenciaybabarie.html

leonmoraria@gmail.com


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León Moraria

Nativo de Bailadores, Mérida, Venezuela (1936). Ha participado en la lucha social en sus diversas formas: Pionero en la transformación agrícola del Valle de Bailadores y en el rechazo a la explotación minera. Participó en la Guerrilla de La Azulita. Fundó y mantuvo durante trece años el periódico gremialista Rescate. Como secretario ejecutivo de FECCAVEN, organizó la movilización nacional de caficultores que coincidió con el estallido social conocido como "el caracazo". Periodista de opinión en la prensa regional y nacional. Autor entre otros libros: Estatuas de la Infamia, El Fantasma del Valle, Camonina, Creencia y Barbarie, EL TRIANGULO NEGRO, La Revolución Villorra, los poemarios Chao Tierra y Golongías. Librepensador y materialista de formación marxista.

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