Nadie en este mundo es bruto pero millones de millones de seres humanos vivimos en la ignorancia, de una parte, por culpa del capitalismo y, de la otra, porque jamás nos decidimos a ser libres sino que nos resignamos a las migajas que reparte ese régimen para que sobrevivamos en la miseria, en el dolor y en la esclavitud social.
Quizás, los enciclopedistas o los ilustrados, como los seres más brillantes del conocimiento humano de su tiempo y que formaron las cabezas para que dirigieran la célebre Revolución Burguesa Francesa de 1789, no llegaron a imaginarse cuánta ignorancia ha sido necesaria para que el capitalismo se sostenga por varios siglos dominando este mundo a su antojo o libre albedrío. Qué no hubiese dicho de él Diderot, de estar vivo en este tiempo, si en el suyo fue capaz de lanzar aquella terrible y terrorista consigna antifeudal y anticlerical, cuando dijo “Los hombres no serán realmente libres hasta que no hayan ahorcado al último rey con las tripas del último cura”. Precisamente, en este mundo siguen habiendo unos cuantos reyes y miles de miles de curas, siendo los primeros y muchísimos de los segundos partidarios del capitalismo, mientras que el camarada Voltaire recomendaba algo que los capitalistas, de aplicarse, sería como afilar un cuchillo contra sus propios pescuezos. Decía el brillante intelectual, tenido en su tiempo por un loco capaz de cantar la Camargo y la Sallé, que con “… nuestra palabra y nuestra pluma podemos hacer que los hombres sean más ilustrados y mejores”. La burguesía sabe que cuando la persona adquiere la capacidad de pensar llega a la línea verdadera que caracteriza el triunfo del espíritu. Para el capitalismo un pueblo pensante es una poderosa arma de explosión masiva por los objetivos que le enaltecen su vida. El deseo permanente de la burguesía es que la mayoría de la sociedad sea como un búho que nunca anhela le acerquen la luz.
Estaba, junto al camarada Juancho, viendo un programa de televisión dedicado a una etnia indígena colombiana cuando escuchamos una de las cosas más insólitas que se puedan decir en este tiempo, lo que demuestra que el capitalismo ha hecho de todo e invertido cuantiosos recursos para que la ignorancia de los muchos sea un puente seguro de enriquecimiento y de tranquilidad para los pocos que mal gobiernan el mundo. Y lo más sorprende es que el dirigente indígena que lo dijo tiene cierto nivel de conocimientos respetable o admirable.
Estaban disertamdo sobre la importancia del delfín rosado como un elemento atractivo para el turismo al punto que uno solo produce treinta mil dólares al año a la zona mientras que sus detractores lo matan para venderlo en solo veinte dólares. Las creencias en mitos, dogmas o supersticiones vienen desde muy antaño y se han legado de generación en generación hasta el sol de hoy. Las ciencias no podrán derrumbar ese muro sino cuando todos los seres humanos tengan acceso a ellas. Hubo una época, por ejemplo, en que entre las etnias o comunidades primitivas la muerte era achacada a las brujerías como la salida del sol a los ritos celebrados en las madrugadas. A las ciencias cuesta mucho tiempo y trabajo demostrar sus verdades mientras que a las supersticiones, por ejemplo, les basta la audiencia que crea en la palabra de sus predicadores como hechos reales.
El dirigente indígena explicó que el delfín rosado era un ser humano que se metió a las aguas y se volvió como tal. Sin embargo, cuando entra la noche se sale de las aguas y se vuelve ser humano al ponerse interior, medias, zapatos, pantalón, camisa, corbata, paltó, sombrero y camina por las calles –tal vez sin necesidad de cédula que le identifique su nacionalidad- como cualquier otro viviente humano que no se ha convertido en delfín rosado. No nos pongamos a criticar al indígena que cree en esa leyenda que absolutamente nada de real o verdadero contiene sino, más bien, que resulta provechosa para estimular el turismo sobre la ignorancia de las personas.
Al capitalismo le interesan más la moda y la rutina que las ciencias en manos de los pueblos. Si éstos no se vuelven atrevidos jamás conquistarán el fiax lux que los saque de la oscuridad y la resignación espiritual a lo falso, a lo no real. La brújula de los pueblos es la conciencia y cuando la adquiere defienden lo verdadero contra lo falso, aprecian lo que es incomprencible pero se oponen a lo absurdo, admiten lo indispensable para que no le metan gato por liebre en las cosas inexplicables. Sólo así los pueblos purifican sus ideas, rompen con las supersticiones y mentienen límpida su creencia en la redención social. Por algo un convencional de la Revolución Burguesa Francesa llegó a decirle a un obispo, recogido en el libro “Los miserables” de Víctor Hugo, que la conciencia era la cantidad de ciencia innata que cada ser humano tiene en sí mismo. Por eso quienes se proponen destruir los abusos sin modificar las costumbres no se dan cuenta que el viento sigue existiendo aunque no hayan molinos para ser movidos por aquel, lo cual los hace terminar siendo víctimas de sus propias viejas costumbres.
Las teorías científicas son hipótesis que se comprueban y se confirman a través de la observación y la experimentación mientras las leyendas mitológicas, los dogmas o supersticiones sólo requieren de mentes que las inventen para que jamás puedan ser llevadas a los laboratorios de la práctica en búsqueda de su aprobación científica. Ciertamente, el delfín rosado existe y es un animal precioso e inteligente pero jamás, sin reprocharle su creeencia al indígena, fue un ser humano y nunca podrá transformarse en ser humano aunque tenga comportamiento más humanitario que muchísimos personas que viven de explotar sus gracias y travesuras. El problema no estriba en que algunos indígenas crean en esa leyenda rosada que no existe sino en que se propaga por medios de comunicación sociales como si fuera una verdad comprobada y confirmada por la realidad histórica.
Recordemos, por ejemplo, que el cardenal de la Iglesia Católica Bellarmino le propuso al sabio Galileo que presentara su teoría planetaria nada más como un elemento de cálculo y no como la descripción real del universo. Galileo se negó por lo cual fue llevado al Tribunal de la Inquisición que lo hizo abjurar de sus descubrimientos pero por ello la Tierra no dejó de girar en torno al sol. Otro caso nos ilustra a favor de la ciencia y no de la superstición y los milagros cuando aparecieron las teorías de Newton, las cuales demostraban fehacientemente que la potencia de la inteligencia humana sí era capaz de descubrir los misterios del mundo sin que para nada interviniera la revelación divina, también la Iglesia Católica, a través del obispo Berkeley, quiso que esas teorías sólo se presentaran como elemento de cálculo y no como una descripción de la realidad astronómica. Claro, para esos voceros de la Iglesia poco les importaba el cálculo en tiempo que se perdía para el desarrollo del conocimiento ponerle obstáculo religioso a las ciencias para evitar su progreso.
Es verdad que el hombre sigue teniedo rasgos de animal y lo ha demostrado denunciando esa realidad no un comunista en lucha contra el capitalismo sino un propio defensor de reyes y de la explotación de clases o del hombre por el hombre como lo fue Hobbes, quien en su “Leviatan” habla del hombre-lobo, ese que exprime el sudor, el trabajo y la generosidad de otros seres humanos que no llegan a convertirse en lobos. Si los seres humanos tuvieran la capacidad de metamorfearse en animales lo más seguro es que los pobres se hubieran decidido por ser leones y acabar con la fiesta de los hombres-lobos para hacerse libres y regresar felices a su condición de seres humanos. Entonces, habría respeto universal por el delfín sea rosado o de otro color como de toda la fauna y de toda la flora y, muy importante, de todo el género humano. Mientras tanto seguiremos escuchando leyendas que siguen demostrando la imposibilidad que todos los seres humanos tengamos acceso a las ciencias en este mundo dominado por el capitalismo. Y cuando las ciencias y los trabajadores se abracen, pobre de los obstáculos que se interpongan en sus caminos.
Si algo en demasía saben los señores capitalistas es que una sociedad, donde todos sus ciudadanos y todas sus ciudadanas sean cultos y cultas, no se cala ni un segundo más de vida al capitalismo, porque eso sólo puede ser fruto del socialismo realmente avanzado.