Con los trabajos del fisiócrata François Quesnay , el objeto de estudio de la Economía pasó del mercado a la producción, de la circulación a las fábricas. Con los de los liberalistas Adam Smith y David Ricardo se puntualizó el trabajo como fuente de riqueza nacional tanto del trabajo agrícola como del fabril.
Con Carlos Marx, la Economía pasa de la fuente de la riqueza material al estudio de la lucha social entre clases divorciadas por sus intereses particulares. De resultas, esos tres aportes coinciden en designar al trabajo como fuente de la riqueza material.
Sin embargo, sigue en pie la respuesta a la pregunta: ¿por qué el “capital dinero”, el del empresario y explotador, se lleva la mejor parte de esa riqueza, siendo que sus tenedores no trabajan?
No hay duda de que el objeto de estudio de esta ciencia sigue pendiente de definición. No basta con que ella conozca de las clases sociales, ni que sostenga la hipótesis de la plusvalía o trabajo excedentario como fuente y expresión de la riqueza derivada de la explotación del capitalista frente a sus asalariados. Su objeto de estudio debe necesariamente desembocar en la explicación y solución de semejante contradicción, la misma que observamos cuando los fabricantes, comerciantes y banqueros terminan muy ricos, y los trabajadores muy pobres, por encima de que estos últimos son quienes trabajan, mientras que los anteriores se limitan al aporte de dinero, como si a este le asistiera algún derecho divino o racionalmente válido para recibir tales beneficios.
Dentro de esa posible respuesta, la Economía asomaría a quiénes y cómo se determinan la tasa de ganancia. Como es sabido, esta ciencia se ha limitado a la elaboración y fijación del algoritmo correspondiente para su medición, y los gobernantes a regularla de mil maneras a fin de que al trabajador llegue un poco más de lo que aisladamente el criterio empresarial tendría a bien reconocerte a los trabajadores. Sabemos también que, de acuerdo a las leyes políticas, extraeconómicas, al capital le pertenece toda la producción, habida cuenta de que, supuestamente, el trabajador recibe una paga compensatoria de su trabajo, descontada la cual, todo el resto pasa a la pertenencia del capitalista.
En razón de esas leyes extraeconómicas, a mayor capital, mayores ganancias para este, aunque igual tasa media para todos los capitalistas involucrados en el Producto Interno Bruto de cada año. De acuerdo con esto, grandes capitales terminan abrogándose propiedades ingentes de riqueza, a pesar de que sus propietarios son personas con iguales necesidades básicas.
El caso es que el capital colectivo, o sea, cuando ni el Estado ni ningún particular pudiera ejercer derecho de propiedad alguna sobre los medios de producción, permitiría le a cada persona correspondería una alícuota de la riqueza alcanzada con la fusión productiva del trabajo con el capital utilizado como valor de uso. Digamos que la tenencia del capital no vendría al caso, como tampoco vendría la injerencia del Estado en la distribución y disfrute de la riqueza.
La participación de la riqueza creada, como salario o como ganancia, medida según el trabajo aportado pondría freno a la riqueza apelotonada en pocas manos, y como los medios de producción y bienes de consumo excedentarios estarían a la orden de las personas, el empleo selectivo perdería razón de ser.
Digamos que la propiedad privada ora de particulares, ora del Estado, debe ser revisada ya que realmente el llamado capital de producción no tiene porqué reclamar para sí ninguna parte de la riqueza creada, salvo para su propia reproducción con los fines de abastecimiento colectivo de los trabajadores que son sus creadores.
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