La pasada noche del viernes 22 en el centro de Caracas fue una jornada fascinante: se desarrollaba por segunda vez una fiesta de calle fomentada por la Alcaldía de Libertador para convertir los espacios urbanos en sitio de encuentro y convergencia de múltiples jóvenes (desde ponquetos, hip-hopceros, pasando por rastafaris hasta tukkis y demás grupos diversos que convivimos en esta ciudad) que estamos negados a dejar el espacio público en manos de la violencia y queremos recuperarlo con iniciativas tan valiosas como estas que requieren tan sólo de voluntad política para dejar de lado la cultura privatista de los “malls” que sólo segregan y desestructuran los vínculos sociales.
Pues bien, como muchos otros fui a disfrutar de este ambiente festivo y para sorpresa de todos, en el rincón de “Chocolate con Cariño”, diagonal a la plaza El Venezolano, se encontraban tres de los muchachos que se dieron a conocer por el documental “Caracas, ciudad de despedidas” en el que señalaban su temor de vivir en una ciudad tan violenta y manifestaban que muchos de sus amigos se habían ido del país debido a esta causa y a otros problemas.
Por supuesto, no fuimos los únicos en percatarnos de la presencia de estos muchachos. No aguantamos la curiosidad y nos acercamos al más famoso de ellos, de nombre Paul, el que dijo que “se iría demasiado” y con el tono más cordial le preguntamos qué iba a hacer: si se quedaba o se iba. Su respuesta fue, palabras más, palabras menos: “ese documental lo grabaron hace un año y yo ahora pienso distinto”. En un ambiente de absoluto respeto a la diferencia -excepto por algunos compañeros que se acercaron en cambote para apabullar- le manifesté a Ibrahím (otro de los que sale en el documental) el interés del compañero Ernesto Villegas de entrevistarlos y para mi sorpresa –aunque en el fondo me lo esperaba- me dijo que no conocía a este periodista. Luego de esta breve conversa, cada quien siguió disfrutando del espacio y Paul y el grupo de amigos que lo acompañaba se fueron del lugar en mención (imagino) que para otras de las esquinas dispuestas para el disfrute de todos los caraqueños.
La respuesta que nos dio Paul y la conversa con Ibrahím confirmó lo que pensé desde aquél momento en que se desató toda una discusión a través de redes sociales -que cayó en las más feroces descalificaciones- respecto de los testimonios del documental: 1) Estos muchachos hablan desde la realidad que conocen: encerrados en sus urbanizaciones y atemorizados de salir a la calle por condiciones adversas como la violencia y ante tanto prejuicio -de hoy y de siempre- de algunos sectores medios de nuestra sociedad que en efecto se niegan a conocer otros espacios y a su gente, 2) Son pos adolescentes que sólo están empezando a vivir con muchísimas expectativas y que están en un país en que las discusiones políticas de fondo se han mediatizado en exceso, construyendo realidades “irreales” –valga la tautología- de dos países virtuales: el que se está cayendo a pedazos según las empresas privadas de comunicación y en el que todo es maravilloso de acuerdo a la línea de comunicación poco crítica de la mayoría de los medios de comunicación públicos, 3) Ellos hablaron en ese documental desde su condición social: su entorno le ofrece la posibilidad económica para plantearse irse del país temporal o definitivamente y eso no puede ser criminalizado. Las migraciones como fenómeno internacional e interno dentro de cada país ocurren en escenarios de coyunturas difíciles que cada quien las vive desde su contexto. Seguramente, si a un muchacho de un sector popular, postadolescente también, que quiere vivir a plenitud su juventud y sin muchas preocupaciones se le da la posibilidad de salir del país, no dudará en hacerlo ya que ello representa todo un reto y un aprendizaje de vida, mucho más en esas edades juveniles. 4) Es lamentable que muchos compañeros formados (o que dicen estarlo) en el pensamiento crítico de izquierda, asuman las mismas actitudes que critican de algunos sectores de nuestra prejuiciosa e inculta clase media alta: la intolerancia hacia lo distinto y que además no den la discusión de fondo que se planteó en ese momento con ese documental: el que muchos jóvenes, no sólo estudiantes sino profesionales y muchos casados con el proceso bolivariano, en efecto, se están yendo del país –unos temporalmente y otros de manera definitiva- continuando así con la fuga de cerebros que se inició en los años 70 con la llamada “Venezuela Saudita”.
En fin, ponerse en el lugar del otro, lo que no implica aceptar sus postulados, sino conocer y comprender estas múltiples realidades que existen hacen la diferencia de una praxis política anquilosada en las descalificaciones del adversario como lo hacen los adecos, o una praxis política distinta, que se revise y dé el debate de fondo sin pensar que el insulto o el grito más alto es el que ganará o gustará. Basta de simplificaciones y asumamos críticamente una revisión de nuestros discursos para poder dar debates de altura y convencer al otro, no vencerlo o aplastarlo.
“La victoria no autoriza a ser canalla”
Joaquín Dicenta
(Frase extraída del documental “El Último Panfleto” de Liliane Blazer y Lucía Lamanna)
Politóloga, egresada de la Universidad Central de Venezuela con Maestría en Criminología y Sociología Jurídico Penal de la Universidad de Barcelona (Catalunya/España).
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