De entrada, un burgués y una aburguesa no son personas, son personalidades pertenecientes a la clase de la burguesía, una clase que las liga entre sí sólo porque todos y todas reciben en común rentas procedentes de los trabajadores o de las personalidades pertenecientes a la clase proletaria.
Las asesorías u orientaciones, la prospección, la programación técnica, supervisión, contabilidad, publicidad, logística y demás funciones inherentes al proceso productivo de la empresa burguesa las llevan a cabo los ingenieros de variadas especialidades y los economistas llamados “macroeconomistas”, todos estos últimos pertenecientes a la obsoleta Economía Vulgar o degenerada Economía Clásica.
Todos esos honorables profesionales son contratados para elevar al máximo la ganancia de los dueños jurídicos de la empresa con una casi absoluta indiferencia en cuanto a la clientela a la que va dirigida su producción. Distribuidores, proveedores y consumidores finales e intermedios, todos son simples condiciones técnicas y dinerarias para que esta empresa logre sus lucrativos objetivos en el menor tiempo posible, con un mínimo de inversiones y una ganancia máxima.
La publicidad goebeliana, el rezago en cuanto a las innovaciones tecnológicas, la minimización de peso, centimetraje, composición química, frescura, manipulación, biodegradabilidad y afines, son características donde la empresa esmera sus aportes técnicos a condición exclusiva de que el consumidor siga comprobándoles sus mercancías.
Cuando esa demanda impotente toma alguna acción indeseable para la empresa burguesa, esta reduce la oferta-tranca el chorro-escasea artificialmente y fuerza la compra.
Así operan en los grandes expendios comerciales: Si una mercancía resulta pesada o “hueso duro”, simplemente lo colocan en sus inventarios y esconden las más demandadas. Como se trata de bienes perfectamente sustituibles (digamos, aceites comestibles, harinas, cafés, lácteos, carnes y conservas a fines) y de uso básico, el consumidor termina limpiándoles esos inventarios, y sólo entonces aparece la mercancías de mayor demanda. Como la empresa suele ramificarse, tiene acciones en esas empresas productoras de tales huesos duros, vuelve a comprarlos y aplica el mismo y amañado procedimiento de venta.
Las empresas de algunas bebidas y alimento lácteos, por ejemplo, si bien colocan fechas de vencimiento y elaboración en sus empaques y recipientes, se cuidan de vender hasta la última de las unidades producidas hasta el último día de perecimiento. Para ello basta con ruletear sus productos por todos los expendios durante el período previsto para su expiración.
Por ejemplo, si una mercancía sale con una duración de frescura estimada en 30 días, los primeros 7 o menos permanecen en los expendios cuya clientela es de consumidores con mejor poder de compra. Al cabo de ese primer intervalo, el repartidor traslada la mercancía retirada de los expendio de primera a los de segunda, y así hasta que llega el expendio de menor rango para cuando al producto le queda una mínima vida útil para su consumo, amén de que muchos clientes ignorantes o descuidados hasta los consuman vencidos a riesgo de enfermarse. Esta morbosa posibilidad, lejos de ser tomada en cuanta por aquellos ingenieros y economistas vulgares, por el contrario es bienvenida en el sentido de que contribuye a la demanda otras mercancías, en estos casos de la farmacopea, cosas así.
En Venezuela resulta por demás oprobioso y curioso que la leche pasteurizada desde hace muchas décadas sea vendida en recipientes de 0,9 litros al precio de 1,0 litro, o en envases de 0,45 l como si fueran de ½ l, cosas así.
Cuando un comerciante recibe a su proveedor, se cuida de comprarle al menor precio, y cuando se trata de competencia entre ramas de comercialización y producción todos ellos terminan interexplotándose porque sencillamente responden a la misma conseja de asesores que centran sus mejores esfuerzos técnicos en favorecer por separado a cada uno de sus patronos y lo hacen mediante una asombrosa capacidad de abstracción de los demás integrantes de esa clase social a la que pertenecen las personalidades de los burgueses y burguesas, aunque todos en común vivan de las personalidades corrientemente conocidas como asalariados o pertenecientes al proletariado.
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