Comandante Chávez, su voz de protesta fue la misma voz de Dios que dormía en la profundidad del mar y se despertó con su llegada.
La voz de su enemigo declarado es la misma voz del demonio de manifestaciones rastreras que nunca duerme.
Comandante, su enemigo de ojos desorbitados, de mirada belicosa y extraviada en la oquedad de una nebulosa, dentro de su monólogo interno pensaría lo siguiente: “Aquellas laderas que bordean al cuartel de la pequeña montaña pero de grueso blindaje, hoy le sirven de escudo protector al comandante Hugo Rafael Chávez Frías, al que ya más nunca podré atacar, ya que carezco de una escalera apropiada para remontar a tan inaccesible pináculo. Allí el comandante Chávez se ha hecho invencible, y más reacio a cualquier malsana tentación. Es una límpida luz de alerta en la conciencia de los que ayer oprimíamos. Ya no podremos vilipendiarlo a nuestro antojo, se ha incrustado en el tejido social, humano y cultural de todo un pueblo hasta más allá de las fronteras”.
Comandante Chávez, por vez primera le pido por favor que esté tranquilo y relajado. Bajo la sombra de aquel árbol verde esperanza, y sentados en una piedra le invito a tomar un cafecito. Mire usted comandante Chávez, no tiene importancia si se le apagaron las funciones físicas de su cuerpo sobre esta tierra de lucha, si lo más importante es que, usted hace mucho rato trascendió en cuerpo alma y espíritu las barreras del tiempo que rigen al pasado, presente y futuro.
Comandante Chávez, se necesita una gran capacidad de síntesis, para enumerar en tan cortas líneas, aunque sea una sola de las transformaciones trascendentales y justas que usted en catorce años logró aplicar contra viento y marea a su Revolución pacífica.
Mi comandante Chávez, siéntase usted gozoso y orgulloso de la nueva Jerusalén soberana que acaba de nacer en Venezuela, de su humilde pueblo que hoy lo sigue con más ahínco que nunca, de todas las mujeres y de todos los hombres que conforman su equipo con liderazgo compartido, y en especial de un aventajado alumno suyo como lo es el compatriota Nicolás Maduro Moros, al que usted le confió tamaña responsabilidad de conducir el autobús de la Revolución Bolivariana, ya que usted lo añejó en las bodegas ideológicas de la lealtad, del trabajo y de la disciplina. Dice el refrán: “El que anda con el presidente, aprende a ser presidente”.
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