El socialismo participativo de la democracia radical es mandar obedeciendo al pueblo, no mandar obedeciendo sobre el pueblo, hecho que las corrientes burocráticas en el seno de la revolución han omitido completamente. Suponer que el poder constituyente, democracia participativa, reconstrucción de la izquierda, ir más allá del metabolismo social del capital, proyectar formas de una economía de transición post-capitalista, de una ética-política de la liberación, incentivando el protagonismo del Poder Popular, son todas tesis contrarrevolucionarias, no es más que una muestra de cerrazón mental, arcaísmo ideológico y necedad intelectual.
El socialismo es, en su meta y en todo su camino, una lucha por la realización de la libertad (Anti-crítica. Karl Korsch). Esta cita se trae a debate para recordar que el proyecto de emancipación, justicia social e igualdad sustantiva son parte de un horizonte libertario, no de una clausura despótica. Por tanto, con dogmas y sectarismos no habrá praxis revolucionaria para el siglo XXI, así lo ha expuesto el camarada Nicolás Maduro ante la convocatoria de un bloque popular revolucionario, como eje fundamental de reagrupamiento del Gran Polo Patriótico en el proceso de re-politización, re-unificación y re-polarización mayoritaria de las fuerzas socialistas, democráticas y contra-imperiales del país.
Para ello es necesario reconstruir y renovar las izquierdas sobre bases amplias, flexibles, superadoras de dogmas, posturas colonialistas, euro-céntricas y despóticas. Se trata de un radical renacimiento del imaginario crítico post-capitalista, post-colonialista y post-imperialista. De allí la importancia de superación de viejas fronteras, distinciones y mapas del socialismo real y del marxismo burocrático, hegemónicos en el siglo XX.
De modo que la democracia socialista es justamente la lucha por la profundización y la radicalización de la democracia social y participativa, con la finalidad de construir una sociedad justa, una sociedad cuyo horizonte utópico-concreto es la lucha de actores, movimientos y fuerzas sociales, edificando el bloque social nacional-popular en lucha contra la explotación del trabajo, la coerción política, la hegemonía ideológica, la desigualdad y exclusión social, la discriminación, la negación cultural y la destrucción de la naturaleza.
Una democracia radical, social y participativa, de amplia deliberación y protagonismo de multitudes: trabajadores y trabajadoras, pueblos indígenas, estudiantes, campesinos, precarizados, desempleados, mujeres, científicos, técnicos y militares patriotas, sigue siendo percibida como una “amenaza revolucionaria” para la estructura de mando y explotación del Capital.
A esta movilización por la participación ampliada de la multitud podemos llamarla socialismo participativo, comunismo libertario, democracia radical o democracia socialista, pero no podemos confundirla con las experiencias del socialismo real bajo la hegemonía de dogmas marxista-leninistas ortodoxos.
Todas las investigaciones sobre mapas teóricos y praxis revolucionaria en el siglo XX han dado cuenta de las severas limitaciones de los códigos del marxismo dogmático, el socialismo burocrático y las facciones sectarias en el seno de los espacios ideológicos de la revolución. Cuando las voces de estas facciones pretenden ser hegemónicas estamos en una evidente etapa de reflujo, bloqueo, estancamiento y debilitamiento del proceso revolucionario.
Por tanto, el proyecto neoliberal/neo-conservador sigue siendo un proyecto contrario a la profundización de la democracia y su extensión a las esferas económicas y sociales, a las conquistas de los trabajadores y sectores populares, así como a la idea de alternativas post-capitalistas a la civilización hoy hegemónica.