Un joven me preguntaba, hace apenas unos días… ¿Para qué sirve la historia? He podido darle la respuesta clásica: la historia es un profeta que mira hacia atrás; la historia es la memoria colectiva, u otro largo etcétera de definiciones más o menos felices. No lo hice. Le respondí que la historia ha servido de mucho para quienes la han contado. Ha servido como encubridora eficaz de las causas reales que provocaron los variados acontecimientos y debe servirnos como mapa donde encontrar las claves para nuestro presente y los códigos del futuro.
En nuestra Venezuela de hoy se están verificando acontecimientos, formulando y ejecutando acciones que, sin ser exactamente las mismas, guardan una gran similitud con la esencia de otras ocurridas en otros momentos, tanto de la historia universal como de nuestra propia historia. Diferentes los actores, disímiles las condiciones objetivas y subjetivas, en esencia, la extrapolación dialéctica permite observar grandes similitudes. En sentido estricto, la historia vuelve a ponernos en el punto crítico en el cual, el enfrentamiento entre los sectores propietarios de todos los privilegios y aquellos que sufren la consecuente explotación de estos alcanza su nivel decisorio.
La clase campesina y obrera, conducida por un liderazgo providencial acciona contra las reglas del juego que la han mantenido a la sombra de la historia, aportando su propia existencia, alienada y explotada para producir una brutal acumulación de capitales y privilegios. Eso es lo que está ocurriendo hoy en el suelo patrio. Eso ocurría, por ejemplo, en el primer cuarto del siglo XIX. En aquel momento, superada por el Libertador la meta ensoñadora de la independencia, al advertir que ésta, sin libertad e igualdad social era una caricatura miserable, tomó acciones y el conflicto, a lo interno, adquirió la característica propia de la lucha de clases.
Dos acciones son fundamentales para delinear la nueva batalla de clases. El Libertador aborda, con el decreto de liberación de los esclavos y el de confiscaciones, destinado al reparto de las tierras entre el pueblo que las conquistaba con su sangre, el absurdo de un pueblo entregando su vida en los campos de batalla para servir a sus amos, para asegurar las cadenas. Un pueblo que regresaría, -los pocos que lo hicieran- después de largos años de sacrificios a las haciendas convertidos en una figura contradictoria, esclavos, igual o peor que antes, pero esclavos bajo una bandera nacional, soberana e independiente. ¡Un absurdo que El Libertador captó con visión adelantada y magistral!. Del encanto de la independencia a la frustración de la República de un tranco.
Estas acciones del Libertador, aunadas a su visión de la Patria Grande, dispararon las alarmas. La oligarquía decidió la desaparición de Simón Bolívar, en quien veían, con razón, el catalizador de todas las aspiraciones populares y el gran enemigo a derrotar. No era fácil la tarea. El Libertador se había metido como río en conuco en el corazón del pueblo. Enfrentarlo abiertamente era una muy peligrosa aventura y si de algo sabe la vieja oligarquía es del manejo de los tiempos. De modo que, concertada con sus pares de la Nueva Granada emprenden una lenta y demoledora tarea destinada a arrancar del corazón del pueblo el amor y la confianza en el mágico adelantado.
Nada escapó a la miserable tarea. Ningún argumento, calumnia o chisme les fue ajeno: Loco, aventurero, megalómano, bohemio, trotamundo, fatuo, presuntuoso, dictador, mezquino, sórdido, conspirador, incapaz, absorto, embobado y todo cuanto pueda ocurrírsele a las mentes asustadas de estos poderosos. No se hizo abiertamente, de ordinario estos argumentos, vertidos como ácido corrosivo sobre el corazón del pueblo, disponían de ideales argumentos: la pobreza del pueblo, la ausencia de libertad, la miseria de la vida republicana, etc. ¡Lo lograron!. El propio Libertador así lo señala en su última proclama. Abandonado, traicionado, irrespetado y despreciado por el mismo pueblo bogotano que poco antes lo aclamaba, debió emprender el camino a Santa Marta asesinado moralmente.
Con habilidad extraordinaria se movieron los hilos de la conspiración. En Venezuela, a nombre de Bolívar, se perseguía a sus más leales seguidores:
“María Antonia, escríbele a Don Antonio León.... añádele que yo no he tenido que ver con la confiscación de sus tierras y bienes...que el Vicepresidente encargado lo mandó. Dile que yo no soy un ingrato, que me acuerdo mucho de la noche que me escondió en su casa en tiempo de Monteverde: que no he olvidado el dinero que dio a Uds., ni el que me dio a mí, ni las onzas que dejó en mi casa el día de mi retirada de Caracas... ofrécele todo lo que yo pueda hacer.... que no le mando nada porque nada tengo...
Carta a María Antonio Bolívar, Cuzco 10/7/1825”
Mientras, Páez escribía al Libertador denunciando “el estado de corrupción atroz” debido a la fórmula impuesta por éste. Todo aderezado con una campaña fiera contra los “planes” del Libertador. Declaraciones de amor y fidelidad a su persona y hábilmente ligadita con críticas al estado de la nación por causa de sus descuidos. Se pone en evidencia quien es el preocupado por la suerte de Venezuela, quién podría ser el salvador de la patria y cómo éste no es precisamente Bolívar:
“¡Ud., se abismaría, -de estar aquí- al ver las personas que dirigen su país! ... son de la clase que en cualquier otra parte en que hubiese moral pública ocuparían el lugar más inferior de la sociedad y muchos de ellos estarían en presidio por sus crímenes..”
José Antonio Páez, Caracas 1825
Esto lo dice, precisamente, quien dirigía “su país”. Y cuando el Libertador desahoga su corazón, señalando a Santander el peligro que subyacía en las actitudes de Páez y el grupo que lo rodeaba, Santander hace pública esta carta para indisponer al fiero León de Payara contra el hijo de la pobre Caracas. Obsérvese la carta, dolida hasta las lágrimas, que el Libertador le envía a Santander:
“Le diré con franqueza que escribir confiadamente para después publicar Ud., estos escritos no es muy propio de la amistad ni del decoro de un gobierno. A mí me disgusta infinito esta conducta suya con respecto a mí, pues una confianza que se hace pública es una violación del secreto. Mil veces he estado tentado de no escribirle más cartas...
Simón Bolívar, Pasto , octubre de 1826
Así se movía la estrategia contra la figura del Libertador. No pudiendo enfrentarlo abiertamente se elige el camino del desmoronamiento de su imagen. Del atizamiento de las diferencias. Consciente de ello el Libertador consigna este pensamiento en la Carta de Jamaica, sabedor de la cultura aprendida a lo largo de trescientos años de formación colonial::
“Desgraciadamente estas cualidades parecen estar muy distantes de nosotros en el grado que se requiere; y por el contrario estamos dominados por los vicios que se contraen bajo la dirección de una nación como la española, que sólo ha sobresalido en fiereza, ambición, venganza y codicia”
Simón Bolívar, Carta de Jamaica 1815
En estos días hemos venido observando, por error, omisión o acción, por activa y por pasiva, esta misma campaña. En unos casos abierta y sin necesidad de dobleces. En otros, acompañándola acaso inconscientemente, desde los propios predios del auto confesado chavismo. Hemos visto desde el vulgarísimo “Chávez la cagó”, pasando por algunos menos vulgares pero no menos insidiosos como: “No debe seguirse a un solo hombre”; “la revolución nos pertenece”; “Es una grosería que se disponga de dinero para otros pueblos mientras no resolvemos nuestros problemas”; “Chávez está secuestrado”; “Chávez no sabe lo que pasa en sus narices”; “Hay que profundizar el traspaso del poder al pueblo, no es revolucionario que lo tenga un solo hombre”; “La corrupción lo tiene cercado”; “Sus intervenciones son erradas”; “Así no se hace revolución”; “Dossier ha ganado el debate”…hasta el último leído esta misma mañana juzgando la creación de una empresa Centro Genético Productivo en Barinas con esta perla: “Mucha improvisación para formular proyectos vitales”.
Compatriotas bolivarianos, la historia tiene una utilidad única, justamente esta. Antes que, como los caraqueños de los primeros días 1831, celebremos alborozados la muerte del “enemigo de la patria” y algunos más llenos de odio aún fabriquen bacinillas con el rostro del Libertador con el fin que todos están pensando. Antes que contribuyamos con ese fin, perseguido con saña por los “think tank” del enemigo imperial y ejecutado por los lacayos internos, antes de que no tengamos punto de retorno. Yo vuelvo a gritar, como lo hicieron muchos caraqueños en aquellos aciagos días:
¡VIVA CHÁVEZ! ¡TODOS PARA HUGO Y HUGO PARA TODOS!
Ya habrá tiempo y oportunidad de ajustarles las cuentas a quienes, burócratas corruptos, hacen su contribución criminal para que estas voces puedan justificarse.
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