Cuestión de ideologías

Las ideologías son falsas conciencias, como dijo una vez y para siempre Marx, porque no advierten (o a veces no quieren darse cuenta) sus verdaderas determinaciones. Es una razón que no sabe de su razón. Por eso, el mejor síntoma de una ideología es lo que nos parece obvio. Como la ideología funciona como una especie de reflejo mental, se aloja en lo obvio. Empezamos a salir del terreno de la ideología cuando nos preguntamos, con toda sinceridad y franqueza, por que pensamos lo que pensamos, y por qué nos parece obvio esto o aquello.

Arranco de esta manera este artículo, porque hay cosas que para un socialista son obvias, se caen de maduro. Por ejemplo, si el socialismo es una “democracia sin fin, hasta las últimas consecuencias” como recuerdo dijo una vez Chávez (y antes que él mucha gente importante en esta tradición), es obvio que todas las decisiones, la mayor parte de ellas por lo menos, deben resultar de una amplia consulta popular. Por ejemplo, la selección de unos candidatos para unas elecciones.

Otra cosa obvia para un socialista es lo siguiente: si vamos a construir el socialismo, hay que darle poder a los trabajadores en la conducción de las empresas productivas. De tal manera que en una empresa productiva nacionalizada por un gobierno socialista, que está en plena producción eficiente, en la cual además funciona el control obrero con cierta efectividad, si ese mismo gobierno socialista la interviene e impone directivos y políticas, eso va en contra del proyecto. Parece obvio ¿no?

Esas dos decisiones (es obvio que me refiero a la intervención de Diana y a la selección de candidatos para las municipales), han sido justificadas por los dirigentes del chavismo y funcionarios del gobierno (que demasiadas veces son los mismos) por la situación política general, por los planes golpistas de la derecha, por la necesidad de mantener la unidad revolucionaria y garantizar nuevas victorias. A esto se agrega cierta retórica agria acerca lo contrarrevolucionarios que son los que critican las decisiones de los dirigentes, los “agentes encubiertos” de la derecha y las aviesas intenciones de los críticos. De modo que no se tratan de simples justificaciones; estas son adosadas con ataques y descalificaciones de entrada contra los que estén de acuerdo.

Se trata de una táctica argumentativa bien conocida y utilizada desde tiempos inmemoriales. Se refuta con alegatos ad hominen, como tradujeron al latín a Aristóteles. Alegatos referidos al que dice, al “hombre” que discute; no a la lógica o pertinencia de lo dicho. El mero hecho de discutir, de expresar desacuerdo, ya es evidencia de las malas intenciones, de lo despreciable que el individuo que se atreve a hacer esas observaciones. El tema cambia. Ya no se dialoga sobre algo; sino sobre la calidad y las intenciones ocultas, oscuras, del que habla.

Pero en esto llama la atención otra cosa. Esas justificaciones y descalificaciones son llamativamente reiteradas en casi cualquier situación. Parecen ya reflejos, un mecanismo automático adjunto a casi cualquier decisión. Es decir, parece obvio cada vez que la decisión se toma para garantizar la unidad, la victoria, el avance, etc. frente a la derecha golpista. Esa es la intención. Peor para ti si ves una contradicción entre esa intención y la decisión que parece motivar. Te haces sospechoso y hasta culpable, de una vez, de traición.

Estamos en presencia de una ideología. Y ésta es aquella que supone siempre que cualquier decisión tomada por los dirigentes está animada por la intención de la unidad, la victoria, detener al enemigo, etc. ¿Cómo llamar, cómo caracterizar esa ideología?

Parece evidente que se trata de una ideología propia de jefes, y sólo de jefes. Pero además, se trata de una ideología propia, no de cualquier tipo de jefes, sino de aquellos que esperan la obediencia inmediata y sin discusión de todas las órdenes. ¿Cuál es ese tipo de jefe? ¿A qué institución pertenece? Le dejo la respuesta al lector despierto.

No es para nada obvio para un socialista que los jefes siempre tengan la razón. Para eso se dice, en el marco de la ideología socialista, que hay que ser críticos; es decir, pensar con cabeza propia. Eso cuadra bien con la democracia, y más con la participativa que decimos sostener.


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Jesús Puerta


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