Ocurre que hablamos de los bienes que no satisfacen a la sociedad como un
todo, sino a quienes puedan comprarlos, robarlos, mendigarlos o recibirlos
de sus protectores, padres y/o amigos, del Estado, cosas así, y tales son
las mercancías.
Cuando hablamos de bienes útiles a secas, lo hacemos de los b. producidos en
colectivo[2], como si los todos los ciudadanos formáramos un equipo
integral, una gran comuna que albergara otras comunas de menor rango
numérico. Como cada mercancía vendible es soportada por un valor de uso,
caigamos en la cuenta de que el intercambio de bienes útiles no
necesariamente supone compraventa, y por esta razón hablamos de centros de
distribución en lugar de mercado.
Así y bien miradas las cosas, ha circulado mucha agua en nuestro planeta,
y también mucha sangre desde que Lenin-1916-identificó el Imperialismo como
la fase superior del capitalismo, fase ya alargada por casi un siglo, aunque
debemos inferir que este insigne socialista, filósofo y cabal intérprete de
los novísimos hallazgos de Carlos Marx, tuvo que referirse sólo al
capitalismo de marras, un imperialismo que para entonces ya subsumiría el
mercado mundial y al que él le atribuyó su pronta decadencia, en
cumplimiento posible de la ley de tendencia a la baja de la tasa media de
ganancia.
Ahora bien, es un hecho que sólo podemos ver lo que la realidad circundante
nos ofrece; nadie puede hacer pronósticos que no sean explicables por el
medio exterior que nos envuelve y absorbe en cada momento y lugar.
Tengamos presente que, además de las "fuerzas tradicionales que
contrarrestan la ley mencionada", la misma dinámica de los mercados, tanto
de medios de producción como de consumo final-dinámica de todas las
mercancías-ha ido postergando el fin de este sistema, habida cuenta de que
los mercados tienden a renovarse y no precisamente en los mismos términos
cuali y cuantitativos. Por ejemplo, el avance y multiplicación de conatos
socialistas, la exacerbación de las competencias intraclasistas y las
reivindicaciones proletarias logradas a través de mejoras sindicales
salariales, todo ello atenta contra las estadísticas favorables a bajones
en la tasa referencial o t. media de ganancia.
Estas nuevas fuerzas contrarrestantes están inscritas en el individualismo
burgués, y por supuesto, la merma tendenciosa de la tasa de ganancia[3] no
niega que algunos capitalistas ganen fabulosas fortunas, porque
sencillamente la ruina de muchos explica la prosperidad de pocos. En estas
sociedades nadie está exento de ruina.
Así entendido, el imperialismo reduce su protagonismo a unas cuantas
transnacionales, lo que tampoco niega que el comercio menor siga obteniendo
ganancias[4]. Tales contradicciones sólo pueden explicarse cuando observamos
el comportamiento de los dos (2) mercados propios de todo modo de
producción, y del burgués como ningún otro de los que le precedieron: el
mercado de medios de producción-inclusivo de dólares-y el mercado de bienes
de consumo final.
El mercado de medios de producción crece acondicionado al avance
tecnocientífico en cuanto a maquinarias, pero decrece necesariamente en
cuanto a materias brutas y primas susceptibles de irrevocabilidad. Los
sintéticos han venido a jugar el papel de sucedáneos emergenciales, sólo que
estos dependen de materias brutas y primas no menos irrenovables.
Como el capital crece y crece sin cesar, el ritmo armónico de la
capitalización de las ganancias con el crecimiento de los mercados tiende a
romperse, y a estas alturas, casi un siglo después de Lenin, la tierra está
repartida en su totalidad, los mercados han sido mapeados íntegramente, y el
capitalismo debe ingeniárselas para conservar los viejos mercados. Entre
muchas otras estrategias de mercadeo: acelerar la renovación de inventarios
de mercancías mediante la fabricación de bienes desechables, de pésima
calidad y escasa durabilidad, aunque se fabriquen y conserven con tecnología
avanzada porque el mercado debe crecer a como dé lugar so pena de que el
capital-la ganancia de cada periodo económico-no se pudra[5], no se
estanque, porque esto va marcando definitivamente el agotamiento de este
sistema.
Es casi de perogrullo inferir que las guerras inducidas, la destrucción
súbita de los inventarios, de millones de proletarios, de las empresas
operativas, de las edificaciones y afines, no son un asunto meramente
maquiavélico ni unas recetas filosóficamente maltusianas, no, son más bien
la resulta de un sistema fincado en la acumulación de trabajo subpagado que
sólo se conserva con más producción realizada al margen de los mercados que
paradójicamente son la razón de ser del montaje industrial y de las
iniciativas empresariales burguesas.
_____
[1] Si algo escasea en nuestras sociedades burguesas es la protección del
consumidor en materia de una contabilidad justa, transparente y solidaria.
Véase la siguiente nota marginal, y mi trabajo: PRAXIS de El capital, de
Carlos Marx.
[2] Dentro de las fábricas no suele hablarse de mercancías, sino de
productos y "subproductos", de bienes a secas. El asunto del valor o
coste de esos productos, una característica hermanada a cualquier bien útil,
ha estado reservado a los obreros contables porque a los verdaderos
productores de esas mercancías les está vedado saber y conocer del valor de
su trabajo. Decimos verdaderos productores porque el asalariado contable
forma parte del capital constante: no agrega valor trabajo alguno más allá
del monto de su salario,, y esto debido a una mala praxis contable, a un un
salario que, de paso, ha estado cargándose ilícitamente al precio de venta,
una ilicitud que por ahora ha pasado muy inadvertida o muy silenciada. Igual
viene ocurriendo con las depreciaciones por concepto de maquinaria y equipos
varios, algo muy semejante al cargo como coste de producción de los
alquileres de inmuebles y de otros muebles.
[3] El criterio científico perteneciente a Carlos Marx es tajante al
respecto: La acumulación de capital -de plusvalía-sólo tiene sentido si se
lo capitaliza; esto significa un empleo constantemente creciente, una mayor
extracción de plusvalía, una acumulación inevitablemente creciente, y todo
ello posibilitado por mercados capaces de absorber mayores lotes de
inventarios, tanto de medios de producción como de bienes de consumo final.
Matemáticamente, a mayor capital constante con una mano de obra
desincronizada da como resultado una merma de la tasa en cuestión. La
tendencia a su baja es forzosa y su minimización daría cuenta de cualquier
iniciativa empresarial para seguir en el negocio de la contrata de
asalariados. En consecuencia, el modo de producción debe dar entonces un
salto, sufrir una transformación radical, otra manera de producir, otro
modo de producción. Sólo la socialización marxista garantizará la buena
marcha de la vida, en general, habida cuenta de que los excedentes de
producción, la plusvalía, digamos, quedaría automáticamente colocada con
independencia de su carácter mercantil. Este criterio marxiano,
inadecuadamente tildado de ortodoxo, seguirá en pie mientras no surja otro
que lo releve convincentemente, cuestión que todavía no ha brotado, fuera de
las numerosas explicaciones e hipótesis que tanto suelen acompañar al
pensamiento izquierdista, al libre pensador armado con guías dialécticas
para sus reflexiones.
[4] Curiosamente, se cuenta por millones el número de establecimientos
comercios repletos de mercancías "frías", sin salida oportuna-mercancía
demodé. Se trata de comerciantes que usan inventarios como auténticas
pantallas para engatusar a posibles clientes. Si usted pregunta en alguno
de ellos por determinada mercancía, azarosamente tendrá como respuesta que
nunca tienen lo que usted busca, salvo en puntuales o estacionales épocas
del año y con precios de tendencia a la subas. Fuera de estos momentos sólo
exhiben invendibles acumulados.
[5] Hablamos de pudrición por cuanto todas las mercancías son expresión de
fuerza de trabajo del pasado, de energía humana ya utilizada, manejada e
inventariada después como trabajo muerto.