En un artículo anterior, publicado por Aporrea, me referí a que después de 14 años de revolución era pertinente ofrecerle al país el modelo económico que se debería ir aplicando, en la medida en que la revolución avanza, o se radicaliza, como prefieren decirlo otras personas. Sobre este tema deseo profundizar en este nuevo escrito, pero desde otra perspectiva, desde otro enfoque. De manera que las cosas se vayan aclarando, en la medida en que lo permitan los vaivenes de la política venezolana. Pero, independientemente, de los vericuetos de la política hay que ir hablando de este tema, seamos neófitos en la materia, como lo soy yo, o sean expertos como los hay en el campo revolucionario.
Retrocedamos, un poco en la historia reciente. Hugo Chávez llega al Palacio de Miraflores, después de una rebelión cívico-militar exitosa, porque lo que han llamado un “fracaso” inicial, se transformó en victoria con el correr de los meses, producto de aquellos segundos que le permitieron al Gigante salir en la pantalla chica y dejar sembrado en las fibras y corazones de los revolucionarios adormecidos, un “POR AHORA”, que daba a entender que la lucha seguiría (lo que nadie imaginaba era que la victoria vendría por el evento electoral). Hasta allí la cosa. Chávez llegó a Miraflores, símbolo histórico del poder.
¿Pero, en verdad, Hugo Chávez, tenía en sus manos el poder de este país? Claro que no. Tuvo un pedazo. Lo que permitía el andamiaje de la superestructura de la que habló Marx, en su tiempo. Esa superestructura que por más de 200 años fue construyendo la burguesía nacional. Allí reposa el verdadero poder. La que hace todo lo bueno, lo que le “conviene” al país, mientras que lo “malo” lo hacen quienes quieren destruir lo viejo, lo carcomido, lo pernicioso, lo perverso, que ha tenido un poder omnímodo desde la que El Libertador nos legó una libertad política, pero hasta allí.
¿Cabe preguntarse, cómo se destruye esa superestructura burguesa? Marx, habló de que en todas las fases de la historia ha habido un antagonismo entre dos clases sociales, una de ellas la dominante, y la otra la dominada. El decía que en la sociedad de esclavitud, el antagonismo estaba entre el ciudadano libre y el esclavo. En la sociedad feudal, de la Edad Media, entre el señor feudal y el siervo. Pero en la época donde le tocó vivir el propio Marx, la cosa tenía otro nombre: era la sociedad burguesa o capitalista en antagonismo con el obrero o proletario. De allí, en adelante, se amplió la brecha entre los que más tienen y los que menos tienen. Entre los que se enriquecen más, cada día, y los que se empobrecen más cada día. Esta fue la sociedad, injusta y pueril que animó a Chávez, desde que hizo militar, a preparar el terreno para insurgir en el momento preciso, y junto al pueblo iniciar una revolución.
¿Pero dónde estamos parados, después de 14 años de revolución? ¿El proceso ha avanzado significativamente? ¿Se ha tocado esa superestructura de la que hablaba Marx? No. Esa superestructura burguesa sigue vivita y coleando. Marx dijo: “…Y como la “clase superior” no quiere ceder su predominio, un cambio sólo puede tener lugar mediante una revolución”. ¿Será este proceso liderado por Nicolás Maduro, el encargado de lograr ese cambió? ¿O seguiremos esperando? Un día un hombre rico se entero de lo que Marx y Engels había lanzado al mundo “El Manifiesto Comunista”, donde se decía que el proletariado no tenía nada que perder, excepto sus cadenas. Tiene un mundo por ganar. ¡Proletarios del mundo entero, uníos”. El hombre rico gritó: “Socorro, socorro, ¡El gallo rojo está cantando!