El fascismo, sin duda, es la etapa superior de la política despótica presente en la estructura de mando y metabolismo social del Capital.
Observamos con estupor como en países del Norte capitalista -como Alemania, Francia, Gran Bretaña y Norteamérica- los ataques racistas y de connotación racista son constantes. Se ha diseminado de manera capilar una nueva epidemia. De la denuncia de los “micro-fascismos” en la vida cotidiana, pasamos a enfrentarnos a comportamientos, afectos y agenciamientos de enunciación de carácter molar: formaciones políticas fascistas y neofascistas, con sus intentos de recuperar una estructura de mando estatal y de la llamada “sociedad civil”, para garantizar las condiciones de un nuevo ciclo de reproducción ampliada de la lógica del Capital, y por tanto, diseminar toda una bio-política neoconservadora y reaccionaria.
Las últimas noticias de Europa nos alertan sobre el reagrupamiento de varias organizaciones ultraderechistas, con la intención de crear plataformas unitarias reaccionarias con más fuerza. No nos dejemos atemorizar ni intimidar por ello. También en el Sur capitalista, las derechas y ultraderechas pretenden recomponer el mapa de la geopolítica imperial en las periferias poscoloniales. A todo este esfuerzo político contribuyen los dispositivos mass-mediáticos y núcleos financieros, comerciales, industriales y rentistas del gran capital, tratando de construir una “línea de masas” para proyectar de nuevo, una contraofensiva reaccionaria de un movimiento de masas hegemonizado aparentemente por sectores de la pequeña burguesía transnacional.
Hace algunos años, casi todos los comentaristas demo-liberales y buena parte de la izquierda social-democrática en Europa consideraban que inquietarse por el crecimiento de partidos fascistas era cosa de conspiranoicos. Hoy en día este, el rostro del monstruo, se hace cada vez más visible. Los asesinatos racistas en Alemania y Francia, la participación de ministros fascistas en el gobierno italiano, y el sorprendente éxito de la ultraderecha nacionalista en Rusia, han demostrado que existe un verdadero peligro de revivir la década de 1930.
También en Nuestra América insurgente, la multitud popular que desafió abiertamente la lógica globalizadora del capitalismo neoliberal y que ha pujado por la puesta en escena del poder constituyente, se enfrenta a nuevas reagrupaciones de derecha y ultraderecha. Los Gobiernos Progresistas de Sudamérica se enfrentan a los retos de nuevas oposiciones de derecha y ultraderecha: Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador y Venezuela, entre otras experiencias, cada uno con sus especificidades y particularidades, ha visto resurgir el viejo anticomunismo, fraseologías falangistas, nostalgia por los Estados de Seguridad Nacional, formas de discriminación étnico-racial de los pueblos indígenas, racismos de todo calibre, populismos de derecha y en fin, todas las familias ideológicas de ultraderecha para diseminar un nuevo sentido común profundamente marcada por el regreso del monstruo fascista.
No podemos minimizar o desestimar estas amenazas a las luchas de la multitud plebeya y a la izquierda gubernamental de Nuestra América. De la mano de Álvaro Uribe Vélez, de sectores de la ultraderecha chilena, peruana o paraguaya, se apoya el preocupante crecimiento de partidos y movimientos que no pueden dejar de ser calificados como de procedencia o filiación fascista. Reconocer que el crecimiento de una base de masas para la política de derecha y ultraderecha fascista representa un verdadero peligro es un paso cada vez más urgente, sin el cual no nos es posible organizarnos para detener el avance del fascismo. Pero también tenemos que comprender los flancos débiles del fascismo, de otro modo corremos peligro de quedar paralizados por el pánico y las pasiones tristes.