Se disparan las alarmas

Retomamos el tema de la violencia y, en esta oportunidad, recordamos a Julián Marías (Ser español. Ideas y creencias en el mundo hispánico), quien dramáticamente, se pregunta ¿Cómo fue posible llegar a la guerra? Y su respuesta calza perfectamente con la situación de Venezuela. La causa principal no fue “la discrepancia, ni el enfrentamiento, ni siquiera la lucha, sino la voluntad de no convivir, la consideración del “otro” como inaceptable, intolerable, insoportable”. Destaca además que se propició “el ingreso sucesivo de porciones del cuerpo social en lo que se podría llamar oposición automática”

En un país de dos medias verdades es oportuno recordar a Roland Barthes (Fragmentos de un discurso amoroso), cuando afirma que la sensación de poseer la verdad produce una curiosa inversión: “lo que el mundo tiene por “objetivo” yo lo tengo por artificial y lo que tiene por locura, ilusión, error, yo lo tengo por verdad.”

En su análisis sobre la guerra civil española, Marías destaca que la primacía de lo político logró que “todos los demás aspectos quedaran oscurecidos: lo único que importaba saber de un hombre, una mujer, un libro, una empresa, una propuesta era si es “de derechas” o de “izquierdas” y la reacción era automática”. Así, “la política eclipsó toda otra consideración”. Se disparan las alarmas cuando analizamos el escenario actual venezolano y la peligrosa politización de nuestra cotidianidad. Incuestionable la politización de la vida y la muerte, la politización de la violencia y hasta de la paz, la politización de la verdad y del derecho a la información.

Destaca Marías cuatro alarmantes condiciones previas a la guerra civil y que reconocemos en el contexto venezolano. Una sociedad partida en dos bandos, caracterizada por la “voluntad de no convivir y la formación de “grupos que ingresaban en la categoría de mutuamente irreconciliables”. El asociar al “otro” con la fuerza del mal. La subestimación del adversario, de su fuerza y de su eficiencia, el no tomarlo en cuenta y no considerarlo un peligro real y menos aun, un adversario eficaz. Y, finalmente, el convencimiento de que el adversario, en tanto fuerza del mal, es necesario eliminarlo política o físicamente, si fuere necesario. ¿Nos hemos convertido en nuestros propios demonios? ¿Es inevitable el futuro que se avizora?

De allí la importancia del diálogo, la paz y la mediación de Unasur.


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Maryclen Stelling


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