Desde los mismos tiempos ingleses, la del siglo XVIII, años tardíos, los tiempos de aquellos honestos “inspectores” laborales, el Estado burgués y muy capitalista, según la clara, tajante y acertada convicción científica de KARL MARX, sabe de los que estamos escribiendo.
Este Estado burgués- léase Presupuesto Nacional, o Erario Público, o Hacienda Pública-se ha alimentado de una parte casi equitativa de la explotación del asalariado[2], de la plusvalía que les dejan hasta cariñosamente “sus” trabajadores, si no equitativa, sí tendenciosamente igual a la de los comerciantes proindustriosos, a la de los fabricantes industriosos, a la de los banqueros también no menos industriosos-todos estos, en su importante función social como empresarios capitalistas prósperos a punta de la plusvalía bien explotada a trabajadores manejados y enajenados, comprados, sobornados y seducidos por el capitalista industrioso.
Esa Inglaterra y las demás sociedades europeas que la clonaron en este modo de producción, es la que retrató literariamente Juan Jacobo Rousseau, el autor de aquel y hoy desfasado[3] Contrato Social.
La plusvalía de los tiempos clásicos configuró la superestructura del Estado burgués, pero desde hace muchas décadas con más de 100 años, es un Estado agotado, un Estado que está más al servicio del capital financiero internacional que del capital nacional. Particularmente cambió después de la Segunda Guerra Mundial. El éxito de EE UU sobre la devastada Europa les permitió imperar a los dueños mundiales del dólar sobre sus embargados clientes-la burguesía europea sobreviviente-a quienes les han financiado y costeado su desarrollo económico, a los industriosos de la posguerra.
Hoy, desgraciadamente, ya esa jugosa y rentable clientela continental es declarada insolvente por la banca internacional y consecuencialmente el gran capital está pasándoles factura.
Bien, en Venezuela despareció literalmente esa plusvalía desde que surgió el capitalista parasitario que remplazó al capitalista industrioso del que hablamos en entrega anterior. Sin embargo, hoy podría estar emergiendo una nueva concepción del capitalista industrioso, ese que ahora salta la talanquera de la derecha terrorista, se desvincula del mal capital, del capitalismo “malo”, y se somete contractualmente, legalmente, al Estado que se halla en poder del pueblo.
Este nuevo capitalista- a quien vengo llamando capitalista industrioso, deberá hacer un uso adecuado de su plusvalía, por ejemplo, deberá cumplir con la LOTTT, cosa que jamás hizo ni hace el capitalista parasitario; deberá ajustarse taxativamente a la Ley de Costos, Ganancias y Precios Justos . Este neocapitalista, por llamarlo de alguna eufemista manera, no podrá acaparar la plusvalía representada en sus inventarios a los que se acostumbró a manejar a su antojo y personalísimo interés nacional e internacional con fines políticos; no podrá trancar la producción teniendo capacidad ociosa. No podrá minimizar su plantilla laboral; no podrá cargar el precio de venta aquellos posibles, nuevos y necesarios ajustes salariales; más bien, deberá cargarlos a sus ganancias, cosas así.
[1] Aunque la expresión “capitalista industrioso” luce anfibológica, debemos adjetivar redundantemente para distanciarlos de los que en Venezuela han existido, de los llamados capitalistas parasitarios o rentistapetroleros.
[2] Véase Karl Marx, Das Kapital, en castellano, Libro Tercero. Véase también :Manuel C. Martínez M., Praxis de El Capital
[3] Decimos o calificamos como desfasado porque el capitalista moderno ya hace mucho tiempo que no alimenta el Estado, sino que lo obliga a que alimente a un pseudoempresariado burgués que requiere subvenciones, y que más allá de la plusvalía requiere someter a su arbitrio el Presupuesto Nacional que es obligatoriamente alimentado por nómina y otros mecanismos no menos leoninos o compulsivos, por todos los cotizantes, particularmente por los propios trabajadores. El IVA, es un ejemplo palmario, ese recaudado por gobernadores aliados e incondicionales de la burguesía rancia europea, por ejemplo.