De la Parte anterior tomamos estos párrafos:
“En sus comienzos, la mercancía (M) era llevada al mercado porque, como valor de uso, no interesaba a sus propietarios o vendedores, razón por la cual debía previamente ser convertida en dinero (D) con el cual comprar otra (M’) cuyo valor de uso lo necesitara para sí el comprador, mientras la que vendía la necesitaría otro consumidor.
De esa manera, la circulación era y fue meramente mercantil simple, y se expresaba según las fases circulatorias: M-D-M’. El desarrollo de esa circulación fue tal que el intercambio de mercancías empezó a correr a cargo de no productores, comerciantes o intermediarios, tal como han trascendido a la actualidad. El productor de M la vende por su valor de cambio (D) y el comerciante se la compra para su reventa por una cantidad de dinero (D’) tal que:
D’ >D, porque tampoco a este le interesa su valor de uso. Las igualdades aritméticas de esta circulación simple son: M-D-M’-D’.”.
Allí nos encontramos con una contradicción: Efectivamente, las “igualdades aritméticas” de la cadena que nos representan la circulación simple: M-D-M’-D’, sólo expresan igualdades entre sí, ya que, si partimos de compras a base de valores de cambio propios de las mercancías, entonces, nadie puede vender ni comprar por encima de su valor. Luego, ¿cómo explicar que
D’ sea > que D?
Obsérvese que el capitalista es protagonista en los dos tipos de circulación subsumidos en la cadena de igualdades arriba señalada: (M-D-M’-D’), en la simple o circulación de mercancías (M-D-M), y en circulación capitalista o c. del dinero (D-M’-D’). Es que en la c. simple se comienza con mercancías y se termina con mercancías con diferentes valores de uso, y en la c. capitalista se lanza dinero para retirar más dinero.
Para que esa desigualdad (D’ > D) se cumpla, el intermediario debe tener la “buena suerte” de hallar en el mercado una mercancía (M) con cuyo valor de uso ella sea capaz de crear una mercancía (M’) cuyo valor de cambio sea mayor que lo que el comprador paga por aquella. Tal mercancía se llama “fuerza de trabajo”.
El capitalista y fabricante compra y paga la fuerza de trabajo del asalariado por un salario cuyo valor de cambio o monto dinerario es inferior al valor de cambio añadido por la mano de obra a la mercancía creada por el trabajador durante su jornada. Estas mediciones las hacemos según el valor trabajo[1], es decir, según el número de horas de trabajo útil que cuesta la elaboración de una mercancía, aparte y respetando los medios de producción complementarios y concomitantes del proceso técnico de producción. Así, el monto del salario sería el valor del costo de la fuerza de trabajo. Este costo vendría dado por el valor de las mercancías propias de la cesta básica del trabajador, mercancías que, por cierto, también son manipuladas (mercadeadas) por el capitalista en funciones comerciales o extrafabriles.
Veamos que no es menos cierto que un vendedor de mercancías que no sea capitalista corre el riesgo de recibir una paga en dinero que sea inferior al precio que se vea obligado a pagar por la mercancía que él necesite oportunamente, todo debido a que entre ese vendedor y el otro pueden ocurrir cambios reales en los costes de las mercancías, o cambios inducidos por el propio intermediario, cambios especulativos.
Esos cambio inducidos se han hecho populares en el sistema capitalista porque los fabricantes e intermediarios capitalistas se mueven con arreglo a la puja entre la oferta y la demanda[2], para unos volúmenes que perfectamente ambos, fabricantes y comerciantes, pueden adulterar convenientemente en favor de sus intereses: El intermediario, como comprador puede frenar sus compras y esperar precios inferiores al valor de las mercancías, y viceversa, como revendedor puede frenar su oferta y esperar que sus clientes paguen precios superiores a los “precios ajustados” al valor de cambio que hayan costado durante su proceso de producción.
Por esas razones, cuando macroeconómicamente se cotejan los valores con sus precios, aquellos capitalistas con altas composiciones de capital podrían estar recibiendo una tasa menor de ganancia que la recibida por el capitalista que opere con composiciones inferiores[3].
Esta desigualdad en las tasa de ganancia crea inestabilidad en el sistema, cuestión que queda zanjada con la venta de todo el valor a precios de producción. Sobre esto precios de producción abundamos en detalles en mi obra de texto; PRAXIS de EL Capital.
[1] Se trata de estimaciones promediales, según el valor socialmente necesario para la producción de una mercancía, libre de despilfarros de medios de producción y de manguareos por parte del asalariado.
[2] La Naturaleza da el ejemplo de cómo durante las sequías los precios del producto agrícola crecen, y durante la abundancia tienden a la baja.
[3] Las diferentes composiciones orgánicas de capital vienen dadas por diferentes volúmenes de mano obra contratada para diferentes volúmenes de capital constante. Los capitales cuyo parte constante prive sobre la mano de obra obtendrían una tasa menor. Por esa razón, las mercancías terminan vendidas con arreglo a precios de producción y no al valor. Son estos precios los que garantizan una igualdad en la tasa general de ganancia para todos los capitales, indistintamente de sus composiciones al bolsillo del capitalista de mayor rango. Digamos que los capitalistas se interexplotan unos a otros. Véase: Manuel C. Martínez M., Praxis de El Capital.