Los mercados no dan ganancias, salvo las especulativas que son robos descarados

Una cosa debería estar clara: Una máquina o la materia prima pertinentes al proceso de producción no pueden revenderse con ganancia porque, sencillamente, el fabricante las compra a ese mismo precio.

En cambio, el trabajo realizado por el asalariado, plasmado en esa materia prima con ayuda de esa máquina y de otros elementos del costo, es una mercancía nueva que perfectamente puede, y efectivamente lo hace, alcanzar un precio de venta superior al salario correspondiente, porque la fuerza de trabajo tiene como valor de compra el salario, y el uso de esa fuerza de trabajo crea un valor mayor.

Esa diferencia entre el salario y el precio de venta de ese salario, ahora representado en la mercancía, tiene que hallarse en ella representado también en un valor adicional al valor del salario. Porque, digamos,  no es lo mismo un paquete de hilos que la tela fabricada con ellos.

Desde luego, cuando la mano de obra se vale de máquinas, pareciera que ellas son las operadoras. No es así, ellas sólo le sirven al trabajador de cara a incrementar su rendimiento. Las maquinarias, lejos de crear valor, pierden el suyo propio; en cambio, cuando se usa la mano de obra, esta crea valor, lejos de desgastarse. La mano de obra es indestructible y no se agota, salvo cuando se muere su dueño, el trabajador del caso.

Ocurre que, como los elementos del costo son expresados en dinero, el salario sigue apareciendo como una determinada suma de dinero y no como un valor de uso. La contabilidad burguesa carga el salario a la entrada del trabajador y lo abona a su salida, ambos asientos por igual monto.

Si no mediara el dinero, o sea, si se operara con medios de producción y mano de obra, puros o como valores de uso, tendríamos una cierta cantidad de valor de uso que contendría por separado esos medios de producción de la obra de la mano de obra. Por ejemplo, en lugar de hilos veríamos tela o hilos tejidos.

Así, la ganancia es “fabricada” y aportada gratuitamente por el trabajador asalariado. La deja en los centros fabriles cuando entrega con su trabajo más valor que el que recibe como paga por su fuerza de trabajo (el salario). La entrega de ese trabajo excedentario  no es expresado en dinero, sino en valores de uso; de esa manera la ganancia termina escondida a   toda contabilidad. Esa ganancia se llama plusvalía.

Pero, la plusvalía es sólo ganancia potencial envuelta en el valor de uso de mercancías procesadas listas para su venta; la ganancia se halla en las mercancías y será en el mercado donde esa ganancia se concretará en dinero, allí donde ese valor de uso se convertirá en valor de cambio.

Por esa razón, pareciera que el mercado fuera la fuente de la ganancia, que esta surgiría de la diferencia entre el costo de la mercancía, pagado en el mercado, y su posterior precio de venta.

Bajo esta interpretación, las fábricas no darían ganancia alguna. Se oculta así el proceso de producción porque se pasa de la fase donde el capital dinero se convierte en  medios de producción y fuerza de trabajo[1], a la fase final de la conversión de la mercancía producida en dinero.

Por esa razón  el mercado  no sólo ofrecería posibles    ganancias por “compraventas”, sino  sobreganancias especulativas; estas sobrevienen cuando las ganancias desbordan determinados montos, o sea, con precios abiertamente apartados de los costos de fabricación[2], de los precios de compra.  

El Estado burgués se ha acostumbrado a tolerar esas ganancias especulativas o robos disfrazados de ganancias exageradas, y sus beneficiarios continúan ejerciendo sin que el currículo de los inversionistas se vea manchado. A lo sumo, podría cerrarse la empresa, pero sus dueños quedarían impunes, y listos para reiniciar operaciones bajo otro “registro de comercio”.


[1] El fabricante no compra medios de producción ni mano de obra para su reventa. Lo que termina vendiendo son mercancías nuevas.

[2] Entre los costos de fabricación coadmitidos como “normales” en la contabilidad burguesa se hallan algunos abiertamente cuestionables. Tal es el caso de las depreciaciones de maquinarias,  los  alquileres inmobiliarios, los servicios contables. Estas inversiones sólo benefician al empresario y deberían ser cargados a sus ganancias y no al precio de venta.



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Manuel C. Martínez


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