Venezuela es hoy un escenario de fuertes tensiones políticas, económicas, sociales, culturales y militares como resultado de las profundas contradicciones entre el viejo capitalismo dependiente y el proceso bolivariano que apuesta por la independencia y el socialismo. La diferencia de estas tensiones entre el tiempo de la presencia de Chávez como líder supremo del proceso revolucionario y el tiempo de ahora sin su presencia física, estriba precisamente en el hecho de que su liderazgo se impuso sobre las fuerzas en pugna; mientras que ahora le corresponde a las fuerzas sociales en pugna legitimar sus nuevos liderazgos.
De hecho, las contradicciones profundas y complejas entre globalización y emancipación, dependencia y soberanía, capitalismo y socialismo, estaban simplificadas y reducidas a la contradicción entre chavistas y oposicionistas. Chávez mismo manejaba las dos formulaciones de la contradicción sintetizándolas en su lema “los que quieran patria, vengan conmigo”. Su liderazgo era en sí mismo la representación de la independencia y el socialismo. Ahora, es el pueblo chavista quien asume directamente el protagonismo político para mantener y profundizar el anti-imperialismo y dar inicio a la construcción del socialismo, bajo el liderazgo que el mismo Chávez ordenó: Nicolás Maduro
El resultado más claro y contundente del liderazgo de Chávez es el perfil anti-imperialista y popular del proceso bolivariano que supo identificar y aislar al sector apátrida y anti-popular de la burguesía y la oposición venezolanas. Pero, así mismo, el lado más confuso y ambiguo es precisamente esa rotulación de “chavista” que si bien sirvió y sirve para unificar el mayor número de fuerzas alrededor del liderazgo del comandante; igualmente ha servido y sigue sirviendo para que los zorros y camaleones se disfracen de chavistas para trepar y coronar las estructuras organizativas y políticas de la revolución.
Hoy, para nadie es un secreto que en las estructuras de dirección del PSUV y del gobierno, hay muchos animales de esos (burócratas, ineptos, corruptos, saboteadores) que se autoproclaman chavistas ante un pueblo que conoce sus falsedades y los rechaza de diferentes maneras sin quebrantar la unidad del chavismo. Pero, esos chavistas falsos (que por sus obras y riquezas malhabidas los reconoceréis), se erigen como los auténticos herederos del legado de Chávez y tildan de desleales y contrarrevolucionarios a los chavistas verdaderos que ejercen la crítica, con base en el Libro Rojo y las enseñanzas del comandante. Hay que hacer valer lo que dice El Libro Rojo del PSUV y que sea bajo su luz que evaluemos nuestra lealtad e integridad revolucionaria. Quien no cumpla lo que dice El Libro Rojo, no es un revolucionario militante del PSUV.
A partir del 5 de marzo de 2013, cuando el comandante supremo abandona este mundo terrenal, para muchos venezolanos, se instaló en el país la idea de la orfandad política, el vacío de dirección, la incertidumbre, el sálvese quien pueda, el “esto se jodió”, “ya no es lo mismo”, “Maduro no es Chávez”, etc. La oposición fue la que más creyó y propagó esa idea. Y por esa razón, no supo asimilar las cuatro derrotas políticas electorales consecutivas (la presidencial con Chávez el 8 de octubre de 2012, la de gobernadores en diciembre 2012, la presidencial con Maduro en abril 2013 y la de alcaldes y concejales en diciembre 2013) y se lanzó a una aventura insurreccional con la consigna de la “salida ya de Maduro”, bajo esa nefasta y brutal forma de lucha llamada la guarimba. El liderazgo fascista de la oposición desconoció la lógica elemental de que la guerra es la continuación de la política por la vía de las armas. La victoria militar es la coronación armada de las victorias política y social. Y si vas a la guerra en derrota política y social, lo más seguro es la derrota militar.
Como dicen por ahí: los líderes fascistas de la oposición se lanzaron a buscar insurreccionalmente la salida; y encontraron fue la entrada en la cárcel y en la peor derrota de su tragi-cómica historia. Hoy, la oposición está sumergida en la catástrofe y sin el menor indicio de recuperación. Se necesita un acontecimiento heroico, histórico, para salir del abismo en que se encuentra. Y ese acontecimiento ya no es posible del lado de la oposición, sencillamente porque lo heroico y lo histórico hoy está encarnado en la gran mayoría del pueblo venezolano, particularmente en los pobres de este país, y en el presidente Nicolás Maduro que ha demostrado ser el hombre, el líder, para este tiempo de fuertes amenazas de cataclismo político.
Chávez fue absolutamente responsable y profeta el 8 de diciembre cuando vino a dar su última orden como jefe con conciencia plena de su papel ante la historia. De manera que hoy el panorama político está más claro: la oposición está total y absolutamente derrotada, pero no imposibilitada para tomar nuevas iniciativas. El gobierno del presidente Maduro, el PSUV, El Gran Polo Patriótico y el Poder Popular, con base en la unidad cívico-militar, patriótica y revolucionaria, tienen bajo su responsabilidad saber administrar la gran victoria que se ha logrado dentro del país, en Nuestra América y en el mundo, para fortalecer las nuevas expectativas del pueblo con el cumplimiento del Plan de la Patria, que es el verdadero y más trascendente legado, la obra por hacer nacional, continental y universalmente que nos dejó el comandante eterno.
Frente a esa realidad política, polarizada entre el chavismo victorioso y la oposición derrotada, está el gran protagonista del proceso social: el pueblo venezolano. Ese verdadero gigante que ha tomado conciencia del momento histórico que vive el país y sabiamente asume el papel que le corresponde: derrotar a los enemigos de la patria y mantenerse abrazado a la esperanza y la redención. Podemos decir que nuestro pueblo está absolutamente seguro y convencido para la defensa del proceso bolivariano; pero, al mismo tiempo está lleno de expectativas y, eventualmente, lo asalta el descontento y la incertidumbre.
De manera que la convicción, la expectativa y la duda son las tres categorías fundamentales para definir políticas hacia el movimiento popular. ¿Cómo convertir la convicción en fuerza real y concreta para construir el socialismo? ¿Cómo cubrir o satisfacer las expectativas para potenciar la credibilidad en el liderazgo, la fe en la revolución y la seguridad en los resultados del Plan de la patria para que la moral de combate y la ética socialista sean la fuerza más inexpugnable de la espiritualidad del proceso bolivariano? Y finalmente, ¿Cómo superar el descontento y las incertidumbres para que las dudas se despejen y el horizonte de la patria libre, soberana, socialista, de justicia y de paz, no sea una simple línea imaginaria sino el espacio real y concreto donde construimos nuestra historia presente y futura?
He allí algunas cuestiones importantes del momento político y tareas para el debate enmarcadas en el proceso abierto del III Congreso del PSUV
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