Este periodo que atraviesa el país es una cátedra de Revolución, se muestran transparentes las expresiones de las ideologías, cómo funcionan y disputan entre ellas, cómo son desplazadas, o se hacen hegemónicas. Ahora, como en pocos lugares, se pueden estudiar las ideologías en acción. Veamos.
Un primer aspecto es la importancia que tienen las direcciones en el proceso para impregnar ideología en la masa. La conducta, el pensamiento, la manera de hablar de los jefes se traslada a la masa, pero también los valores, la visión del mundo. La conducta de los jefes dispara un mecanismo de imitación en los subordinados, y una conducta que podríamos llamar "conducta de complacer". Ese sentimiento determina los comportamientos, ríen de los mismos chistes, odian a las mismas personas, viste igual al jefe, se aborrece igual, se piensa como él, se hace lo que se piensa que a él le gustaría hacer pero le está vedado. El criterio de autoridad se impone en todos los ámbitos de la vida.
De allí que una decisión, unas palabras de un jefe determinan un giro en la visión del mundo de sus subordinados, y este cambio es más allá de lo racional, se adentra el fenómeno en los territorios de la irracionalidad, del inconsciente. Una desaprobación del jefe condena al subordinado a la exclusión, sólo un gesto puede transmitir una sentencia de apestado.
Lo anterior funciona claramente en las dictaduras, incluida aquí la hipócrita democracia burguesa. En estos sistemas, el jefe, a cualquier nivel, puede hundir o elevar a una persona sólo con algunas palabras. Un pequeño discurso desata la ira de la muchedumbre, recordemos a capriles y su llamado a descargar "la arrechera".
Es de esta manera que la ideología crea su propio ambiente: los afines se agrupan alrededor de los jefes, los pequeños alrededor de los grandes, se edifica así una especie de pirámide de complacencia y miedo. Los disidentes son segregados, sobre ellos cae la ira de los dioses, hasta el saludo es peligroso, "puede molestar al jefe". El jefe en estas circunstancias perdió corporalidad, es un ente inaprensible, un sentimiento que dura mucho más allá de la existencia real que le dio origen. Aún hoy, casi cien años después, se persigue a Trotsky, su sólo nombre crea escozor, aún hoy mariacorina no duerme batallando contra el fantasma de Lenin.
En las Revoluciones, en el periodo que se llama de transición, el comportamiento de los jefes es muy importante. Las masas están sensibilizadas con lo viejo, la costumbre impera, el cambio necesita mucha nitidez, fuerza, mucho ejemplo, excesivo cuidado con las acciones que se pueden convertir en lo contrario de lo que se quiere. Cualquier giro hacia la derecha, por táctico que sea, producirá inevitablemente un ambiente de derecha. El comportamiento derechista surge desde las entrañas y toma cuenta de la conducta de los subordinados, toma vida propia, horada los cimientos psíquicos de la Revolución, construye bastiones del pasado. Ese es un problema del planteamiento reformista, de la cohabitación con el capitalismo.
El reformismo, la socialdemocracia está condenada al fracaso, no puede hacer Revolución, porque lleva aparejada la conciencia, la conducta, capitalista. Y los sectores de las masas con ella impregnados actúan como destacamentos de lo viejo, del capitalismo.
La Revolución, los dirigentes revolucionarios deben, con su conducta, con su discurso, y sobre todo con su ejemplo, expandir la ideología revolucionaria, hacer propicias las condiciones para que esta ideología cree su propio ambiente y desde allí derrote a la ideología, a la lógica, del capital.
Lo que es válido para una situación nacional, lo es también para el mundo. La situación planetaria es de alto peligro, no hay un poderoso territorio que sea ambiente, vitrina, ejemplo de una nueva sociedad, que prefigure al futuro. Y ya es aceptado por todos el peligro de extinción de la vida en manos del capitalismo.
La lucha hoy en Venezuela es intracapitalista, entre chinos y gringos, y de ambos contra el Socialismo. Así, abandonamos los heroicos territorios Socialistas. Y las alternativas que pueden quedar, sucumbirán, se extinguirán, como el caso de Cuba, en un genocidio silencioso, sin detonaciones, en un bloqueo material y espiritual criminal, que ocurre con la indolencia mundial, igual o peor que la que padece Palestina.
Y de esta manera, la humanidad yugula su propio futuro.