Pasó lo que tenía que pasar. La Revolución tomó el camino de la socialdemocracia y todo le salió mal: el dólar se resiste a los controles, el capitalismo busca su mayor lucro, acapara, contrabandea, chantajea, es capaz de todo por la ganancia. La Revolución abrazó a la burguesía y, tal como estaba previsto, cosechó traición, los pícaros se robaron los dólares y no elevaron las fuerzas productivas. Ahora los socialdemócratas se dan cuenta de que el capitalismo es una "guerra económica" contra la sociedad. Y si esto fuera poco, con sus coqueteos produjo una masa intoxicada de egoísmo, de ética capitalista.
Pero alguien debía pagar los platos rotos, el desaguisado, para que todo siguiera igual. Y se escogió al que es, sin duda, el más fiel de los leales hijos de Chávez. Al Ministro Ramírez se patea de sus responsabilidades cruciales y se le da un premio de consolación, un maquillaje a la verdadera maniobra, en eso quedó el "sacudón": sacar a Ramírez. Así se matan dos pájaros, se tiene un chivo expiatorio y se borra el legado de Chávez, que no deja dormir tranquilos a los socialadecos.
El Ministro Rafael Ramírez, justo es decirlo, si de algo se le puede acusar, si tiene un pecado, es de su exceso de lealtad, su servicio incondicional a Chávez y a sus mandatos. Siempre lo hizo así, desde el golpe de abril, el sabotaje petrolero, o la recuperación de la producción petrolera dejada en casi cero por la meritocracia. Y ahora, leal al mandato del Comandante del 8 de diciembre, Ramírez se resteó con el Presidente Maduro en la desventura de pretender construir Socialismo sin tocar a la burguesía, con las armas melladas del capitalismo. En ese empeño fue a los confines del mundo a tratar de hacer exitoso el teratológico ensayo.
Cara salió la experiencia, ya lo sabemos. Por sobre los errores, las fallas, las carencias, sale incólume el prestigio de Ramírez, que sin cálculos mezquinos, sin guardarse de los riesgos se puso al frente de una tarea que presentía difícil, improbable. Sus razones, estamos seguros, evitar sufrimiento a los humildes, conjurar enfrentamientos que barruntaba inevitables. Ahora pena en una cancillería que a todas luces es un castigo dorado.
De las dificultades de hoy emerge Rafael Ramírez agigantado, es un hombre transparente, sin dobleces, capaz de ir al fondo por sus creencias, de restearse por los que quiere, leal como el que más.
Vendrán ataques, querrán muchos hacer leña del árbol que sienten caído, lo sabemos preparado para resistirlos. Pero al lado de la ingratitud, de la deslealtad de muchos, surgirá el apoyo de los mejores, de los buenos de corazón, de los que comprenden que Ramírez es alguien en quien pueden confiar los humildes.
Llegará el día en que choquen los traidores con las fuerzas puras de la sociedad, en que la mentira tendrá que vérsela con la implacable verdad, ese Armagedón encontrará a Ramírez del lado de los desposeídos, los humildes podrán contar con sus modestos esfuerzos.
Por eso no nos despedimos de este guerrero, la Revolución lo espera en la primera fila de los futuros combates.
El cambio de hombres no resuelve la crisis que produce la socialdemocracia y su imposibilidad de avanzar hacia el Socialismo, de la única manera que eso es posible: ¡con Socialismo!, superando al capitalismo, enfrentando a la burguesía. Ese será el combate futuro y final, allí estará Rafael Ramírez, el Flaco, el que participa en la lucha por el Socialismo desde el vientre de su madre, el que desde niño presenció la entrega de su padre a la causa de los humildes. En esta hora confusa lo saludamos con afecto, por encima de las discrepancias y las incomprensiones.