Luego de la desaparición del Comandante, la Revolución entró en un nuevo periodo: se trataba de afirmar el rumbo socialista, asediado ahora por fuerzas externas conocidas, y también por fuerzas internas que habían permanecido más o menos encubiertas aunque activas, saboteando, actuando agazapadas.
El objetivo socialista fue desvirtuado, una campaña fina lo ubicaba en "generaciones futuras", "cuando las fuerzas productivas se eleven a niveles altísimos, como en Europa, como en el norte", "es bueno pero poco a poco", "ahora no hay condiciones". De esta manera, el campo revolucionario se vio despojado de su fuerza espiritual. Chávez se transformó en una muletilla que se convoca para adornar un discurso y no en guía para avanzar; fue desligado de su proyecto socialista, transformado en un lejano eco que se desvanece lentamente como un atardecer.
Lo que nunca se dijo cuando estaba vigilante ahora se transformó en moneda común. Ya no se habla del "punto de no retorno del Socialismo", tal como lo pidió Chávez, sino que se inventan miles de excusas que dispensan avanzar, construir el Socialismo. El Plan de la Patria, ahora fardo pesado, sin dolientes, fue cayendo en el olvido o sólo se mostraba su carátula, se nombraba por compromiso.
El paisaje político cambió, ahora se trata de la disputa entre dos formas de entender el capitalismo, se tiende aceleradamente a reconstruir la forma de gobierno que parece corresponder con la Venezuela rentista, el pacto de clases. La socialdemocracia, la democracia burguesa, se abre paso en medio de las ruinas de la esperanza socialista.
El diálogo se presenta como la panacea, cuando en realidad es la estocada final al Socialismo. Ya samper, en nombre de la oligarquía colombiana y continental, anda por ahí pujando para que se sienten los dos capitalismos en la mesa. Los escuálidos van con la cabeza en alto, saben que el gobierno perdió, como Sansón, su cabellera, su fuerza, al cometer el error de separarse del Socialismo; al amalgamarse con el capitalismo perdió vigor frente a su masa. Sabe la oposición que la crisis económica, cuya solución cándidamente el gobierno puso en manos de la oligarquía, sigue su curso, hace su labor de debilitarlo.
El gobierno va al diálogo en condiciones de debilidad y confusión: debe construir un pacto con sus semejantes, dejar las diferencias sólo en la superficie, en la pugna electorera de la democracia burguesa. En el fondo, los dos bandos están de acuerdo, así es que funciona el pacto, mucha espuma en la superficie, ataques, rasguños sin mayores consecuencias, y en el fondo manos agarradas defendiendo al capitalismo. Repetimos: el gobierno debe construir un pacto vil, pero al construirlo pierde las razones de su fuerza, de su influencia en los desposeídos; no controla más a la masa, y al perder esa fuerza abandona las vitales razones que justifiquen su existencia, queda vulnerable a los apetitos de los escuálidos. Se bate en ese dilema, debe pactar, pero al hacerlo se marchita.
El gran reto de la Revolución, de los revolucionarios, es dar un giro violento, rápido, hacia el Socialismo. El gobierno debe ponerse al frente de ese giro, de ese verdadero Golpe de Timón, he allí la única forma de recuperar la fuerza perdida en estos pocos meses, su condición de líder heredero de Chávez y su Santo Grial que es el Socialismo.