Los ventajismos de la clase burguesa

Los trabajadores pueden perfectamente exigir a todos los patronos que se les permita supervisar y verificar a quienes les venden las mercancías por ellos producidas.

Se habla muy fácilmente de clases sociales como si se tratara de contrarios en un plano de igualdad cuya victoria fuera azarosa. Eso no es así: desde su formación, la clase explotadora resulta dominante y los trabajadores se hallan constantemente indefensos. Ese contrato laboral es leonino de partida.

Por supuesto, en el modo capitalista y fuera de la fábrica nadie explota a nadie y todos los ciudadanos disimulan su condición social que apenas dejan ver su poder económico ante el mercado para satisfacer sus necesidades. Así, la clase burguesa se nos presenta revestida de bienes propios y de dinero, y los proletarios, de indigencia; unos son ricos y otros pobres.

Cuando un trabajador visita la fábrica y resulta contratado, debe sumisión absoluta a la voluntad del contratista, al dueño de la empresa. Su trabajo deja de pertenecerle y su productividad debe ponerla al servicio exclusivo de ese patrono. El monto de su salario es una potestad de la empresa y en esta ningún trabajador tiene voz ni voto: sólo está a allí para cumplir disciplinadamente tales y cuales tareas. A lo sumo, ejerce una participación delegada o es representado por sindicalistas, suerte de esquiroles financiados por esa empresa para anular los reclamos del trabajador que ose esgrimir algunos derechos que supuestamente estarían consagrados en las mismas leyes burguesas que esos patrones han elaborado para, de esa manera, ejercer pleno control y autoprotección de todos los conatos de rebeldía laboral.

Los trabajadores, a pesar de ser los productores de todas las mercancías, no ejercen ningún control sobre los inventarios, ni sobre las rutas ni los centros de distribución. En estos momentos de revolución proletaria, en estos días de desafueros comerciales por parte de una burguesía fabril y comercial que se niega a morir, los trabajadores deberían, por lo menos, tener el derecho a conocer y regular las rutas de comercialización de esas mercancías que salen de las empresas donde ellos las elaboran.

De esa manera, colaborarían en esta lucha comercial que ha estado casi exclusivamente en manos oficiales. Los trabajadores pueden perfectamente exigir a todos los patronos que se les permita supervisar a quienes se les venda las mercancías por ellos producidas.



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Manuel C. Martínez


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