Aguazul y Argimiro

NECESITO QUE ALGUIEN ME OIGA. No que me aconseje o me confiese. Sino que me oiga. ¿Es muy difícil pedir eso? ¿No verdad? Entonces, lean: (Aunque desearía que me oyeran), mi mujer me abandonó. Mi hijo y mi hija se fueron con ella. Que es como dijera que también me han abandonado. ¿Qué hace uno solo? Sin mujer. Sin hijos. Sin hogar. Sin tener con quien hablar de las cosas de la vida. Me siento vacío por dentro. Una tremenda soledad me aguijonea. No tengo un amigo a quien recostarle mi pesar. Un amigo de verdad. De esos que dan la vida por uno. Tengo algunas amistades. Pero cuando uno está así como estoy yo, alicaído, entonces uno se va quedando solo. Solo en una oscuridad lacerante. Una oscuridad que no me deja percibir la realdad. La última vez que vi una luz, fue en los tiempos perdidos en mi memoria. Pero, por esfuerzo mental, aquel día fui feliz. La conocí en la Universidad. Nos gustamos. Nos casamos y vinieron los hijos. Dos nada más. Mis planes eran distintos. Cuando nació nuestro primer hijo fue una inmensa fiesta en mi corazón. Largos días de dicha. Mi imaginación se activó y lo vi crecido. Grande, fuerte, inteligente, independiente. Profesional. Pero ante todo, revolucionario. Cuando vino ella, se alumbró mi vida, por segunda vez, hice, lo que no había hecho, cuando el primero. Me quede sin habla y sin lágrimas. Sin llanto. Sin aire. Era una niña. Había nacido mi reina. La reina de mis sueños. La gloria me arropó hasta el último poro de mi piel. Sentía que yo había nacido con ella, bajo la lluvia. Fue por eso le puse Aguazul.

II

INVESTIGUÉ, DESPUES DE LA EUFORIA. Y descubrí que mi alegría se debió a que tenía una madre, entre mis brazos. Aguazul me daría, cuando creciera una nieta que influiría para que se llamara Cielo Azul. Pero percibí que estaba yendo muy rápido y muy lejos. Extrañé mis pensamientos. Me extrañé a mí mismo. Al tanto que pensé que el hijo, llamado Argimiro, debía crecer rápido para que fuera un revolucionario. Que se enamorara de una revolucionaria y que me diera un nieto, el cual recomendaría que le pusieran Hugo. Por eso fui feliz, como les dije antes. Tenía una mujer. Tenía una hija llamada Aguazul y un hijo llamado Argimiro. Que tenía una nieta llamada Cieloazul y un nieto llamado Hugo. Pero mi mujer se opuso a que mi hijo Argimiro fuera revolucionario. Argumentó que eso era muy duro, muy riesgoso y complicado. “Eso de ser revolucionario no es para cualquiera. Hay que nacer odiando. No a los seres humanos, sino al imperio. Hay que tener temple, como el de Guevara. Al que mentaban “El Che”. Sus padres le prepararon para médico, y terminó graduándose de revolucionario. ¿Y qué pasó? Encontró la muerte en unas montañas de Bolivia, sin ver cumplido su sueño. Yo quiero que nuestro Argimiro viva muchos años. No importa que no sea inmortal. No importa que no sea famoso. Pero siempre estará a nuestro lado”, eso dijo ella, destrozándome mi corazón.

III

¿POR QUÉ EXISTE LA ALEGRÍA? No debería existir. La alegría engaña a uno. ¿No es cierto? ¿O uno engaña a la alegría? ¡Qué paradoja!, ¿verdad? Mejor planteado sería este intríngulis, si preguntará ¿para qué nacimos? Para eso: para tener una Aguazul y un Argimiro. Para tener una nieta que se llame Cieloazul y un nieto que se llame Hugo. No. Eso no está bien. Deberíamos plantearnos de una vez, aquellas cosas que nos hacen felices eternamente. Aunque sé que ustedes me dirán que la eternidad no existe. O que Dios no existe. Que el reino de los cielos es una invención de la religión. Muchos científicos creen que Dios no existe. Entre ellos Einstein. ¿Qué piensan ustedes? Pero aunque eso fuera cierto, cosa que yo no creo, yo le pido a Dios que me ayude para que Argimiro sea un revolucionario. Mi mujer es mala intencionada, con el objetivo de salirse con la suya. Por ejemplo, hace poco me dijo: “Tú no quieres a nuestro hijo. Si no fuera así, no estuvieras empecinado en que fuera revolucionario. ¡Carajo, mijito! Viste lo que le paso a este joven diputado, revolucionario como ninguno. Con la pasión que se le salía por los poros. Con un verbo rápido, coherente y certero, como un dardo. ¿Te fijaste lo que le pasó? Ah, te fijaste? Se llamaba Robert Serra.

IV

LAS COSAS SON COMO SON. No como uno quisiera que fueran. Yo tengo que reencontrarme con la realidad. Así me de lleno en mi cara. Pero ¿cómo evoluciono hacia la realidad? ¿Cómo la encuentro? Ah, caray, hay una forma, tal vez la más fácil: que ustedes me ayuden a llegar a la realidad. Pero primero, tienen que definirme ¿qué es la realidad? ¡Carajo!, ¿me estaré volviendo loco? Primero quise tener una hija, a la que le pondría Aguazul. Después un hijo, que llamaría Argimiro. Más tarde Aguazul me daría una nieta que se sería llamada Cieloazul. Y Argimiro, me daría un nieto que le pondría el nombre de Hugo. Pero lo más grave, es que quise imponerle a mi nieto que al crecer fuera revolucionario. ¡Carajo, se me queman las neuronas! Como si fuera poco les pregunto qué es la alegría. Luego, si existe Dios. Y ahora me empeño en que me ayuden a descubrir o a llegar a la realidad. A ustedes no les parece que estoy perdiendo la razón.

V

HAY VECES, QUE ADEMAS DE MI SOLEDAD, SIENTO MIEDO. Un miedo extraño. Persistente. Martillador. Criminal. Me dicen unas voces que oigo, cuando intento dormir, que el miedo es para los cobardes. Y, que yo sepa, no soy un cobarde. Soy un revolucionario arrecho. De pura cepa. No he sabido lo que es el miedo en mi vida. Pero es bueno, en el aquí y en el ahora, recordar un escritor que dice: “Existe un arte muy antiguo denominado tradicionalmente el “arte de domar el tigre” pero también -dice el escritor –podría haberse llamado el “arte de domar los tigres”. Pero digo yo, y se lo pregunto a ustedes: Como hay tigres mansos y tigres violentos, cómo podrían convivir dentro de mí estos dos tipos de tigres. Tendría, necesariamente, que convertirme en un domador de tigres, sobre todo a los violentos, a los malos, a los que no tienen piedad. Como esos que asesinaron a Robert Serra, como me lo recordó mi mujer. Y como comencé este párrafo hablando de miedo, debería terminarlo hablando sobre lo mismo. Sin el miedo yo no fuera yo. El miedo me empujó hacia el precipicio, pero el miedo me hizo salir del mismo. El miedo es bueno y es malo. El malo te hace correr, trepar un árbol o comerte una manzana de un solo mordisco. El miedo malo te hace ver la luz, en la oscuridad. Y la oscuridad, la luz. Te hace pararte frente a un gentío y hablar y hablar, sin cesar, para convencer a un gentío que la revolución es el único camino. Sin embargo, hay veces el miedo malo baja por tus pantalones hecho orine. Es tan cobarde como el más. Mientras que el miedo bueno, es un pajuo que te mete en cada lío y te deja allí, tirado para que te destroce la jauría.

VI

HAY VECES PIENSO que sólo un milagro puede salvarme y salvar a los que piensan como yo. Pero mi mujer (siempre mi mujer), me dice que los milagros no existen. Y que me olvide de que Argimiro sea un guerrillero. Es cuando le cambio el ruedo. Y le dijo está bien. Ganaste. Pero deja que Aguazul se convierta en una pasionaria. Como esa misma gran mujer que escribió “El único camino”. Eso me haría inmensamente feliz. Me pide que le explique quién es la pasionaria. Y en pocas palabras se la describo. “Una mujer. Una gran mujer. Pero más grande aún: una espectacular revolucionaria, y luchadora contra el fascismo español. La locura. Jurungué un avispero.

VII

VUELVO A LO DEL MILAGRO. Por qué saben una cosa a mí me gusta terminar lo que comienzo. ¿Qué es un milagro? Ustedes me dirán, vamos defínalo usted. Quien se ha metido en este laberinto sin saber con salir, es usted, nadie más. Y entonces me toca averiguarlo con mis herramientas. Saben una cosa, un milagro es el hecho de que yo haya tratado de comunicarles a ustedes el amor, el gran amor que siento por mi hija Aguazul y mi hijo Argimiro. Así como por mi nieta Cieloazul y mi nieto Hugo. El amor a los hijos es un poderoso motor que nos impulsa a voltear el mundo patas arriba si fuera necesario. El amor a los hijos es maravilloso. Es el sol, en el día. Es la luna en las noches preñada de estrellas. Otro gran escritor, como lo es Miguel Ruiz, dice en el libro de “Los cuatro Acuerdos”, que: “Dios es la vida. Dios es la vida en acción. La mejor manera de decir “Te amo, Dios”, es vivir haciendo lo máximo que puedas. La mejor manera de decir “Gracias, Dios”, es dejar ir el pasado y vivir el momento presente, aquí y ahora…” Eso dice el escritor. Yo digo: la mejor manera de amar a Dios es amar a nuestros hijos. Ese es un milagro. El milagro de Dios. Gracias al milagro de un sueño, amé a mi hija Agua Azul y a mi hijo Argimiro, así como a mi nieta Cieloazul y a mi nieto Hugo. Un sueño del cual no quisiera despertarme nunca más.


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Teófilo Santaella

Periodista, egresado de la UCV. Militar en situación de retiro. Ex prisionero de la Isla del Burro, en la década de los 60.

 teofilo_santaella@yahoo.com

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