Empecemos por la interrogante del título de esta entrega: El comercio, de partida, no es una actividad creativa ni productiva; esto debe quedar bien claro si queremos acelerar y entender bien el alcance de esta guerra abiertamente declarada por la burguesía desde el más poderoso de ellos hasta los debiluchos y humildes comerciantes de la buhonería, guerra que tiene todos los visos de una muecuda y “seria” burla hacia el gobierno, hacia la población en general.
Este es el caso: Durante la fase comercial de la circulación del capital, los “trabajadores” involucrados en la puesta en inventarios, al alcance de los consumidores finales e intermedios, no añaden una pizca al valor de fábrica de las mercancías comerciadas por tales intermediarios.
La literatura económica burguesa, obviamente, sí le da carácter creativo al comercio, y lo viene haciendo desde antes de Marx y desde el tiempo que este fue sembrado hasta el presente; lo hace engalanando y magnificando la supuesta importancia del acercamiento al consumidor en tiempo y lugar de las mercancías producidas en centros fabriles alejados de tal consumidor.
El trabajo de los buhoneros, como el de todos los comerciantes de cualesquiera escalas, es simplemente un trabajo no productivo, sin valor, al que no le sale paga alguna en términos “salariales”, sino su ganancia comercial medida como la diferencia aritmética entre su capital inicial y el que retira una vez transada la venta, pero, de ninguna manera, puede aspirar a que se los reconozca como personas merecedoras de consideración alguna por parte del consumidor, habida cuenta de que, si a ver vamos, sólo son cómplices encadenados a los explotadores de las fábricas.
Ante la guerra económica que pareciera ser de larguísimo plazo, son oportunas las siguientes reflexiones: la implantación de la propiedad súbita y masiva de los medios de producción pareciera tener como fundamento de peso, este tipo de guerra que estamos viendo y viviendo y en la cual el consumidor sólo contaría con las armas burocráticas y jurídicas que a bien tenga el Estado poner a su disposición, como son las normas de regulación de precios y todas esas sanciones ahora previstas en leyes derivadas constitucionalmente como La ley de precios justos.
El capitalismo, sus múltiples fábricas e intermediarios, tan abundantísimos como el arroz, de todos los tamaños, dispersos y diseminados como el aire en cada rincón, debajo de cada piedra, en la esquina, a media cuadra, abajo, arriba, fuera y dentro de fábricas y oficinas, en sus talleres, en expendios inmuebles y a domicilio, de contado, al crédito a corto, mediano y largo plazos, porque todo eso lo ha permitido la propia libertad de comercio a toda costa, cuando hasta los niños se meten a comerciantes sin que el Estado considere esto como una violación de sus derechos a vivir en modos de vida diferentes.
Y súmese a ese espantoso cuadro de libertades dañinas el número de comercios en potencia que constantemente se hallan en pleno proceso de registro comercial en las oficinas correspondientes, en los laboratorios jurídicos, en la calle, en el bar, etc., donde basta que dos personas decidan meterse a comerciantes para con la mayor brevedad poner en práctica semejantes proyectos de trabajo improductivo y de falsos servicios a la comunidad. Digresión: Prestar servicios es una cosa, y comerciar con dichos servicios es otra. Parece oportuno, pues, factible y viable declarar la expropiación masiva de los medios de producción sea cual sea su giro de negocios porque para estos perversos efectos de la guerra económica, igual peso económico y social tienen la alta burguesía y el buhonero más humilde. Parece que hacerlo con la brevedad del caso tampoco nos aislaría del mundo contemporáneo, sino todo lo contrario. La actual coyuntura mundial pareciera estar gritándonoslo a las orejas, y a toda garganta: PROLETARIOS DEL MUNDO: UNÍOS.