Piensas que eres libre y no llegas ni a pendejo

El hombre que más escribe y ha escrito por la prensa (y en cualquier
escenario público que se le presente) a favor del llamado laissez-faire o
liberalismo, es el escritor peruano-español, don Mario Vargas Llosa.
A medida que leo a don Mario, me percato de su milagrosa ignorancia no
sólo sobre temas sociales, en los que interviene mucho con su pluma, sino
también en la estructuración de sus ideas intelectuales y sus
conocimientos de historia. Hay algunos hechos significativos al respecto,
entre ellos, su discurso, con ocasión de su incorporación como miembro en
la Academia de la Lengua Española, y dijo que Azorín era un escritor
menor, y recibió una enérgica réplica de don Camilo José Cela; luego
aquella afirmación que hace en su libro “El Pez en el agua”, de que
Venezuela y Colombia padecieron guerras religiosas. Luego en un homenaje
que se le hizo a Marañón en la ciudad de Toledo, dijo que ser “liberal”
era todo lo contrario de fanático; no hubo un grupo político tan dotado de
mentecatos rabiosos y carniceros, como los liberales que tuvimos en
América Latina.

¿Acaso no llama la atención el hecho de que don Mario jamás haya escrito
algo sobre el pensamiento de Simón Bolívar, cuya vida y obra fue el
esfuerzo mas sublime y total de latinoamericano alguno por encontrar un
destino digno y noble para nuestros países?
Otra de sus chapuzas intelectuales fue la polémica que sostuvo con el
financiero George Soros, donde sostuvo que el mercado es la panacea a los
males económicos del mundo.
Su grito monocorde sobre las fórmulas benditas del neoliberalismo, es su
bandera. No sólo arremete él con su propia pluma, sino que incorporó a sus
más allegados e íntimos colaboradores, para dar la sensación de que se
desataba un clamor mundial, que sostienen sus principios. En el best
seller, El Manual del perfecto Idiota americano y... español, incluyó a su
hijo don Alvaro, al colombiano Plinio Apuleyo Mendoza y al cubano Carlos
Montaner.

En un largo e histérico artículo (El diablo predicador), don Mario decía:
“George Soros se hizo famoso en septiembre de 1992, cuando “quebró” al
Banco de Inglaterra, en una audaz especulación contra la libra esterlina,
que sacó a ésta de la “serpiente” monetaria europea y le hizo ganar a él,
en una noche, dos mil millones de dolares”.
Lo importante para don Mario era el hecho de que Soros hubiera ganado dos
mil millones de dólares, por lo cual no tenía ningún derecho a criticar el
sistema.
Además, lo que desquiciaba a don Mario, era que habiendo Soros (por su
conocimiento profundo de los problemas del mercado, del sistema financiero
internacional y de la filosofía del laissez-faire), ganado dos mil
millones en un “juego democrático”, producto del libre mercado, hubiese
sostenido en su ensayo publicado en el Atlantic Montlhy, que el
capitalismo y la filosofía del laissez-faire constituían la más grave
amenaza contra la sociedad abierta, la paz mundial y la cultura
democrática.

Remata su artículoG: “el señor Georges Soros, lo hace muchísimo mejor
ejerciendo de capitalista que reflexionando y predicando sobre el sistema
al que debe ser millonario”.
Es decir, que por obtener dividendos cuantiosos en este sistema Soros
debía estar obligado a considerarlo maravilloso, sagrado y perfecto, como
le pasa a él que gracias al neoliberalismo le publican cuanta bazofia
publica.

Lo que pasaba en Venezuela con los gobiernos puntofijistas, con
capitalismo, neoliberalismo y demás yerbas era el desmadre económico más
aberrante que se pueda concebir: no había ninguna mano invisible que
estuviese fortaleciendo nuestro progreso (que jamás se había visto), ni se
planteaba en ningún nivel elevados sueños éticos, sociales o culturales ni
mucho menos a la perfección del individuo. Lo que uno percibía era una
locura abyecta, un estado de codicia incontrolable por el dinero, porque a
la gente como a cobayas se le ha inoculado el veneno del consumo. Pues, se
vive si se tiene con qué comprar; un país va en vías de desarrollo si está
en la capacidad de producir cosas, no importa lo que sea, pero que otros
puedan comprar. Y allí están Japón y EE.UU. inundando al mundo de un
"aparataje" tecnológica divagante mil veces peor que la droga, y cuyo fin
es alucinar mediante anuncios pertinaces que hay que comprarlo porque de
otra manera se está atrasado, se es inútil y no se está a la moda. De modo
que esta locura que según los países desarrollados debe buscar elevar el
nivel de vida de nuestros países es en sí el sistema que nos acaba
esclavizando y que arruinando.. Es decir que el subdesarrollo no es otra
cosa que un exudado del desarrollo, como sostiene el pensador español,
José Luis Sampedro. Eso se lo dejo a los cerebrados economistas y
desarrollistas, meritócratas y libre-pensadores que creen tener a Dios
agarrado por las barbas.

Los países pobres venden cosas que valen la pena: materia prima, sus minas
de oro, petróleo, cobre, estaño, hierro, etc.; exportan productos
agrícolas sin los cuales el hombre no podría poner en marcha el entramado
mundo en que se vive. En cambio, en gran medida, los llamados países ricos
se sustentan por la enorme cantidad de frivolidades manufacturadas con los
que abarrotan nuestros comercios. Uno no vive de aparatitos de radio, de
bolas de luces de colores costosísimas que a los días hay que desechar
porque no funcionan; de esa infernal y condicionante chatarra de dos días
cuyos componentes dejan de circular porque forma parte de la misma
estrategia del mercado. Crea esta obsesiva producción de aparatos con
aditamentos nuevos una histérica necesidad del usuario por mantenerse al
día, provocando una renovación incesante de chatarra que no hay dios que
controle.

Imagínese que todos los países del mundo se entregaran a la misma carrera
productiva de tales artefactos, como hace Japón, EE.UU., los países
europeos, Taiwán, etc., para alcanzar el ansiado desarrollo. Habría que
buscar otro planeta que los pudiera adquirir, para que entonces todos
fuésemos felices y desarrollados.
El poder económico no puede ser democrático. Sus métodos para la
competencia, la manera de imponer sus productos al público con falacias y
mentiras, la inescrupulosa forma de invertir en los países pobres
exigiendo privilegios inaceptables para sus capitales e inversiones que en
gran parte son especulativas, son de por sí denigrantes de la condición
humana; responden a la avaricia, a la codicia sin limites, y que en muchos
casos actúan como las mafias.
Y como mafias actúan los países poderosos con los pobres.
Si el poder económico fuese democrático jamás se habría permitido que
países como Venezuela y Albania hubiesen sufrido un descalabro bancario.
Los culpables no son tocados, porque los culpables jugaron “limpiamente”
al laissez-faire.

Los culpables del descalabro nacional huyeron a EE.UU.; son esos gánsters
que se disputaron como perros el dinerillo de los más pobres; esos
mercenarios del capital formados en la escuela del cinismo, en la más baja
picardía, en la estafa y la trampa. Todos sabemos que los “ilegales” que
no tienen dinero en EE.UU., son tratados como perros; no sucede lo mismo
con aquellos estafadores que llegan cargados con maletas de dólares que
han robado a nuestros pueblos. De modo que es más que evidente que el
capitalismo no es sino un sistema desarrollado a base de dinero y
mercancía puramente.
Si es verdad como dice Mario Vargas Llosa que el mercado exige sobre todo
un sistema legal claro y equitativo que respete los contratos y defienda a
los ciudadanos y a las empresas de los abusos, ¿cómo se explica que jamás
hayan exigido los países poderosos estas condiciones a los gobiernos de
las naciones pobres, para que sus empresas puedan negociar? Sino que
pareciera todo lo contrario, que cuando han existido leyes serias y
dignas, los inversionistas de los estados desarrollados se han ofendido y
han protestado.

La más pavorosa de todas las estafas se dio lugar con lo de la famosa
Deuda Externa que arruinó la economía de varios países, porque los
poderosos concedían préstamos a diestro y siniestro, a manos llenas y
además sin condiciones de ningún tipo. Y los países pobres que se
arruinaron no pudieron protestar cuando los bancos internacionales
impusieron sus rígidas reglas de pago, el incremento criminal de sus
intereses; no se puso ningún cuidado en la forma como se concedían esos
abultados y delirantes préstamos que fueron acaparados por los hijos
pródigos del liberalismos, que en cosas de meses, y ante la inestabilidad
temblores de la banca retornaron (la llamada fuga de capitales) retornaron
intactos a los países que los habían concedidos.
Estos préstamos fueron concedidos de manera irregular, y para querellarse
ante alguna corte internacional, no había argumentos morales, porque
quienes lo habían despilfarrados (siempre en funciones de gobierno, los
ídolos del neoliberalismo) no tenían interés alguno de reclamo o de
realizar una investigación.

El capitalismo requiere de un aprendizaje, de una experiencia, de unos
acuerdos y compromisos que los países pobres no están en condiciones de
asimilar tan fácilmente. Y a medida que se han ido integrando en el
sistema capitalista han ido padeciendo los abusos de los poderosos. De
modo que muy poco han aprendido, y están anonadados perdiendo enormes
capitales, quedando exhaustas sus finanzas a cada paso que dan para
controlar la inflación, para corregir sus gastos, para enfrentar los
desmanes irrefrenables de los especuladores. Y este gasto inmenso no lo
toman en cuenta los desarrollados, porque ha de tenerse en cuenta que los
países pobres no eligieron el sistema capitalista, sino que fueron
obligados a seguirlo, por imposición de las reglas de un juego que se ha
imponiendo a fuerza de metralla, de bloqueos económicos, de sangre,
hambruna y muerte.

Y mientras los pobres hemos ido aprendiendo, nos encontramos de sopetón
con que nuestra ruina nos ha inutilizado del todo; que no somos dueño de
nada, que en definitiva carecemos de país. Ha sido una jugada maldita en
la que todo se fue de nuestras manos. El hambre, las huelgas
interminables, los paros, las insurrecciones permanentes, ese estado de
histeria generalizada donde se pone la esperanza sobre bayonetas y golpes
de Estado, de inestabilidad permanente, de inseguridad, sin salud, sin
educación y con un rosario de frustraciones cada vez que se instala un
nuevo gobierno, son situaciones que han sido provocadas, engendradas por
la política de las naciones poderosas, en la idea de que nosotros debemos
corregir los perfectos, en función de la visión que ellos tienen del
progreso y de la economía.
La verdad es que nosotros no tenemos cabeza que pueda ordenar tal
cataclismo de imposiciones. Y no la tenemos, no porque seamos brutos sino
porque nuestra naturaleza y nuestros valores, nuestro sentido de la vida y
de la muerte son distintos.

A medida que nos parecemos a ellos pierda sabor nuestra existencia. Nos
han comprado nuestra manera de ser a cambio de hamburguesas, coca-colas,
pizzas, chicles, jeans, zapatos de tenis, muñecos atómicos o siderales y
toda la mierda delirante de Disney que está engendrado adultos ambiguos y
esa proliferación de pedófilos asesinos y de locos que trafican con la
prostitución de los niños.
Esa es la verdadera patria y los verdaderos valores del laissez-faire.
El artículo El diablo predicador fue publicado el 26 de enero, y el 5 de
enero, apareció en El País de España, la respuesta de Soros, Una Peligrosa
Falacia. Mediante una respuesta sencilla y serena, Soros dice: “Me temo
que Vargas Llosa no comprendió la fuerza impulsora de mi razonamiento...
Yo digo que el evidente fracaso de las intervenciones estatales no
justifican la creencia de que los mercados son perfectos... Considerar al
mercado la respuesta final a todas las cuestiones sociales constituye una
peligrosa falacia.” Sostiene Soros que hay que entender la sociedad
abierta como un valor compartido, lo que no se ha hecho, como un objetivo
común.

De haberse tomado esta posición de Soros, desde hace tiempo, no habría
sucedido el descalabro de las deudas externas que ahogan a muchos países
pobres; porque los países desarrollados cuando hacían sus abultados
préstamos no pensaban sino en los beneficios materiales que de ellos
sacarían, jamás del progreso que podrían obtener con este dinero los
subdesarrollados, de modo que la mano invisible en estos casos, en nada se
ocupó del interés común.
Cómo se explica ahora, que en lugar de progresar los países pobres, vayan
en empeorando sus condiciones de vida. Se llenaron de préstamos y nada
hicieron, sino crear una ilusión de bienestar de un día. Ha sido una
condena horrible, una esclavitud irreparable que no se resuelve ahora con
Derechos del Hombre ni guerras civiles o revoluciones. Los locos del
despilfarro en Venezuela, de nuestros presidentes para abajo, y que
comulgaban ciegamente con el liberalismo, están hoy presos o huyendo de la
justicia en un juego y escamoteo ridículo que nadie cree.
Nosotros todavía no hemos podido entender claramente los fenómenos
sociales que se dieron en Venezuela el 27 de febrero de 1989 y el intento
de golpe del 4 de febrero de 1992 (éste último como una consecuencia del
primero). El pueblo, había disfrutado una época de jugosas entradas
monetarias, nuestros mercados estaban abarrotados de mercancias
importadas, desde mediados de los setenta hasta principios de los ochenta.
La gente de los barrios bebía Whisky del bueno y del caro, pero a precios
irrisorios; las líneas aéreas transportaban oleadas de turistas que hacían
sus mercados más domésticos en Miami, su segunda patria, y muy pocos se
planteaban de dónde recibía tal cataratas de dólares para gastar a manos
llenas.

La gente llegó a asquearse de la facilidad con que le llegaba el dinero y
lo tiraba, lo desperdiciaba con la misma rapidez con que lo recibía. Aquel
dinero no servía para edificar porque no se conocía este sentido de su
uso. No había tiempo para saber esto; lo que urgía era el derroche,
deshacerse de un valor que daba vida únicamente cuando se gastaba sin
reparo ni medida.
Fue como un relámpago de fortuna alucinante.
Un día, cuando quisimos seguir viviendo en medio de tan fabuloso sueño, y
hurgamos en nuestros bolsillos y encontramos sólo centavos y lochas que de
nada servían, el golpe fue catastrófico.
Siguió algún tiempo, en los que pusimos toda nuestra esperanza, en que
volvieran aquellos “idílicos años”, hasta el inicio de la magistratura del
presidente Carlos Andrés Pérez, quien ganó las elecciones bajo el señuelo
de que nos llevaría a la época gloriosa de las Vacas Gordas, no obstante
traía bajo el brazo un paquete que por primera vez auguraba con una
crudeza que produjo un tenebroso pánico: lo que venía eran más
sacrificios, más cinturones apretados y por ende nada del sueño sagrado
por el que se había votado.

Se corrió la voz de que se padecería una hambruna africana, de que la
misería ahora si sería total, y que en fin se había urdido un engaño sin
comparación en los anales de todos los pueblos. La histeria fue
incontrolable, como ratas borrachas de posesión salieron a coger de todo.
Tener, poseer, adueñarse de un tocadiscos, de un radio, de un trozo de
carne, en una obsesión delirante, forcejeaban en un último acto de
reafirmación, y morían charcos de sangre, truturados por los tumultos,
pisoteados o abaleados, abrazados a sus prendas, que eran el único dios
que habían conocido y amado.
El 4 de febrero no fue como se ha querido hacer ver una conmoción
civico-militar fundada sobre los ideales de Bolívar y Simón Rodríguez,
sino otro esfuerzo alucinante de regreso hacia los patrones de la “buena
vida” que se tuvo en los setenta, echando mano del hecho de que cuatro
ladrones se cogían lo que debería ser para todos. La ignoranacia de los
militares que salieron a derrocar el gobierno helaba la sangre. Y hoy han
dado carácter de eternidad a la corrupción, porque ésta se ha encargado de
hacer ver, cual equivocado estaban sus detractores y enemigos. De modo,
que hoy más que nunca el robo, la desconfianza, la frustración siempre
triunfante, la estafa y la manipulación de los partidos y de las mafias
deliran desde las alcantarillas sociales hasta las más santas
instituciones del Estado.


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

 jsantroz@gmail.com      @jsantroz

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