Isabel Allende, la renombrada novelista chilena, hizo mención a una frase de un político socialdemócrata importante, en su novela “Mi país inventado”, según la cual, “lo peor de una democracia es que se democratice”. Precisamente, el objetivo de Chávez al plantear la opción de “democracia participativa”, en sustitución de la “representativa” que prevaleció en la IV República, fue “democratizar la democracia”.
Al inaugurar la era del “Pacto de Punto Fijo”, Betancourt, de cuya cabeza, ya entrada en su etapa decadente, no salía nada que se asociase al interés popular, planteó una argucia, entonces aplaudida y tomada por la derecha toda como una sabia práctica, que consistió en solicitar o mejor ordenar que el partido “liberase al presidente y al gobierno todo” de disciplina partidista. Por supuesto, el fondo de la maniobra consistió que le dejasen la autoridad necesaria para llegar acuerdos de toda naturaleza con el gran capital y la derecha de aquí y de allá. Para justificar aquello, que dejaba al movimiento popular dentro de AD fuera de toda influencia en los mandos gubernamentales, apelaron al resabido, desacreditado y devaluado argumento del sectarismo. Que no era otra cosa que la inconformidad popular anidada entre la militancia de aquella masiva organización.
La llamada “liberación de disciplina partidista”, que no era otra cosa que desatarse del control del partido y la presión de la militancia, aunada a la “representatividad” que sólo dejaban al militante el derecho a pataleo de votar o no cada cuatro años, como entonces estaba previsto en la Constitución, dejaban todo el poder y con éste el destino del pueblo en manos de una pequeña casta. De esa manera pudieron subastar el país y entregárselo “al peor postor”.
Por todo aquello, Chávez levantó su proposición y abogó por “empoderar al pueblo”, acercarle más al poder y hasta descentralizar hasta dónde fuese posible.
Mientras Chávez estuvo en acción, por las razones históricas que le llevaron y cómo al poder, tuvo necesidad de mantener un cierto nivel de liderazgo, justificado también en aquel aluvión – como gustaba decir a Carmelo Laborit – que era el movimiento chavista. Quizás hubo necesidad, por la personalidad de Chávez, el origen como un tanto mesiánico de su liderazgo, que aquello transcurriese así. Pero hay hechos, manifestaciones que prueban que en definitiva el comandante añoraba un partido que dirigiese el proceso y no se atase al grupo gobernante, por razones que no se hace necesario explicar ahora en virtud que son demasiado conocidas. Chávez actuó como lo hizo y le fue permitido porque no había forma de saber si él era el pueblo encarnado en un hombre o era el pueblo mismo.
No obstante lo anterior, Chávez creyó, sin duda alguna, que había que “democratizar la democracia” sin límite o con el indispensable, impuesto por circunstancias concretas.
Todo lo dicho hasta aquí se justifica porque ayer mismo, domingo 4 de enero, escuché al presidente Maduro, con desmesurado asombro de mi parte, hablando de los resultados de un gabinete presidencial y rodeado de ministros, anunciar un acuerdo, que dadas las circunstancias, hasta ahora lo he percibido como originado en esa reunión, pues no hay otra forma de entenderlo, para la escogencia de los candidatos a diputados del Psuv ahora en enero.
No tengo duda alguna en manifestar mi reacción y desacuerdo ante tal proceder, pese se descalifique mi opinión. Pues aun siendo un acuerdo del partido, el espacio y los detalles, reunión de ministros, hacen aparecer la decisión como una de gobierno. Lo cual fortalece la idea, con la cual estamos y estaremos siempre en desacuerdo, que el partido debe ser un apéndice del gobierno. Si revisamos el pensamiento de Hugo Chávez, para no hablar de los teóricos del marxismo y de la revolución, de los miles de revolucionarios esclarecidos que hay en Venezuela, se podrá encontrar una abrumadora posición favorable a esta última idea. Solo diremos esto, porque no vamos a repetir los argumentos que nos apoyan y que son cuantiosos y por demás conocidos como contundentes.
Si fue una decisión del partido y más, avalada, por lo menos, por la mayor participación posible de la calificada dirigencia del mismo, debió anunciarse en otro escenario, que le diese la pertinencia y soberanía para entusiasmar tanto como falta nos hace. En este caso, uno lamenta que la dirección del partido haya permitido se le silenciase o colocase en las graderías de abajo al momento de anunciar sobre un asunto que es de su indeclinable competencia.
Tal como se presentó la decisión, analizando cada detalle, cada detalle repito, le llegó a quienes solemos poner cuidado en los detalles, como si fuese una decisión gubernamental. Si no lo fue y estamos equivocados, lo que nos alegraría bastante, es obvio que el proceder quiso dejar sentado que así fue. Y esto lo lamentamos mucho por lo equivocado y malo como proceder de un movimiento “revolucionario”.
Uno se siente mal, porque como Chávez, abogamos porque cada día, volviendo sobre las palabras de Isabel Allende, dichas al revés, queremos que la “democracia cada día se democratice más” y sobre todo en y con estos nuevos y encrespados tiempos.