La respuesta más acertada y, por supuesto, más marxista, se halla en la literatura marxiana. Marx definió la fuerza de trabajo de los asalariados del proletariado burgués como una mercancía cuyo valor de cambio tiene como precio el salario, y cuyo valor de uso consiste en la creación de valores de cambio superiores al suyo propio (al salario) cuando los trabajadores entran en contacto productivo con algunos medios complementarios de producción como son los medios de trabajo y los objetos de trabajo.
Digamos que Marx reconoció en la fuerza de trabajo la mercancía más importante de todos los mercados capitalistas. Como eso es así, el sistema capitalista procura mantener lotes excedentarios de proletarios a fin de, por ley de oferta-demanda, mantener minimizados los precios de la mano de obra, según la máxima conveniencia de toda la clase burguesa.
Esa es la idea recogida al comienzo del Primer capítulo del Primer Libro de su portentosa crítica a la Economía
Política, El Capital, cap. que lleva por nombre La mercancía.
Es obvio que si la fuerza de trabajo es una mercancía, mercancías serán todos los bienes producidos por trabajadores en su condición de asalariados. Entendamos que sin esa mercancía laboral no hay manera de crear ninguna otra ya que, aparte de los bienes naturales que se comercian mediante recolección, pesca y caza, toda mercancía procede de otra así como cada célula procede necesariamente de otra.
Asimismo, los trabajadores suelen adoptar una mentalidad mercantil en cada uno de sus actos personales dentro y fuera de la fábrica que los explota. Por eso hallamos proletarios que toman conciencia mercantil individual del valor que representa su propia fuerza de trabajo como mercancía, y, ni cortos ni perezosos, asumen la misma conducta lucrativa y avariciosa, esos deseos de enriquecerse o sacarle el mejor partido a su trabajo. En esa adopción y en la medida que la va reforzando va perdiendo sentimientos de cooperación y de solidaridad con sus mismos compañeros de trabajo, con sus vecinos del hogar, y por cada servicio que pudiera prestarle a la comunidad, automáticamente exige valores de cambio por cuanto su fuerza de trabajo es una mercancía, con lo cual sólo retoma para sus semejantes la misma mercancía que le vende a sus patronos de la burguesía.