El título de este artículo no me pertenece, como recordará fue una interrogante que le hizo a los periodistas el ex ministro de Interior y Justicia Luis Miquilena, cuando se le solicitó su opinión sobre el papel de la sociedad civil. Los especialistas en la materia coinciden en señalar que la sociedad civil se refiere a grupos de personas que sin fines de lucro, sin depender del Estado, no persiguiendo ocupar puestos gubernamentales, se organizan para lograr fines determinados. De esta manera queda claramente diferenciado el papel de la sociedad civil y de los partidos políticos, ya que estos últimos tienen claramente entre sus objetivos ocupar cuotas de poder.
Si bien en Venezuela ya desde finales del siglo XIX y principios del siglo XX comienza una incipiente organización de la sociedad, como respuestas al agotamiento a la lucha caudillista entre conservadores y liberales, y fundamentalmente como respuesta a los nuevos cambios en la sociedad, fue sobre todo a partir de la muerte de Gómez cuando en el país puede hablarse del desarrollo de una sociedad civil. Quien haga una revisión hemerográfica entre 1936 a 1948, a pesar de algunas interrupciones, percibirá con asombro la cantidad y diversidad de organizaciones que se constituyeron. Pero a partir del crecimiento violento de la renta petrolera y las malformaciones a las que llevó el populismo, veremos cómo el Estado y los partidos políticos se adueñan del espacio correspondiente a la sociedad civil. El Estado se involucraba en todo y los partidos políticos también lo hicieron. Fue solo en la década de los ochenta con la caída de la renta petrolera y la correspondiente crisis del populismo cuando sectores fundamentalmente relacionados a la clase media comienzan a organizarse para exigir mayor apertura democrática y gracias a esto se inicia, pero muy tímidamente, los procesos de reforma de Estado, descentralización y elección directa de las autoridades regionales.
Con los estallidos sociales y militares ocurridos entre 1989 y 1992, los partidos políticos tradicionales comienzan desesperadamente a reacomodarse e intentar nuevos pactos políticos que permitan su subsistencia y- a pesar de una cierta apertura- aspiraban a seguir controlando la sociedad. El agotamiento de este sistema político, su incapacidad para generar cambios estructurales, contribuyó a la llegada al poder de Chávez Frías en 1998. Para quienes acompañaban a Chávez, este representó un verdadero reivindicador de las demandas del pueblo, de ese pueblo que desde la colonia, pasando por la república y hasta llegar a nuestro siglo, seguía siendo una mayoría marginada de la riqueza económica, del acceso a la educación y la cultura y por lo tanto también a las decisiones políticas. Por el contrario, para quienes adversaban a Chávez, este representó el resurgir de un populismo que parecía ya moribundo.
En anteriores oportunidades, hemos hecho alusión a la manipulación y a las ambigüedades a la que es sometida la categoría pueblo, en este mismo artículo hemos señalado cómo ha sido históricamente los sectores sociales más educados los que han tomado la iniciativa en la formación de la sociedad civil, un sector que por su propia formación tiende a ser más crítico y capaz de plantear alternativa de soluciones y cambios a los problemas que afronta. La sociedad civil no puede convertirse en órgano de oposición ni de gobierno, en ese momento dejaría de serlo y se convertiría en partido político, cosa que es absolutamente valida pero debe quedar clara la diferencia.
Así como cuestionamos a voceros del gobierno que cuestionan la legitimidad de acción de algunos sectores de la sociedad civil, que legítimamente ejercen sus funciones, igualmente debemos cuestionar a esos sectores de la sociedad civil que se creen los únicos poseedores de la verdad, que a semejanza de los tradicionales caudillos, lideres o vanguardia revolucionaria, son los únicos capaces de dirigir al pueblo. Muchas veces este concepto es utilizado para enmascarar a organizaciones políticas gubernamentales o de oposición que solo aspiran conservar o lograr el control del Estado. Tampoco la sociedad civil puede convertirse en la plataforma de los tradicionales y nuevos sectores económicos que han visto en este tipo de organización una forma más fácil de acceder al poder político.
Ni la sociedad civil debe convertirse en grupos excluyentes que marginen a la mayoría de la población, a esos que tradicionalmente llamamos el pueblo. Toda la Sociedad –salvo los militares-debe ser Civil, sin exclusiones, es decir, una sociedad capaz de organizarse para defender sus derechos pero también para asumir responsabilidades. De lo contrario, si la sociedad civil sigue siendo solamente una parte de la población, seguirá la sociedad en manos de grupos minoritarios como tradicionalmente lo ha sido. La única forma de transformar esta realidad es a través de la educación generalizada. Gobierno, partidos políticos, agrupaciones de oposición y sociedad civil, tienen históricamente y más aún en la actualidad, un papel fundamental por jugar en el futuro del país, pero estas últimas a pesar de agrupar a personas con diversas posiciones no pueden convertirse ni en gobierno ni en oposición. Reiteramos nuevamente que lo más importante en este momento para el país es lograr el consenso para la constitución de un proyecto nacional, una sociedad pos rentística y socialista, que no sea copia de modelos foráneos, y tampoco represente el regreso a los vicios del pasado.