El capitalismo en su sangrienta e inocultable historia ha establecido una explotación abierta, descarada, directa y brutal. Ha hecho de la dignidad personal un simple valor de cambio. Luego, las armas de que se sirvió la burguesía para exterminar el feudalismo se vuelven ahora contra ella, porque no sólo ha forjado las armas que la están conduciendo hacia la hoguera de la historia, sino que también han creado a las mujeres y los hombres que empuñaran esas armas. Han producido sus propios sepulteros. La burguesía ya hizo su propio mundo: abolió el feudalismo; ahora le corresponde a los humildes, a la obrera y al obrero, abolir el capitalismo que impuso la burguesía.
La historia se encargó de develar la infamia y la criminalidad del capitalismo, por eso estamos en el advenimiento de una clase social genuinamente revolucionaria que debe hacer temblar, como en efecto está sucediendo, a la clase dominante. La clase subyugada y explotada ha entendido meridianamente su tiempo histórico.
El pueblo ha digerido que las amenazas para la paz de la humanidad vienen del lado de los que defiende la explotación del hombre por el hombre, de los incondicionales que avalan y escudan el imperialismo, de los que se oponen a la dignidad de los pueblos y al desarrollo libre y soberanos de sus economías, a su autodeterminación, de los que se oponen a su independencia y a hacer libres, en un mundo pluripolar, contrario, precisamente, al imperialismo hegemónico, injerencista y asesino.
La maldad, el egoísmo, los intereses mezquinos que proliferó el capitalismo salvaje están desbotonándose, estos es, la superestructura ideológica, política, moral y cultural, por ser una mezcla incompatible con la dignidad humana. La tergiversación de la cultura ha sido una de las maniobras principales del capitalismo salvaje, con vista a imponer sus intereses inhumanos. Las sendas de la transformación revolucionaria para un mundo vivible y sustentable están ahí. Por eso, el futuro es nuestro y no podrán arrebatárnoslo.
La ignominia del capitalismo salvaje, justamente, despertó a los pueblos que durante siglos permanecieron con los sentidos congelados; la embotada enajenación ha sido superada ante la total emancipación de todas las cualidades humanas de la sociedad. El capitalismo está moribundo tal como lo certifica inobjetablemente la historia.