El proceso revolucionario venezolano tiene una contextura compleja, sobre todo después del fallecimiento de Hugo Chávez. Ya no es el mismo proceso, para algunos ha evolucionado hacia una nueva etapa; para otros, ha involucionado, se ha disipado, ha perdido su esencia. ¿De qué se alimentó el movimiento bolivariano? De un pueblo que estaba cansado del chantaje de la democracia de partidos y de la pesadez de las políticas de reajuste económico del Fondo Monetario Internacional que exigía compromisos muy altos al país para poder mantener las carteras de crédito y endeudamiento. ¿Ha fallado el movimiento bolivariano, en concreto el chavismo, en dar respuesta a las expectativas de ese pueblo? En una primera etapa cumplió sus objetivos inmediatos: causó impacto y motivación en la masa popular; en un segundo momento se vio invadido de enemigos exógenos que dieron con un Golpe de Estado fallido (el del 2002), y un paro petrolero que aniquiló las posibilidades operativas del Estado para enfrentar las contingencias de los mercados internacionales. Pero puede decirse que esa etapa fue superándose paulatinamente, aun quedando vestigios, pero siendo más operativa y autónoma la conducción política del país.
Cuando se da el fallecimiento de Chávez, Venezuela venía de una victoria gloriosa del chavismo en octubre del 2012, había la certidumbre de que las políticas públicas tomarían un camino acertado en la distribución del recurso no-renovable petrolero, pero se fue fallando en el manejo de la incertidumbre de los mercados y en la inversión de buena parte de ese recurso en la consolidación de un nuevo modelo económico que se fuera distanciando del rentismo petrolero y permitiera llevar a la realidad aquella frase de Gil Fortoul que se apropiara Uslar Pietri en la década de los treinta del siglo XX, “hay que sembrar el petróleo”. No se sembró nada, solamente se diseñaron mega proyectos de Fundos Zamoranos, de Plantas Madres, entre otros; algunos funcionaron, muy pocos, y el resto fueron consumidos por la corrupción y la avaricia. ¿Decir que no hay corrupción en el proceso bolivariano? La respuesta, con todo lo que duele para un revolucionario, es admitir que sí, y que se ha ido incrementando de manera sostenida. El problema es la permanencia de “indignos” propiciando la “dignidad” del pueblo.
En un aspecto puntual, pareciera que aquello que promulgara el Comandante Chávez como las tres “R” (revisión, rectificación y reimpulso), ha quedado en los anaqueles del discurso patriota de los que tienen voz de dirección y mando en el proceso revolucionario; se hace necesario identificar los focos de destrucción y contaminación de las empresas del Estado, y de aquellas otras empresas que desde el convenio de apoyo y trabajo mixto, están propiciando condiciones deshonestas en el manejo de los recursos económicos del colectivo. Hace falta más supervisión, mayor auditoria social y sobre todo, mayor compromiso con el proceso bolivariano como escenario único y pertinente para dotar de igualdad y equidad a las comunidades más necesitadas y vulnerables ante un escenario económico cada vez más asfixiante y agónico.
En algo si hay que tener tranquilidad: el chavismo se mantiene como la primera fuerza electoral del país. En este aspecto no hay duda alguna, pero es nuestro deber mantener ese liderazgo, diversificarlo, impulsarlo hacia un confín de nuevas propuestas que lleven a las organizaciones comunitarias a ser más autogestionarias y valerse de los insumos internos para producir con creatividad y bajos costos. ¿Hasta cuándo aguantará el pueblo este desajuste de la economía y de la escases? La oposición en Venezuela es parte fundamental del PSUV, porque gracias a que sus referencias y acciones, sobre todo la de los líderes de la Mesa de la Unidad Democrática, son tan deprimentes y sin moral (para no decir perversas y aberrantes), hoy el PSUV, presenta una Carta Electoral limpia, interesante para electores chavistas o no chavistas. Pero ese triunfalismo a ultranza debe minimizarse, el hecho de que tengamos el campo ganado no implica que no estemos en riesgo de una derrota, o peor aún, de una desbandada del pueblo elector hacia otros grupos o movimientos políticos independientes que están acumulando simpatía y afectos en los sectores más tradicionalistas del chavismo. La tarea es mantener la independencia por sobre todas las cosas y erradicar a los “indignos” que se visten de dignos para proteger sus intereses y sus parcelas de poder.