¡Allende, Allende, Allende!

Cuarente y dos años han transcurrido desde aquel 11 de septiembre de 1973, cuando uno de los hombres más nobles y solidarios de esta América Latina nuestra, resultara muerto como consecuencia de un golpe militar dirigido por uno de los gorilas más sanguinarios que se recuerde por estos lares.
 
Allende, aquel hombre que soñaba con hacer una revolución pacífica en su Chile querido, recibió el respaldo del pueblo humilde, de los obreros, de los sin tierra, convirtiéndose en el primer socialista en la historia de la humanidad que llegara  al poder por la vía democrática. Mas, poco importó a la oligarquía Chilena y menos al gobierno de los Estados Unidos la opinión del pueblo chileno expresada en las urnas electorales. No había aún sido proclamado como Presidente, cuando ya los que por siempre habían ostentado el poder y sus amos del norte, planificaban cómo y cuándo derrocarlo.

La estrategia acordada había dado resultado en otros países. Los medios de comunicación iniciarían el ataque tergiversando  información, incitando al odio de la clase media contra los funcionarios y los simpatizantes del gobierno e invitando a la rebelión y a la protesta constante. Esto desestabilizaría la economía y disminuiría la confianza. Los partidos de oposición, los sindicatos corruptos de siempre y poderosos empresarios, acompañados de un sector radicalizado de la clase media y los "captados" a través de la intensa campaña mediática, serían los encargados de "calentar la calle" y generar la crisis que justificara cualquier acción contra el gobierno legítimo de Allende. La CIA sería la encargada de la estrategia, el financiamiento y de captar a los militares que darían la estocada final.

 
Era una imagen común en el Chile de aquel año 73: las marchas de sectores de la clase media vestidos de lutos y portando la bandera nacional, gritaban consignas contra un gobierno "castro-comunista", al mismo tiempo que exigían libertad. 

No llegó Allende a cumplir mil días en el poder. Murió en el palacio La Moneda defendiendo su gobierno, sus ideales; defendiendo la esperanza de su pueblo. La oligarquía retomó el poder con Pinochet y los gringos tenían ahora un aliado incondicional dirigiendo los destinos de un pueblo que se negaba a abandonar sus sueños. Miles y miles de chilenos fueron asesinados por razones políticas y otro tanto tuvo que marcharse al exilio, mientras que los poderosos de siempre festejaban el regreso de la "ley y el orden" y los medios de comunicación se derretían en loas con el dictador.

Cuarenta y dos años después las heridas no han sanado. El pueblo chileno tiene una democracia que nunca se atrevió a encarcelar al jefe de los asesinos que actuó bajo las órdenes de un país extranjero y unos apátridas envilecidos por el afán del lucro. Aún hay inmorales que justifican los crímenes de Pinochet, argumentando que éste logró mejoras económicas en el país.

Allende fue esperanza frustrada, orgullo de pueblo valiente y lección inolvidable. Aquellos que no justificamos la mentira, los que alimentamos la esperanza de que nuestros pueblos serán redimidos, los que perseveramos en la lucha contra la injusticia, los que rechazamos la mentira y la manipulación de quienes por siglos nos han gobernado, llevaremos por siempre el recuerdo de un Allende que prefirió morir en la defensa de sus sueños, que rendirse al gorila y al imperio.

Y como "los que mueren por la vida, no pueden llamarse muertos", Allende sigue en el corazón de millones de hombres y mujeres y su ejemplo marcará nuestras luchas por muchos años más. Seguro estoy de que, como dijo el cantor del pueblo, llegará el día en que nuestro continente hablará con voz de pueblo unido:… ¡Allende, Allende, Allende!.

 



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Alexis Arellano


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