La derrota bolivariana en el contexto mundial

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  1. La derrota electoral de la revolución bolivariana: una crónica anunciada

  2. ¿Fin del ciclo progresista en América Latina?

  3. El retroceso de la izquierda y el progresismo a nivel mundial

3-a) La derrota de la primavera árabe

3-b) Europa: hegemonía conservadora, avance de la extrema derecha y fracaso de la izquierda

3-b-1) Tres intentos en Europa por romper la austeridad neoliberal

  1. Conclusiones

La derrota del Gran Polo Patriótico - que engloba a las fuerzas políticas defensoras de la revolución bolivariana – en las recientes elecciones legislativas de este mes de diciembre era un resultado previsible, lo que realmente ha sido sorprendente ha sido la magnitud de esa derrota, que pone en manos de la oposición (MUD) la capacidad legal para revertir muchas de los avances y conquistas alcanzados en estos últimos 17 años.

Pero es necesario ampliar la visión y para ello en este artículo se van a utilizar tres niveles de análisis que permitan un diagnóstico más comprehensivo de la actual coyuntura. Estos niveles se van a referir primero a la propia situación en Venezuela, después a la de América Latina y, finalmente, a un conjunto más extenso que podríamos considerar mundial. Las razones de analizar a estos diferentes niveles se encuentra en el hecho de que, con independencia de los factores propiamente domésticos de Venezuela, la derrota también forma parte de una tendencia mucho más amplia que puede ayudar a comprender mejor la situación actual y hacer pronósticos más acertados.

A pesar de la amplitud del análisis y, por tanto, de la extensión del artículo, aquí solo se van a esbozar unas líneas generales cuyo desarrollo con más detalle necesitaría el formato de un libro, y que, tal vez, sea acometido con más tranquilidad más tarde. Sirva este artículo de análisis de urgencia y para contribuir al necesario debate que clarifique las características del momento histórico que vivimos.

  1. La derrota electoral de la revolución bolivariana: una crónica anunciada

Multitud de análisis y autores - algunos protagonistas del proceso y otros observadores externos a él - hemos venido advirtiendo desde hace al menos dos años de la pérdida continua de apoyo electoral que venían sufriendo las fuerzas que apoyan la revolución bolivariana y del peligro de enfrentarse a una derrota estratégica que la pusiese en situación de bloqueo o reversión. En este sentido ahora me voy a referir a un artículo propio de 2012 dónde se analizaba y pronosticaba una derrota electoral inevitable si no se tomaban medidas correctoras.

Pero antes de nada es necesario dejar claro el significado de los procesos electorales. Las derrotas electorales no son más que la certificación mediante el recuento de votos de las previas derrotas políticas y sociales que han tenido lugar en el cuerpo social, y éstas, a su vez, lo que hacen es reflejar o bien la existencia de condiciones objetivas adversas incapaces de ser superadas en una determinada coyuntura histórica, o la presencia de errores graves de las fuerzas políticas progresistas y de izquierdas, o, lo cual suele ser lo más habitual, ambas cosas a la vez.

El artículo al que me voy a referir fue publicado en noviembre de 2012 con ocasión de los resultados de las elecciones presidenciales de aquel añoi. En él se hacia un análisis de la evolución histórica de los resultados electorales – con unos gráficos claramente expresivos de las tendencias – y se concluía que “la lectura que se desprende es clara, las tendencias en crecimiento son las de la participación y el apoyo a la oposición, y las tendencias en descenso son las del apoyo a las fuerzas chavistas y la brecha entre ambas.” Igualmente se hacía una referencia a un artículo anterior de James Petras dónde señalaba “como algunos de los principales defectos de la actual situación venezolana la corrupción, la ineficiencia, el autoritarismo, la incompetencia y la mentalidad consumista-rentista de todas las clases, incluida la clase obrera.”

En aquella elección presidencial actuó por última vez el efecto Chávez y la victoria de éste fue de un 10% de diferencia respecto a la oposición. Dos año antes se habían celebrado elecciones parlamentarias y la victoria de las fuerzas chavistas respecto a la oposición fue por un mínimo 0,91%. Y entonces el barril de petróleo se cotizaba a más del doble que en la actualidad, a 83 dólares, solo como dato esclarecedor para los que justifican la actual derrota con el argumento exclusivo de la caída del precio del petróleo.

Se había producido en 2012 un repunte electoral, que se expresaría también en las elecciones regionales de dos meses más tarde, pero dentro de una tendencia a la baja iniciada con la derrota del referéndum para la reforma constitucional de 2007. Efectivamente, esa tendencia volvió a imponerse en las elecciones siguientes, 1,59% de diferencia en las elecciones presidenciales de 2013 y 6,52% en las municipales del mismo año, para acabar en la derrota histórica de las elecciones legislativas de diciembre de 2015.

El malestar de las bases sociales del chavismo se había expresado anteriormente con un aumento de la abstención, 44% en el referéndum de la reforma constitucional de 2007, 33,5% en las elecciones parlamentarias de 2010. Pero esa protesta pasiva empezó a volverse activa, apoyando a la oposición, en las elecciones presidenciales de 2013 dónde la abstención bajo al 21,3% y Maduro ganó por un 1,6% de diferencia, y en las elecciones actuales con una abstención del 25,75% y la victoria contundente de la oposición.

Así pues, y confirmando lo que apuntábamos al principio, el resultado electoral solo se ha limitado a levantar acta del abandono del chavismo por una parte importante de sus bases electorales. Pero además, y esto es lo importante, si la derrota se inscribe en una tendencia de largo tiempo como hemos intentado demostrar, y no se trata de un episodio puntual, las posibilidades de revertir esta situación se ven fuertemente reducidas. Las diferentes voces que desde el interior del proceso habían venido denunciando la situación - y llamando a una rectificación que evitase el escenario que se ha desplegado ahora con la victoria por una mayoría de 2/3 de la oposición en el parlamento - ven ahora confirmados todos sus temores.

Ese control incontestable del legislativo por la MUD ofrece a la oposición la posibilidad legal de iniciar un proceso de desmontaje de las conquistas revolucionarias de estos últimos 17 años, e incluso un trampolín para buscar la revocación del presidente Maduro. En regímenes políticos presidencialistas o semi-presidencialistas, donde el poder presidencial y el legislativo tienen la misma base de legitimación democrática pero en procesos independientes, se han dado casos de cohabitación – el más famoso fue el francés con Mitterrand de presidente de la república y Chirac de primer ministro – salpicados de tensiones de carácter reconducibles dado que aún cohabitando dos partidos diferentes (socialdemócratas y conservadores) ambos aceptaban las bases fundamentales del sistema capitalista.

Pero en Venezuela es diferente, la cohabitación se presenta imposible salvo que la burocracia chavista aceptase dar por terminado el proceso y pactase con la MUD una convivencia hasta las próximas elecciones presidenciales. Así se puede decir que se abre la posibilidad de dos escenarios, y en ambos las fuerzas de la revolución estarán en posición de debilidad.

El primero es, efectivamente, ese pacto de cohabitación, lo cual significaría que la burocracia chavista da por cerrado el proceso y se prepara para participar en un sistema político donde la burguesía ha recuperado la hegemonía y es homologable a otras democracias liberales donde el capitalismo no es puesto en causa. Podría ser el ejemplo de la deriva del Frente Sandinista después de su derrota en las elecciones de 1990ii, pero sin ir tan lejos podemos ver el ejemplo de la deriva de Syriza en Grecia este mismo año. Una situación así seguramente también daría lugar a una recomposición de las fuerzas revolucionarias venezolanas, pero de nuevo los ejemplos históricos no dan lugar al optimismo, en Nicaragua los compromisos del sandinismo tras la derrota llevaron a su escisión, pero su ala izquierda, el Movimiento por el Rescate del Sandinismo, es marginal. Y en Grecia, después de la claudicación de Syriza, su ala izquierda, reagrupada en Unidad Popular, obtuvo un gran fracaso electoral.

El segundo escenario sería, por el contrario, una reafirmación por el chavismo en la defensa del proceso revolucionario y su preparación para un enfrentamiento en peores condiciones que hasta ahora con las fuerzas sociales y políticas que sostienen a la MUD. El problema es que al tratarse de una derrota electoral significa que el chavismo ha perdido el apoyo de una parte importante de su base social y, si en estos años pasados, en unas condiciones de control del poder totalmente favorables, no ha sido capaz de rectificar para mantener ese apoyo social, en las condiciones que se abren ahora esa tarea se revela casi imposible. Primero porque dispone de mucho menos capacidad de maniobra política con el parlamento dominado totalmente por la oposición; segundo porque se producirá un efecto desmoralizante en gran parte de sus filas; tercero, y más importante, porque se ha quedado sin programa con el que volver a ilusionar y recuperar las bases sociales desafectas, ¿qué va a ofrecer a las masas que han abandonado al chavismo? ¿las va a prometer que van a rectificar y van a hacer lo que no completaron en 17 años? Recordemos como lección es lo que ocurrió después del hundimiento del ”socialismo eurosoviético”, a pesar de las terapias de shock neoliberales que se aplicaron a continuación de la debacle en los países de esa zona no fue posible levantar ninguna organización política de izquierdas capaz de volver al poder. Porque la historia demuestra que las derrotas, y más cuando son por fracasos propios, cambian profundamente las condiciones históricas y no es posible retomar el camino en el mismo punto donde se perdió. Eso no significa que se tengan que descartar nuevos procesos de protestas y movilizaciones - la propia América Latina es un ejemplo de cómo a una dura etapa de represión primero, y de neoliberalismo después, la sucedió otra etapa de movilizaciones y gobiernos progresistas y de izquierdas, como discutiremos más adelante - pero seguramente no serán inmediatas y tendrán otros formatos.

La derrota en Venezuela es de un calado profundo. No se puede comparar a la de la Unidad Popular en Chile porque en aquella ocasión fue un golpe militar la que segó la experiencia y, más allá del sangriento desenlace y le represión que le siguió, fue capaz de dejar en la conciencia de la clase trabajadora del mundo la ilusión en la capacidad de llegar al socialismo por la vía democrática si se sabe defender de la reacción interna, la sensación de que si fue derrotada militarmente era porque no podía serlo ni social ni políticamente. Tampoco se puede comparar con la derrota sandinista, porque se trató de una revolución asediada militarmente por el imperialismo estadounidense que terminó haciendo mella en la población nicaragüense. Sin embargo, la revolución bolivariana triunfó contra el golpe militar en 2002, conjurando desde ese momento la amenaza del golpe militar interno y, por otro lado, aguantó bien las presiones exteriores del imperialismo creando una red de alianzas e instituciones en América Latina. Pero fracasó en el interior, en la tarea de desarrollar un proyecto que fuese sostenido sin desmayo por una mayoría clara de las clases populares. Su derrota, por tanto, se asemeja más a la que sufrió el ”socialismo real”, al ser abandonada por una mayoría de la población que sentenció electoralmente que no se sentía identificada con el proyecto del gobierno bolivariano.

La revolución bolivariana - y su proyecto nunca terminado de definir de socialismo del siglo XXI - representaba la esperanza depositada por la izquierda venezolana, latinoamericana y mundial en la capacidad de articular una nueva vía, un nuevo modelo de transición al socialismo y del mismo socialismo en sí. Un modelo apoyado por mayorías populares que le sostendrían hasta completar un proceso largo y difícil. La apuesta estaba llena de retos y dificultades, pero era la esperanza tras la debacle abierta tras la caída del muro de Berlín. Pero si ambos modelos han fracasado internamente ¿qué alternativas quedan?

Una cosa es que se produzcan en otros momentos o en otros lugares nuevos procesos de movilizaciones y protestas que derroten a gobiernos neoliberales - lo que prácticamente está fuera de toda duda dado el carácter conflictivo y desigual de la sociedad capitalista - y otra cosa muy diferente es que aquellas den lugar a proyectos de transición al socialismo. En la historia podemos encontrar clases que se han rebelado intensamente, y durante mucho tiempo, sin alcanzar una nueva sociedad, como los esclavos, los campesinos o los siervos. Las rebeliones pueden repetirse indefinidamente, pero sin proyectos creíbles de sociedad alternativa están abocadas a ser derrotadas o recuperadas más pronto o más tarde. La revolución bolivariana, y su derrota, vuelven a poner nuevamente sobre la mesa esta cuestión crucial para cualquier proyecto que se reclame socialista.

  1. ¿Fin del ciclo progresista en América Latina?

Ésta ha sido la tesis de muchos artículosiii en los últimos meses que se han ocupado de las transformaciones del clima político y social en la región en los últimos años bajo una ofensiva de la derecha que ha empezado a dar sus frutos, revirtiendo parte de los avances conseguidos por las fuerzas progresistas y de izquierda en el subcontinente. En apenas tres meses, de octubre a diciembre, tres derrotas electorales seguidas de estas fuerzas dan consistencia a esta tesis, primero fue la pérdida de la alcaldía de Bogotá por parte del Polo Democráticoiv, el principal bastión de la izquierda colombiana, a manos del conservador Enrique Peñalosa; después se produjo la derrota del kirchnerismo en las presidenciales de Argentina que pasó a la derecha neoliberal argentina con Mauricio Macri; finalmente la oposición venezolana derrotó ampliamente al chavismo en las elecciones legislativas. Este panorama se añade a las críticas que la izquierda, incluso internacionalv, viene vertiendo sobre el desempeño del gobierno de Correa en Ecuador, que se ha enfrentado a los movimientos indígenas y populares que protestan contra sus políticas. O la difícil situación en que se encuentra la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, acorralada por casos de corrupción, con un apoyo muy bajo por parte de la opinión pública, y un intento en marcha de conseguir su destitución presidencial anticipada.

Pero también la ofensiva conservadora se extiende en el plano internacional con la creación de otros instrumentos como el TISA, el TPP o la Alianza del Pacífico para contrarrestar las instituciones regionales creadas por los gobiernos progresistas o de izquierdas como el ALBA, Petrocaribe, Unasur y la CELAC.

Pablo Stefanoni describía y explicaba así esta ofensiva: “Una nueva derecha, capaz de combinar populismo securitario, liberalismo cultural y una «cara social», ha comenzado a desafiar al bloque pos-neoliberal en el terreno regional”vi

El ciclo progresista se abrió a finales del siglo XX con las movilizaciones anti-neoliberales que barrieron América Latina y que dieron lugar a gobiernos favorables a las clases populares que las protagonizaron en diversos países como Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, El Salvador, Nicaragua, Uruguay y Venezuela, con importantes diferencias entre ellos. Massimo Modonesi caracteriza este ciclo como “un conjunto de diversas versiones de revolución pasiva (es decir, siguiendo a Gramsci, de transformaciones estructurales significativas pero limitadas, con un trasfondo conservador y por medio de prácticas políticas desmovilizadoras y subalternizantes)”vii

La existencia de una secuencia de ciclos políticos que se suceden periódicamente en América Latina ha sido descrita por Emir Saderviii a partir del triunfo de la revolución cubana. Así, este autor señala los siguientes: 1) 1959-67 ascenso de la izquierda en América Latina influenciado por la victoria cubana. 2) 1967-73 se trató de un periodo de claroscuros que inauguraba una era de retrocesos marcada por golpes militares y dictaduras. 3) 1973-79 se produjo la consolidación de las dictaduras militares a lo largo del cono sur. Se trató de un periodo de retroceso sin matices. 4) 1979-1990 trajo la victoria de los sandinistas en Nicaragua, la revolución en Granada y un gobierno nacionalista en Surinam. Fidel Castro fue elegido presidente del movimiento de países no alineados y las fuerzas de la guerrilla se expandieron en El Salvador y Guatemala. La década de 1980 fue un periodo de claro progreso. 5) 1990-98 la derrota sandinista, el comienzo del «periodo especial» en Cuba y el afianzamiento de la hegemonía neoliberal en todo el continente con la colaboración del PRI en México, Menem en Argentina, Pérez en Venezuela, Cardoso en Brasil, Fujimori en Perú y la continuación del neoliberalismo económico pinochetista en Chile bajo la coalición de concertación de socialistas y democratacristianos. Éste fue definitivamente un periodo de neta regresión. 6) 1998-2008: hasta la fecha, éste ha sido un periodo de apreciable progreso.

En septiembre de 2015, el propio Emir Sader publicaba otro artículo sobre el ciclo actual y señalaba para rechazar que se estuviese acabando: “Final de ciclo será cuando aparezcan nuevas alternativas, superadoras, en el horizonte político. Será cuando la derecha consiga – si lo logra hacer – una perspectiva conservadora de superación de los gobiernos actuales. O cuando los mismos gobiernos posneoliberales agoten sus propuestas actuales y se propongan objetivos  más grandes, por ejemplo, anticapitalistas.”ix Pero, con las tres derrotas electorales que se produjeron después de esa fecha se puede decir que estamos ante la primera de las condiciones que él mencionaba.

Existen analistas que vinculan estrechamente este cambio de ciclo político con el que está teniendo lugar en el ámbito económico mundial y que se refleja en el hundimiento del precio de las materias primas. El fundamento de esta relación se encuentra en el hecho de que los gobiernos progresistas o de izquierdas de la región mantuvieron el poder - después de las victorias sobre los gobiernos anteriores neoliberales conseguidas por las grandes movilizaciones populares – gracias a que una coyuntura favorable de precios internacionales de las materias primas permitió una política de redistribución económica entre las clases populares sin tener que atacar en profundidad los privilegios de sus burguesías nacionales y cambiar la estructura de propiedad de su sistema financiero y productivo. Cuando esta situación económica cambió, las políticas sociales se resintieron y una parte de las clases populares empezó a retirar el apoyo a los gobiernos progresistas o de izquierdas.

Es decir, estos gobiernos siguieron funcionando dentro de la lógica del mercado y la acumulación capitalista, si bien desmontaron las políticas más claramente neoliberales, a la vez que fueron capaces de aplicar una política redistributiva hacia las clases populares apoyándose en el ascenso del precio mundial de las materias primas, debido especialmente al crecimiento de la economía china, lo cual se terminó convirtiendo, por otro lado, en un problema, pues “la voraz demanda china de recursos naturales ha provocado una reprimarización de la economía latinoamericana”x.

Pero las bases económicas, sociales y políticas de la burguesía no fueron debilitadas más que de manera débil y temporal, lo cual dejaba intacta la capacidad de aquellas para emprender una contraofensiva exitosa en cuanto se dieran las condiciones propicias. Y éstas se fueron creando lentamente tanto por la concurrencia de factores externos - la ya citada caída del precio de las materias primas - como, especialmente, por los errores y deformaciones cometidas en la gestión de los propios gobiernos progresistas y de izquierdas. Y entre estos se encuentran como más denunciados la corrupción, la burocratización y el verticalismo, el enfrentamiento con sectores de la izquierda, como los movimientos sociales y los sindicatos, o la ineficacia para afrontar políticas sensibles como la seguridad ciudadana.

Dentro de este modelo de ciclos se pueden apreciar tres períodos de derrotas o reflujos de características diferentes. En el primero, acotado entre 1967-79, la derrota es producto de una ofensiva militar contra el ascenso anterior de la izquierda en América Latina. Las fuerzas de la izquierda y el socialismo aún mantenían un impulso importante en todo el mundo y las burguesías nacionales y el imperialismo recurrían a la guerra abierta para frenar ese avance.

En el segundo, acotado entre 1990-98, aunque también intervinieron en las derrotas un componente militar – en Nicaragua y en toda Centroamérica – sin embargo, el factor decisivo lo constituyó la debacle del comunismo eurosoviético. Las fuerzas de la izquierda y socialistas entraron en un período de fuerte reflujo y desmoralización a nivel mundial, la mayoría de ellas se vieron abocadas a la marginalización o se inclinaron por un proceso de socialdemocratización, y dos de los Estados comunistas que subsistieron a la debacle, China y Vietnam, se inclinan por un socialismo de mercado que está abriendo la puerta a una restauración del capitalismo.

En el tercer período de derrotas, que todo apunta a que se inicia en 2015, los avances previos de las fuerzas de la izquierda y socialistas se habían concentrado en América Latina como respuesta a la ofensiva neoliberal, y estaban encabezados por un conjunto heterogéneo de movimientos sociales. En ese período, acotado entre 1998-2015, el debate en la izquierda se polarizó entre quienes opinaban que no se habían acumulado fuerzas suficientes para retomar el avance al socialismo y entre los que pensaban que sí. Entre los gobiernos progresistas o de izquierdas de ese período Venezuela destacó como punta de lanza avanzada en proponer una nueva vía de transición al socialismo, representó el ensayo de quienes pensaron que si había condiciones para iniciar una transición al socialismo. Por lo tanto, y a pesar de la importancia de la previa derrota del kirchnerismo en Argentina, esta derrota no tiene la importancia clave que posee la venezolana. Porque si, como es de temer, la revolución queda bloqueada y se revierten sus avances, el resultado puede leerse como una profundización del reflujo del segundo período mencionado.

  1. El retroceso de la izquierda y el progresismo a nivel mundial

3-a) La derrota de la primavera árabe

El fin de ciclo progresista en América Latina se puede leer también como parte de un movimiento de reflujo de las fuerzas democráticas y de izquierdas a nivel mundial. Para ello tomaremos de ejemplo otras dos regiones del mundo, el mundo árabe y Europa.

En diciembre de 2010 la inmolación del joven vendedor ambulante tunecino Mohamed Bouazizi desencadenó la ola de protestas y rebeliones que popularmente se han conocido como la Primavera Árabe y que barrieron todo el mundo árabe con distintos resultados.

Los motivos que impulsaron esta ola de revueltas por el mundo árabe eran similares en los distintos países, rechazo de la corrupción, exigencias de dignidad ciudadana y de justicia social, rechazo de los efectos de la degradación de la situación económica como la inflación, el paro masivo y la ausencia de oportunidades para la juventud, o exigencia de democracia, libertades y derechos humanos. Es decir, las movilizaciones populares de carácter espontáneo, que utilizaron los modernos medios de comunicación como instrumentos de agitación y propagación de las consignas y convocatorias de acción, se apoyaban en un programa difuso que se correspondía con las reivindicaciones propias de una revolución democrática, mezclando reclamaciones de regeneración pública, ampliación de derechos y libertades y reformas sociales y económicas.

En la misma época en que en América Latina las movilizaciones y protestas sociales anti-neoliberales daban lugar a una ola de gobiernos progresistas y de izquierdas, una ola democratizadora sacudió todo el mundo árabe. Los actores iniciales de las revueltas fueron fundamentalmente una juventud sin futuro, formando una vanguardia de movilización que arrastró tras de sí a la masa popular de las ciudades principales. Llama la atención la ausencia en los inicios de las revueltas de quienes serían sus principales beneficiarios electorales en una segunda etapa, los grupos y partidos islamistas.

Era la segunda vez en pocas décadas que la juventud sin futuro del mundo árabe constituía la base social de una rebelión que sacudía toda la región. La primera vez fue rápidamente utilizada por el movimiento islamista en ascenso a partir de los años 70 del siglo pasado. Primero por la revolución iraní para derrocar al Sha y posteriormente hacerse con el poder derrotando a sus aliados iniciales, la burguesía liberal y la izquierda; luego por los islamistas argelinos a través del FIS y del GIA en su fracasado ensayo de conseguir el poder en Argelia tanto por la vía electoral como por la lucha armada. En esta segunda vez, sin embargo, la juventud desencadenó el proceso de manera autónoma y con objetivos propios, manteniendo esa independencia por poco tiempo.

Las revueltas de la primavera árabe pasaron por dos etapas diferenciadas. La primera se desarrollo entre el derrumbamiento de las dictaduras y la neutralización de las protestas. Estas rebeliones y revoluciones tuvieron un primer período de intensa agitación y cambios rápidos que se extendió entre diciembre de 2010 y junio de 2011, en todos los sitios la dinámica era similar, la represión con que se respondía a las protestas iniciales hacía que aquellas aumentasen hasta que el régimen se desmoronaba. Luego estos cambios abrieron una nueva etapa en las que los actores y reivindicaciones iniciales fueron remplazados por nuevos actores y dinámicas más complejas.

Los efectos provocados por las revueltas árabes dieron lugar a dos grupos de situaciones diferentes, en primer lugar está la de aquellos países en los que la revuelta dio lugar a cambios más intensos con la caída de gobiernos opresores como fue el caso de Túnez, Egipto, Libia y Yemen, o se adentraron en una situación de guerra civil, como es el caso de Siria, como consecuencia del hecho de que ni los rebeldes pudieron acabar con la dictadura, ni la represión de ésta pudo acabar con la revuelta.

La segunda situación corresponde a los países donde sus regímenes políticos consiguieron resistir la presión de las revueltas sin experimentar transformaciones importantes. En este grupo se encuentran todas las monarquías árabes del norte de África y Oriente Medio más Argelia. En unos casos el expediente empleado para desactivar y controlar las revueltas fue el inicio de algunas reformas políticas como en el caso de Marruecos, Jordania y Argelia, donde se reformaron las constituciones para moderar el poder del monarca, se prometieron elecciones anticipadas o se eliminó el estado de excepción vigente como en Argelia. En otros, el recurso empleado fue la utilización de los ingresos provenientes del petróleo para conceder generosas ayudas sociales a la población de manera que se rebajase la presión y el malestar interno, como fue el caso de Arabia y las monarquías y emiratos del golfo pérsico; un caso especial fue el de Bahréin donde la revuelta fue sofocada por la represión con la ayuda, sobretodo, de Arabia Saudí.

A pesar de las diferencias de resultados entre estos dos grupos de países, y como se demostraría en la segunda fase de las revoluciones, la dinámica de fondo ha terminado siendo similar, al primer movimiento revolucionario que consiguió en unos casos desestabilizar los regímenes políticos y en otros no, le siguió un segundo momento contrarrevolucionario para revertir la situación. La diferencia ha estribado en que, en unos casos, ese movimiento contrarrevolucionario tuvo éxito rápidamente, neutralizando las protestas o ahogándolas en la represión (Bahréin), en otros hizo que las revueltas se empantanasen en una guerra civil (Siria) o se deslizase a un Estado fallido (Libia) y, finalmente, en un tercer caso, la contrarrevolución tardó más tiempo en revertir la situación (Egipto y Túnez).

En la segunda etapa de las revueltas de la primavera árabe el hecho destacado fue la imposición de la contrarrevolución en todas partes. Lo que resultó claro en toda la región es que las fuerzas espontáneas que se levantaron contra los viejos regímenes árabes, ante su falta de organización y programas con los que poder actuar en la fase posterior, cedieron el protagonismo a las fuerzas mejor organizadas que ya existían en esas sociedades. Una de esas fuerzas eran los islamistas, pero también numerosos partidos laicos de carácter liberal o izquierdista y, sobretodo, los poderosos intereses que habían sostenido y se habían beneficiado de los antiguos regímenes, barridos por las revueltas o que habían conseguido mantenerse en el poder.

Ya vimos que en las monarquías del golfo las revueltas fueron neutralizadas rápidamente mediante el expediente de la concesión de beneficios económicos, o la represión en el caso de Bahréin, es decir la contrarrevolución cortó de raíz todo intento de transformación, y en estos países no cabe hablar de esta segunda fase.

En los demás países afectados por las revueltas, las demandas originales de éstas, mencionadas anteriormente, dieron paso a una nueva modalidad de enfrentamiento entre los programas de las fuerzas islamistas, moderadas o radicales, y la de las fuerzas laicas, izquierdistas o liberales, con un tercer actor, las fuerzas de los antiguos regímenes, maniobrando para revertir las conquistas de las revoluciones en marcha. El origen de este enfrentamiento se situó en los programas de las fuerzas islamistas por encauzar sus respectivas sociedades hacia modelos islámicos. Dichos programas se intentaron llevar a cabo bien mediante la vía democrática y la redacción de una nueva Constitución, con el caso de los Hermanos Musulmanes en Egipto como caso más avanzado de este tipo, o mediante la vía insurreccional, con el caso de los yihadistas en la guerra civil siria como caso más extremo de este otro tipo.

Como hemos apuntado las revueltas tuvieron en el inicio un carácter espontáneo, pero, tras la primera etapa en que desestabilizaron con distinta intensidad y consecuencias los diferentes regímenes del mundo árabe, unos nuevos actores internos e internacionales mucho más organizados tomaron la iniciativa en la siguiente fase. En dicha fase no solamente se dirimió una lucha entre revolución y contrarrevolución con los resultados que hemos analizado, también se enfrentaron los intereses geoestratégicos en la región y un enfrentamiento sectario entre las distintas ramas y concepciones del islam.

En resumen, las protestas iniciales de las revueltas árabes, con sus reivindicaciones de reformas democráticas y económicas, sirvieron de detonante para la explosión del malestar intenso y reprimido que albergaban las masas árabes. Arrastrando ese descontento a la calle abrieron un boquete en los regímenes más frágiles del mundo árabe que se vieron sorprendidos por un tipo de protesta que no esperaban. La reacción combinada de los gobernantes – accediendo a reformas políticas o concesiones sociales y económicas o reprimiendo las movilizaciones -, de las fuerzas armadas – apoyando mayoritariamente a los gobiernos o retirándoles el apoyo -, y de las potencias regionales y extra-regionales – apoyando a distintos actores, presionando sobre los gobiernos y las fuerzas armadas -, decidieron que se diesen unos resultados u otros. Pero en todos los casos fueron otros actores más organizados e implantados quienes terminaron aprovechando para objetivos diferentes de los iniciales la desestabilización de los distintos regímenes.

No obstante, aunque las revoluciones fueron bloqueadas inicialmente en muchos casos, y fueron revertidas en una segunda fase en otros casos, sin embargo, las consecuencias abiertas por las revueltas iniciadas hace cuatro años no parecen haberse acabado. Efectivamente, esto no significa que las revueltas hayan terminado fracasando definitivamente y la situación general haya sido recuperada completamente por los antiguos regímenes con diferente formato, pues la situación sigue siendo muy dinámica y los efectos de las revueltas no han agotado ni mucho menos todas sus consecuencias. Pero si puede concluirse que cinco años después de su desencadenamiento el balance es de derrota de las fuerzas democráticas que impulsaron estas rebeliones.

3-b) Europa: hegemonía conservadora, avance de la extrema derecha y fracaso de la izquierda

En la crisis económica desatada a partir de 2008 con el hundimiento del Lheman Brothers se pueden distinguir, por el momento, tres etapas diferenciadas según dónde se fue situando el epicentro de la misma. En la primera etapa el epicentro se situó en Estados Unidos y el gobierno de Obama reaccionó con una política monetaria expansiva que dio lugar a dos resultados, el primero fue que el país consiguió enderezar la crisis al cabo de un cierto tiempo, el segundo fue que la crisis no se tradujo en ninguna consecuencia en el campo político, donde siguieron gobernando los demócratas, y los republicanos se mantuvieron a la espera de su oportunidad para alcanzar la presidencia dentro de una continuidad del sistema político. La tercera etapa se ha iniciado en el verano de 2015 cuando diversos temblores han sacudido a la economía china, que ha dejado de crecer a los ritmos de estas últimas dos décadas, trasladándose allí, por tanto, el epicentro de la crisis, e irradiando las consecuencias de ésta sobretodo a los países emergentes. Aún es pronto para pronosticar que otras posibles consecuencias pueden derivarse, pero tampoco en China se han generado consecuencias en el campo político y el poder sigue retenido con mano firme por el partido comunista con su estrategia de completar la transición a una economía capitalista. En todo caso, las consecuencias políticas de esta tercera etapa de la crisis parecen desplegarse en América Latina con el debilitamiento señalado de los gobiernos progresistas y de izquierdas.

En la segunda etapa, el epicentro de la crisis se trasladó, desde 2010, a la Unión Europea. Aquí, la apuesta realizada por las autoridades comunitarias y los gobiernos nacionales a favor de las políticas de austeridad ha impedido, por el momento, que esta zona consiguiese superar definitivamente la crisis, manteniéndose en una situación de estancamiento económico sin horizonte claro de recuperación. En Europa, al contrario de lo ocurrido en Estados Unidos y China, si se produjeron una serie de consecuencias en el campo político de las que nos vamos a ocupar a continuación.

Las políticas de austeridad y recortes del Estado de Bienestar, que se implementaron especialmente en aquellos países más afectados por la crisis, llevaron a intensas movilizaciones y protestas en diversos Estados con el reemplazamiento de gobiernos rápidamente desgastados ante sus opiniones públicas, en 2009 cayeron los gobiernos de Islandia, Letonia, Hungría y la República Checa. La tónica general en la Unión Europea fue, y es, la del predominio de gobiernos liberal-conservadores. Cuando los partidos socialdemócratas accedieron al gobierno en algunos de estos países fue para aplicar programas socioeconómicos similares a los conservadores (España, Grecia, Francia, etc.) y a continuación ser derrotados en las urnas. La extrema derecha continuó un lento pero continuo ascenso en la mayoría de la zona. A pesar de las consecuencias de la crisis y de las políticas de austeridad contra las clases populares, las fuerzas de izquierdas apenas tuvieron un papel importante y fueron, por el momento, derrotadas de diversas maneras. Ahora veremos un poco más en detalle este panorama.

Si en 1995, de los 15 Estado miembros de la CEE solo cinco eran conservadores, en 2011, en pleno desarrollo de la crisis en Europa solo seis de los 27 miembros de la UE eran socialdemócratas, y en la actualidad han crecido hasta nueve. La gran mayoría de los gobiernos europeos siguen siendo liberal-conservadores, formando coaliciones con los socialdemócratas en tres países. Pero el color político de los gobiernos se diluye cuando se tienen en cuenta las políticas socioeconómicas llevadas a cabo, las diferencias entre liberal-conservadores y socialdemócratas son casi imperceptibles al haber abrazado estos últimos los programas y soluciones de los primeros.

Además, ambas familias políticas han sido influenciadas en muchos aspectos, como el tema inmigratorio en particular, por los valores de una extrema derecha que ha conseguido avances electorales importantes en varios países.

Las elecciones europeas de 2014 mostraron una radiografía de la situación general en Europa con las siguientes tendencias: Permanece el dominio de los conservadores y socialdemócratas aunque con correctivos para los cuatro principales grupos de europarlamentarios, los conservadores pierden 64 escaños (212), los socialistas 10 (186), los liberales 13 (70), y los verdes 2 (55). Por el contrario crecen los grupos que representan un voto de protesta contra la actual UE, tanto por la izquierda como por la extrema derecha, la izquierda gana 8 parlamentarios (43), los ultraderechistas del grupo europeo de la Libertad y la Democracia ganan 5 (36) sin contar con dos grandes vencedores en Francia y Gran Bretaña, que no pertenece a este grupo, así, el Frente Nacional ha pasado de 6 a 24 escaños y el UKIP que pasa de 13 a 23.

Efectivamente continua la preocupante tendencia, expresada en las elecciones europeas de 2009 y en otras de tipo nacional en estos últimos cinco años, de implantación y crecimiento de partidos xenófobos y ultraderechistas por toda Europa hasta alcanzar cerca de un 25%, y englobando tanto a países especialmente golpeados por la crisis y las medidas de austeridad, como Grecia con Amanecer Dorado, como a países que han sorteado la crisis con menos problemas como en Dinamarca y Austria donde han obtenido un 25% de los votos. Pero sin duda fue la victoria obtenida por el Frente Nacional en Francia el dato que más repercusión ha tenido al situarse como el primer partido más votado, convirtiéndose, de esta manera, en la referencia de toda la extrema derecha en Europa. Nuevamente, en 2015, el FN volvió a cosechar un importante apoyo en votos que no ha conseguido transformar en posiciones de poder regional debido al “frente republicano” que por segunda vez en la historia le cerró el paso, dicho sea de paso, con el voto las dos veces de la izquierda por candidatos de derechas.

3-b-1) Tres intentos en Europa por romper con la austeridad neoliberal.
Con un panorama político así, ¿tenía posibilidades de avance la izquierda? Las formaciones políticas de izquierda en Europa han tenido, en general, un rendimiento mediocre, no siendo capaces de romper su posición marginal. En esta situación cabe destacar especialmente tres ensayos para romper el status quo. La cadena de protestas y huelgas generales desarrolladas en Francia en el otoño de 2010, el intento de Syriza por acabar con las políticas de austeridad de la troika, y el movimiento 15-M nacido en España en 2011 con su intento posterior de representación política a través de Podemos. Haremos un breve repaso de los tres a continuación.

Inicialmente los sindicatos europeos contestaron a las medidas antipopulares con movilizaciones y siguiendo dos modelos diferentes. El primer modelo de contestación social lo podríamos denominar difuso o discontinuo, y ha sido el predominante durante la crisis. Su característica es que ha dado lugar a algunos conflictos, incluso alguna huelga general, pero no ha sido persistente en el tiempo y, por lo tanto, han sido conflictos que no han producido desbordamientos, y cuando ha existido este peligro, el cambio de gobierno ha sido utilizado como cortocircuito. El segundo modelo seguido por la contestación social a los recortes sociales decididos por los gobiernos como consecuencia de la crisis le podemos denominar de enfrentamiento sindical abierto. En este modelo, los sindicatos apostaron por un enfrentamiento duro y persistente con el objetivo claro de hacer fracasar los planes de austeridad de sus gobiernos. Solo dos países han seguido este modelo Grecia y Francia, y con dos situaciones muy diferentes.

En mayo de 2010 arrancó en Francia un ciclo de intensas movilizaciones sindicales con tres características principales, las huelgas generales eran acompañadas con numerosas manifestaciones por todo el país, en realidad el seguimiento de las huelgas no fue muy intenso más allá de los transportes y algunos servicios públicos, pero los sindicatos consiguieron sostener en esos meses unas fuertes movilizaciones en las calles en torno a los tres millones y medio de manifestantes; en segundo lugar los sindicatos consiguieron mantener un elevado apoyo de la opinión pública, a pesar de las incomodidades que las manifestaciones y las huelgas producían, especialmente cuando, en la fase final, intentaron bloquear el país cortando el suministro de combustible; y, finalmente, mantuvieron la unidad sindical, consiguieron el apoyo de toda la izquierda y sumaron al movimiento estudiantil en la misma lucha. Todo un ejemplo de estrategia que, junto a su tradición de luchas, compensó con creces su debilidad de afiliación. En octubre se realizaron siete huelgas generales, algo insólito en las últimas décadas en Europa. En sectores importantes, sobretodo el relacionado con los combustibles se dio un salto cualitativo con el sistema de huelgas renovables - es decir, que cada 24 horas se decidía su continuación - y el bloqueo de los depósitos de combustibles con el objeto de paralizar el país.

Prácticamente se alcanzó el límite donde pueden llegar las movilizaciones obreras dentro de la legalidad burguesa sin entrar en una fase insurreccional. Pero la ley de pensiones, contra la que luchaban los sindicatos, fue votada por el Parlamento a finales de octubre y ratificada a primeros de noviembre. Las movilizaciones cesaron súbitamente y los sindicatos fueron derrotados en la batalla más importante en Europa a causa de las consecuencias de la crisis, al menos hasta aquel momento.

Tuvieron que pasar cinco años para que, por unos pocos meses, la izquierda europea acariciase la posibilidad de romper el consenso de austeridad neoliberal que se aplicaba en la UE y conseguir una victoria que abriese nuevas posibilidades en Europa. En Grecia concurrieron dos circunstancias. La primera es que la crisis y las medidas antipopulares que se emplearon a través de varios rescates por parte de la troika convirtieron a un país que representa un papel de importancia muy secundaria en el sistema mundial por el tamaño de su economía en el eslabón débil de la cadena mundial a través de su pertenencia a la UE. Si Grecia no fuese miembro de la UE, hubiese sido abandonado a su suerte, como lo han sido tantos otros países en las diferentes crisis de los últimos decenios. Pero Grecia forma parte de la UE, y su crisis se trasmite directamente del país heleno al conjunto de la eurozona. La segunda circunstancia es que de un lado Grecia conoció el más intenso y duradero ciclo de movilizaciones y protestas en toda Europa, con decenas de huelgas generales, y de otro, la mayor parte de la izquierda fue capaz de unirse en una fuerza única, Syriza, para encauzar políticamente esas movilizaciones y llegar al gobierno.

La victoria de Syriza se produjo después de varias fases que radicalizaron a las clases populares, primero una humillación democrática, cuando la troika impidió la celebración del referéndum que proponía Papandreu, después tuvo que pasar por un período en el que Grecia se convirtió en un protectorado de Bruselas con Lukas Papademos, luego se encontró en una situación de empate catastrófico cuando en 2012 empataron prácticamente las fuerzas pro y anti troika. Finalmente, a principios de 2015 Syriza alcanzó la victoria y formó gobierno.

El programa de Salónica, que defendía Syriza, estaba orientado a acabar con las políticas de austeridad que estaban asfixiando al pueblo griego a través de varias actuaciones como eran las medidas de urgencia destinadas a ayudar a los sectores sociales más damnificados por la crisis y las políticas de recortes, los programas para conseguir la recuperación y el crecimiento económico, la creación de empleo, y las reformas de la administración con el objeto de acabar con la corrupción. Pero todo ello pasaba por un punto esencial, la renegociación de la deuda externa y de las condiciones impuestas por el rescate, y este punto se iba a convertir, inevitablemente, en un campo de batalla entre el gobierno de Syriza y la troika, en el principal escollo del nuevo gobierno de izquierda para poder continuar con su programa electoral como expresión de los intereses de las clases populares.

Ya advertimos en ese momento que la troika iba a jugar a dirigir a un callejón sin salida al gobierno de Syriza para, en un momento determinado, llevarla o a la salida del euro, o a convocar nuevas elecciones, o a formar un gobierno tecnocrático de salvación. Las negociaciones tuvieron lugar en dos grandes rondas en febrero y junio. El resultado final de la primera ronda de negociaciones fue lo que puede ser considerado como una retirada táctica de Syriza que anunciaban una derrota estratégica del gobierno griego si no cambiaba de estrategia. Los gestos de Syriza de cara a la segunda ronda parecían demostrar una actitud de firmeza, pero fueron un espejismo. Llevado al límite por la troika, y sin tener preparado ningún plan alternativo, el gobierno de Tsipras hizo una jugada desesperada convocando un referéndum. El masivo apoyo que encontró por parte del pueblo griego le desconcertó, y en un giro inesperado Tsipras claudicó ante la troika y aceptó las duras condiciones del tercer rescate. La experiencia de la izquierda radical griega fue derrotada sin paliativos tras esa claudicación.

Para encontrar una experiencia de gobierno en Europa de un partido a la izquierda de la socialdemocracia hay que retroceder muchas décadas. Siempre en circunstancias muy especiales, tal vez a la revolución de los claveles en Portugal, a los breves gobiernos de coalición tras el fin de la segunda guerra mundial, o a los frentes populares. Para encontrar en Europa partidos de izquierda con el apoyo popular cosechado por Syriza también hay que retroceder décadas y situarse en los momentos de gran capacidad de arrastre del PCI o el PCF antes de la debacle del socialismo real. Por ello la experiencia de Syriza era tan importante para la izquierda europea, siempre en posiciones minoritarias, siempre alejada del poder. Representaba la posibilidad de demostrar que eran posibles gobiernos de izquierdas dentro de la UE, que eran posibles oponerse desde el poder a las políticas neoliberales. Eso fue lo que se perdió con la claudicación de Syriza.

El tercer intento para romper el status quo neoliberal en Europa tuvo un nuevo formato. El primero, en Francia, fue el de una clásica lucha sindical que, después de su derrota, tampoco fue capaz de germinar en un movimiento político que derrotase a la derecha. Ni el inicialmente prometedor NPA, ni el Front de Gauche recogieron el fruto de esa importante lucha, la victoria fue para la socialdemocracia que, como no podía ser de otra manera, traicionó ese legado. En Grecia, por el contrario, las movilizaciones y huelgas encabezadas por los sindicatos si consiguieron trasmitir su impulso a una fuerza política, Syriza, que recogiendo las demandas populares en su programa llegó al gobierno para, finalmente, también traicionar ese legado.

El tercer intento, en España, fue diferente, no tuvo nada que ver con el mundo obrero, sino con un movimiento de jóvenes indignados, conocido como 15-M, que se levantaron contra la clase política y el sistema en general. Inicialmente se parecía más al ¡que se vayan todos! de la Argentina del 2001 que a las citadas movilizaciones europeas. Su protesta no impidió que en 2012 el conservador Partido Popular ganase las elecciones por mayoría absoluta al desorientado gobierno del PSOE que había dado un giro de 180º hacía posiciones neoliberales. Pero posteriormente fecundó las protestas contra los duros recortes del gobierno de Rajoy y sirvió de referencia, primero, para la creación de un nuevo partido, Podemos, fundado por un grupo de profesores universitarios que utilizó hábilmente la combinación de la referencia al15-M con la utilización de los medios de comunicación y, también, para el nacimiento de candidaturas municipalistas amplias que consiguieron gobernar importantes ciudades como Madrid y Barcelona. Pero el proyecto con el que despegó Podemos mutó rápidamente, de partido-movimiento se convirtió en un partido clásico, de organización horizontal, participativa y ultrademocrática se transformó en una muy jerárquica y centralizada con métodos de democracia plebiscitaria basada en un hiperliderazgo. Su lenguaje rupturista inicial se moderó rápidamente para atraer al electorado de centro y conseguir alcanzar el gobierno, esto le llevó a rechazar su identificación como partido de izquierda y a las alianzas con la izquierda estatal. A pesar de todo ello, y después del fuerte despegue en las elecciones europeas, su rendimiento electoral en las regionales fue mediocre, a la espera de sus resultados en las elecciones legislativas del 20 de diciembre. En cualquier caso, las encuestas le sitúan en tercer o cuarto puesto sin posibilidad de formar parte del gobierno o condicionarle en la próxima legislatura.

En este sentido, este fenómeno político que se referenció inicialmente a un 15-M ya desaparecido, no va a representar en lo inmediato ninguna posibilidad de cambio para la izquierda ni ningún desafío al status quo neoliberal. Habrá que ver si en el futuro, primero se define políticamente en la izquierda o, lo que parece más probable según las declaraciones de sus principales líderes, como un proyecto renovado de socialdemocracia y; en segundo lugar, si adquiere más peso político o se estabiliza como uno más, y no el más importante, de un sistema estatal cuatripartito que reemplace al viejo bipartidismo pero dentro del mismo dualismo conservadores-socialdemócratas.

Conclusiones

Este largo repaso ha tenido como objetivo describir la tendencia política dentro de la que se mueve la izquierda a nivel mundial, contextualizando la derrota electoral reciente de la revolución bolivariana. Es evidente que las tendencias se crean en medio de unas condiciones objetivas existentes, pero también como consecuencia de la capacidad de las fuerzas políticas y sociales para transformar esas condiciones. En este sentido, en América Latina durante varios años, en Europa durante solo unos meses, y en el mundo árabe durante un tiempo también corto, se abrieron posibilidades para avanzar hacia el socialismo, romper la austeridad neoliberal o democratizar las sociedades. Pero en un sentido inverso a la secuencia anterior estos procesos fueron derrotados primero en el mundo árabe, luego en Grecia y más tarde en América Latina. En estos fracasos hay causas externas como las presiones del imperialismo y de las instituciones financieras internacionales, o las reacciones de las burguesías nacionales y de actores retrógrados como son las fuerzas islamistas en el mundo árabe, pero han sido los errores y carencias de las fuerzas que impulsaban estos procesos las que más han pesado en sus derrotas.

En América Latina aún quedan procesos que no han sido derrotados estratégicamente, como en Bolivia o Ecuador, y les hay, como Brasil, que está en graves dificultades. A diferentes niveles, en América Latina y en Europa resta por ver el desarrollo final de las incógnitas que representan la situación del chavismo en Venezuela y de Podemos en España, es decir, en el primer caso, si las tres derrotas de los tres últimos meses confirman el fin del ciclo progresista y, en el segundo caso, si la claudicación de Syriza es la certificación de la solidez de la hegemonía liberal-conservadora en Europa. Si estas tendencias se consolidasen, sumadas a las derrotas de las fuerzas democráticas en el mundo árabe, plantearían un difícil panorama para la izquierda.

i Jesús Sánchez Rodríguez, Venezuela y las dificultades de la transición al socialismo. http://www.rebelion.org/docs/159208.pdf

ii Un buen análisis de este proceso se puede encontrar en Iosu Perales, “Los buenos años de Nicaragua en la Memoria”, entre otros artículos se puede consultar el de Luismi Uharte, “Los rostros del sandinismo en la Nicaragua del siglo XXI”, en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=176668

iii Un buen resumen de los artículos que sean ocupado de este tema puede encontrarse en el dossier “¿Fin del ciclo progresista? Razones para el debate”, http://cubaendefensadelahumanidad.blogspot.com.es/2015/10/dossier-en-construccion-fin-del-ciclo.html

iv Horacio Duque, “La derrota de la izquierda en Bogota”, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=205151&titular=la-derrota-de-la-izquierda-en-bogota-

v Apoyo al paro del Pueblo y al levantamiento indígena, firmado por intelectuales de izquierda, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=201926&titular=%22proponemos-la-apertura-de-un-di%E1logo-social-directo-y-la-construcci%F3n-de-un-acuerdo-democr%E1tico-

vi Pablo Stefanoni, “La lulización de la izquierda latinoamericana”, http://www.eldiplo.org/notas-web/la-lulizacion-de-la-izquierda-latinoamericana

vii Massimo Modonesi, ¿Fin del ciclo o fin de la hegemonía progresista en América Latina?, http://www.jornada.unam.mx/2015/09/27/opinion/022a1mun

viii Emir Sader, América Latina, ¿El eslabón más débil?, http://newleftreview.es/article/download_pdf?language=es&id=2730

ix Emir Sader, ¿El final del ciclo (que no hubo)?, http://www.alainet.org/es/articulo/172389

x Katu Arkonada, ¿Fin del ciclo progresista o reflujo del cambio de época en América Latina? 7 tesis para el debate, http://cubaendefensadelahumanidad.blogspot.com.es/2015/09/fin-del-ciclo-progresista-o-reflujo-del.html


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