En blanco y negro

Vorágine

Hace 68 años fue firmada en Paris (10 de diciembre de 1948), la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Quedó aprobada sin ningún voto en contra, pero con 8 abstenciones: las de los países socialistas que, considerando justo el fondo de la definición de los derechos del hombre, estimaron que estas libertades así enunciadas serían ilusorias en tanto que existiese la propiedad privada de los medios de producción y que, por tanto, serían inalcanzables en los países capitalistas. La población mundial era inferior a 2.500 millones de personas. Derechos que aún continúan en mora y, si para la época era utópico satisfacerlos, hoy no existe ninguna posibilidad de aplicarlos en una población mundial por encima de las 7 mil millones cuya mayoría clama por esos “derechos”.

Transitamos en un mundo con crisis políticas, económicas y ecológicas, recurrentes y generalizadas. La historia afirma que el capitalismo ha sido en su tránsito destructor y criminal. En la senda capitalista con una población de entre 8 mil millones y 12 mil millones de personas, no se podría impedir la deforestación masiva, la destrucción del hábitat de las especies, la multiplicación de ciudades inhabitables y contaminadas, la muerte de ríos, lagos y mares por los residuos industriales y humanos; todo ello intensificado constantemente por multitudes en permanente crecimiento, hasta que toda la sustancia de la Tierra sea devastada y consumida. Así es imposible sostener el modelo capitalista. La humanidad en su conjunto debe avizorar el trágico futuro que tiene a la puerta.  Es un imperativo democratizar el espacio internacional para asegurar una existencia digna a todos los habitantes de la Tierra. Estos objetivos ya no son utópicos, pues la historia revela que la democracia necesita al socialismo y, de allí que el socialismo como contraparte del sistema capitalista ofrezca el resguardo del planeta Tierra.

Si sabemos de lo que estamos hablando, si identificamos a los actores, si nos centramos en los adversarios correctos, si se le gana la guerra al capitalismo, salvamos al planeta, y tendríamos otro mundo a nuestro alcance. Por eso si incluimos a todos y forjamos alianzas, combinamos conocimientos y políticas, si los educadores educan, si practicamos la no violencia, si entendemos que la paz es el camino, tendremos un mundo que permita dar acceso a una vida digna a todos los habitantes de la Tierra: alimentos suficientes, agua potable, vivienda adecuada, educación, atención médica y servicios públicos. Metas sólo alcanzables en el socialismo.

Este es el futuro ante la vorágine destructora del asesino sistema capitalista sin fines ni objetivos para la vida.



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Alberto Vargas

Abogado y periodista, egresado de la UCV, con posgrado en Derecho Tributario y Derecho Penal. Profesor universitario en la cátedra de Derechos Humanos

 albertovargas30@gmail.com

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