La polarización, un mecanismo fascista

Aunque usted no lo crea, los nazis tuvieron intelectuales y pensadores muy profundos y brillantes. Sólo voy a mencionar dos: Heidegger, quien es reconocido por muchos como el mayor filósofo del siglo XX, y Karl Schmitt, teórico de la política, jurista del tercer Reich, cerebro detrás de toda la armazón jurídica del régimen hitleriano. Otra cosa que aportó Schmitt fue la justificación filosófica de la polarización política.

Efectivamente, en varios ensayos el mayor pensador jurídico del tercer Reich, estableció que la política, como pensamiento, estaba caracterizada, esencialmente, por reducir toda realidad social a dos categorías: amigos y enemigos.

Lo curioso es que Schmitt era profundamente católico, y fundamentó este axioma de la política, en una frase que un evangelista le atribuyó al mismísimo Jesús: “quien no está conmigo está contra mí”.

Antes de que salten insultándome cantidad de pastores evangélicos y curas, lo cual por lo demás me tiene sin cuidado, debo aclarar que no he visto esa frase en los evangelios. Tal vez esté allí. No voy a ponerme ahorita, cuando me dispongo a hacer mi enésima cola en el supermercado, a buscarla en ese fastidioso libro que leí hace tiempo. Lo cierto, y eso sí me consta, es que Schmitt lo fundamenta en sus creencias religiosas.

Y no se trata de una frase aislada, como aquella de Mao de que “el poder nace del cañón del fusil”, lamentable pensamiento auténtico del líder revolucionario chino, y que expresa ya cierta locurita que, años después, ocasionó millones de muertos y muchas pérdidas a su patria, cuando el desastre de la Revolución Cultural.

En todo caso, ni Mao, que tenía unos arranques dementes a cada rato, llegó a los extremos del filósofo nazi que comentamos, de reducir la realidad política a sólo dos polos: los amigos y los enemigos. Al contrario, el chino tenía sus sutilezas. Distinguía, por ejemplo, entre contradicciones en el seno del pueblo, por un lado, y por el otro, las contradicciones con el enemigo de clase. Estas eran antagónicas, es decir, sólo podían resolverse con la aniquilación de uno de los polos; mientras que aquellas podían superarse con el diálogo y la persuasión. Claro: conociendo los métodos persuasivos de Mao, uno puede entender que la cosa tampoco era una invitación a tomar el té mientras conversamos de algunas pequeñas diferencias, como nos advierte amenazadoramente el propio Gran Líder en otro pasaje.

Ahora bien, ese axioma de reducir la política a un asunto entre amigos y enemigos, tiene una eficacia indiscutible. Lo han aplicado muchos políticos que, seguramente, ni se han enterado quién era este Karl Schmitt. En realidad, se trata de la simplificación extrema a la cual recurre toda propaganda política, sea de izquierda o de derecha, que es, por definición, simplificadora al extremo y, por ello mismo, embrutecedora.

En Venezuela, el mecanismo de la polarización ha servido a los dos bandos principales, visibles. Le ha servido a la oposición para definir una identidad por la vía de capitalizar el descontento, el espíritu de rechazo al chavismo, el horror a todo lo que huela a comunismo, el desprecio al pueblo desarreglado, sucio y hediondo, así como para ocultar lo único que puede ser su propuesta política: contraer una gran deuda con el FMI, acabar con los programas sociales, reducir al máximo el gasto público, abrir al capital extranjero todas las riquezas nacionales.

Al Partido-Gobierno-Estado que ha capitalizado hasta ahora el fervor popular en Chávez, también le ha servido el mecanismo de la polarización para, además de para ocultar que está haciendo muchas cosas parecidas a las que se propone su contrario, para evitar una dispersión más rápida de su base, ocasionar una parálisis política de esos grupos que poco a poco van separándose, disolviéndose, alejándose. Le ha servido, sobre todo, para evitar el surgimiento de otra referencia, mediante el chantaje puro y simple del axioma schmittiano de que, si no eres mi amigo, eres mi enemigo; lo cual, además, crea un sentimiento de vacío más allá de tan amigables amigos. Por lo demás, el “amigo”, tanto de uno como del otro, sólo puede ser un súbdito, un soldado, un subordinado. “Amigo” no puede ser un individuo con criterio propio, porque incomoda, porque enseguida se convierte en “contradicción antagónica”. La unidad, o es monolítica, o es división, y esta es entre amigos y enemigos. No hay más.

Schmitt, tal vez, estaba loco, en el mismo sentido de que estaba loco Hitler: convirtió una paranoia en un planteamiento político que, dadas las condiciones, galvanizó a uno de los pueblos más cultos de Europa. Creo que el venezolano es un pueblo mucho más sensato como para calarse el simplismo schmittiano de la polarización amigo/enemigo durante más tiempo del debido.



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Jesús Puerta


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